He de confesar, abiertamente, que cada vez me cuesta más trabajo resistir los encantos de una ciudad como San Pablo.
Y cómo habría de hacerlo si la amabilidad, la alegría, y el calor de sus gentes parecen impregnar todo tu cuerpo desde el momento en que escuchas ese melodioso idioma, dueño del bossa nova, galopando vigorosa y placenteramente hacia tus oídos en vivo y en directo.
Algo así, evidentemente, solo puede tener efectos devastadores en la salud mental de cualquier montañero, siendo la voluntad “férrea” lo primero que se pierde.
Esta semana estuve visitando nuevamente la urbe que fuera fundada hace cuatrocientos sesenta y un años por una misión jesuita.
¡Qué horror!
Venir a darme cuenta de ese dato a estas alturas del paseo no puede ser más que una exasperante ironía habiendo sido la educación, de buena parte de mi vida, confiada ciegamente al ejército de su santidad el papa, mejor conocido como la compañía de Jesús.
Pero, bueno. En fin. Eso es harina de otro costal.
El caso es que fuera del breve y perfecto temporal de lluvias que acompañara mi estadía, en esta ocasión, me sentí infinitamente refrescado con la sencillez, humildad, y generosidad que tanto caracterizan al pueblo paulistano.
Porque, ¿Cómo me viene Usted a decir, ala, que no somos los cachacos, de pura cepa, hágame el favor, caray, el espécimen más postizo de toda América latina y del mundo entero?
Ante tanto derroche de naturalidad, espontaneidad y desparpajo queda uno sinceramente anonadado. ¿O, no?
Ni qué decir del par de piscos esos cuyos cargos de Concejal y Secretario Municipal de Transportes no les da derecho, de ninguna manera, a desplegar semejante dispositivo de seguridad compuesto por caravanas de decenas de escoltas motorizados, carros blindados, helicópteros, etc., como si de una película de Hollywood se tratara, ni tampoco a hacer uso de los carriles exclusivos del sistema de transporte masivo porque siendo sus excelencias tan altísimas dignidades, como no, igual vale más su tiempo que el del resto de los mortales, como lamentablemente ocurre en Colombia. ¿Es que Usted no sabe quién soy yo?
Y finalmente, cómo no llamarlos generosos si encima de todo se la pasan hablando maravillas de nuestros logros económicos, políticos, sociales, y culturales como si no hubiésemos sido nosotros, al contrario, herederos históricos de sus conocimientos en la adopción e instalación de sistemas de buses de tránsito rápido, tipo TranMilenio, sólo por poner un ejemplo.
En resumidas cuentas, San Pablo es indiscutiblemente un destino de obligatoria visita para todos aquellos que quieran conocer el verdadero significado de la palabra grandeza en una ciudad que a pesar de tener una población más numerosa a la nuestra en un tercio (11.4 millones de habitantes – 19.2 millones si estuviéramos hablando del área metropolitana); de contar con una extensión en kilómetros cuadrados 4.5 veces mayor a la nuestra (1.636 Bogotá – 7.944 San Pablo); y un producto interno bruto 3.5 veces superior al nuestro (54.9 billones Bogotá – 166 billones San Pablo) produce casi una tonelada de emisiones contaminantes menos que nosotros (15.75 Bogotá – 15.12 San Pablo) y tiene una tasa de homicidios 4 puntos porcentuales menor a la nuestra (Bogotá 16.90 – San Pablo 12.02).
Por esto y muchas otras cosas, obrigado San Pablo.
Até breve.
Dejemos de creernos ese cuento chimbo que somos la chimba.
Menos cháchara y más trabajo.
@AJARAMORENO