La ciudad de la eterna primavera es el apelativo que históricamente se le ha dado a aquellas ciudades cuyas condiciones climáticas, agradables y benignas, hacen que la vida de sus habitantes sea mucho más saludable y placentera que en cualquier otra ciudad del planeta. Tarragona, Caracas, Tegucigalpa, Cochabamba, y Arica, en Iberoamérica, son conocidas como tal. Medellín también lo es. O, más bien, lo era hasta que el pasado quince de marzo se declarara el estado de alerta ambiental debido a que los niveles de material particulado que actualmente se registran en el aire de la ciudad superan considerablemente los estándares establecidos a nivel internacional.
Según la alarmante comunicación emitida por el Área Metropolitana del Valle de Aburrá (AMVA), los efectos por la exposición a tales contaminantes atmosféricos podrían ir “desde irritación de ojos y vías respiratorias hasta afecciones más graves, incluidas función pulmonar reducida, bronquitis, y exacerbación del asma” o inclusive provocar un “aumento de la mortalidad prematura y el agravamiento de enfermedades respiratorias y cardiovasculares preexistentes”, en el peor de los casos.
De acuerdo con un estudio recientemente realizado por la Universidad de Antioquia, la cantidad de contaminantes es el reflejo de la densidad poblacional, urbanística y de vehículos automotores que circulan por los distintos municipios del área metropolitana siendo mayor en los municipios centrales del Valle de Aburrá (Medellín, Envigado, Itagüí, y Bello) y gradualmente menor a medida que los municipios van ubicándose en la periferia de la región (La Estrella, Caldas, y Barbosa).
Asimismo, en el informe se señala que las concentraciones de material particulado registradas en las cercanías de fuentes móviles, es decir, más cerca de avenidas y calles, pueden ser hasta 4 o 5 veces más altas que las concentraciones observadas por encima de los edificios que las circundan.
Con un elemento adicional: cuando se mide hora a hora la contaminación en la ciudad es posible identificar que durante las primeras horas de la mañana los niveles son los más bajos del día; entre las seis y las nueve de la mañana los niveles aumentan notablemente; a mediodía y a principios de la tarde los niveles descienden a rangos intermedios; para incrementarse de nuevo entre las cinco de la tarde y las ocho de la noche y posteriormente descender a última hora de la noche.
De esta manera, quedaría en evidencia la relación que existe entre el comportamiento de la contaminación y el tráfico vehicular ya que la circulación de automotores posee características prácticamente idénticas a las que muestra el material particulado.
Ante esta delicada situación, el Consejo Metropolitano de Gestión de Riesgo, presidido por el Área Metropolitana del Valle de Aburrá (AMVA), ha decido “recomendar a todos los sectores económicos implementar los planes empresariales de movilidad sostenible propuestos en el artículo 14 de la Resolución Metropolitana Nº 2381 de 2015; especialmente los referidos a teletrabajo, escalonamiento industrial, horarios laborales flexibles, compartir el vehículo”, entre otras medidas.
Sin embargo, aún no queda claro cómo hacerlo en una ciudad cuyo parque automotor crece incesantemente año tras año, 20% del cual se concentra en el exclusivo sector del Poblado, en dónde prácticamente hay más carros que personas; cuyo porcentaje mayoritario de viajes al día (26.6%) sigue haciéndose en buses obsoletos; cuyo porcentaje de viajes en bicicleta no supera todavía el 1% del total de viajes que se hacen en la ciudad a pesar de los grandes esfuerzos que se han venido realizando en los últimos años por construir ciclorutas y poner en marcha un envidiable sistema de bicicletas compartidas; y cuyo porcentaje mayoritario de víctimas de accidentes de tránsito (33%) siguen siendo peatones, según el minucioso histórico elaborado por Gustavo Alonso Cabrera.
De todas formas, la esperanza es lo último que se pierde. Un mayor parque automotor podría representarle a la ciudad mayores ingresos para atender necesidades de infraestructura, movilidad sostenible, o salud pública, si se quiere, mediante el cobro de una tasa a los propietarios de carros y motos que incluyera todas y cada una de las externalidades negativas que el uso desmedido de sus vehículos particulares acarrea para toda la sociedad.
Pero para no vivir en medio del infierno que supone la maldita primavera se necesitan agallas. Aunque de eso supuestamente saben mejor que nadie los paisas.
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