Llama la atención que tal sentimiento de cansancio venga acrecentándose entre los habitantes de la ciudad con el paso del tiempo. Y es que no han sido pocas las veces, a lo largo del último año, que haya leído o escuchado a más de uno decir que empieza a padecer de puro y físico agotamiento, cuando no de angustia, con la simple llegada del último día de la semana cuya intensidad parece incrementase, inclusive, después de cierta hora, aún por consensuar.
La vez pasada, por ejemplo, siendo las seis en punto de la tarde, iba quedando yo un poco preocupado ante la exclamación vehemente, a juzgar por la cantidad de signos de admiración que utilizaba en su trino, que una cibernauta hacía, en sentido figurado, claro está -bueno, en realidad, eso supongo- pidiendo que le pegaran un tiro.
Pero, ¿es posible que el domingo despierte entre nosotros tal nivel de fastidio? ¿Por qué?
Personalmente, debo aclarar que nunca, desde que tengo uso de razón, me han gustado los días festivos o cualquier cosa que se les parezca y que, como tal, soy el menos indicado para hablar al respecto.
Seguramente, esto se deba a las eternas misas que, con motivo de la celebración de fechas especiales, es decir, días feriados, tuve que soportar, con estoica paciencia, durante mis largos años de colegial; o tal vez, al hecho de que por haber sido criado dentro del más asfixiante ambiente católico, apostólico, y romano, tienda yo todavía a relacionar al domingo con el día del señor.
No obstante, tiene el domingo, al parecer, una peculiaridad que a diferencia de los demás días de la semana automáticamente hace que se active y se dispare en nosotros un sentimiento de aburrimiento sin igual prácticamente imposible de solucionar.
Valga la pena resaltar, entonces, que tanto el aburrimiento como la búsqueda de la felicidad son fenómenos propios de la ciudad y de la urbe, cosa que jamás conocieron las sociedades primitivas, por ejemplo, que se intensifican no solamente cuando no tenemos nada que hacer sino cuando además no sabemos qué hacer o cuando tenemos mucho tiempo para pensar con el agravante de que normalmente vivimos expuestos a una gran cantidad de estímulos que, en plena era digital, han conseguido que fijemos nuestra atención en el mundo exterior lamentablemente a expensas de nuestro propio mundo interior.
En síntesis, una cuestión cultural del mundo moderno que inevitablemente nos lleva a reflexionar sobre el balance que debemos manejar en nuestras vidas.
De lo contrario, los domingos seguirán siendo todo un tedio.
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