Si las bolsas se cotizan a la baja, ¿qué se puede decir de Dios? Si nos atenemos al debate público, ninguna medida de salvación, ni siquiera una del Vaticano, podría resucitarlo. Los intelectuales lo han suprimido; los científicos lo han dejado a la entrada de sus laboratorios; los políticos no suelen atreverse a pronunciar su nombre; y en los ojos de ciertos empresarios, brilla un dorado que no tiene siempre forma de cruz.
Poco me interesa juzgar estas conductas o tomar partido. Mi observación es puramente antropológica. Para alguna gente, los dioses no actúan ni tienen un lugar en el futuro. Sin embargo, pensar de este modo, a mi juicio, es un error si uno quiere imaginar el mundo después de la pandemia.
En primer lugar, porque los ateos seguirán siendo una minoría. La inmensa mayoría de la humanidad todavía cree en algún dios, o en algún ser sobrenatural. La razón científica poco importa para la fe. La fe obedece a otra experiencia de la conciencia y de la lógica, delineadas impecablemente por Pascal: ‘Aquello que no es verificable (mientras que Dios es verificable) y que contradice la experiencia, es verdadero espiritualmente.’
Segundo, las religiones seguirán ofreciendo respuestas globales a problemas existenciales. ¿Qué significa nacer? ¿Vivir? ¿Morir? ¿Por qué existe el sufrimiento? ¿Cuál es el sentido de la vida? La ciencia no tiene respuestas exactas a estas preguntas. En cambio, todas las religiones prometen además algún tipo de vida después de la muerte. ¿Tiene la ciencia algo mejor para ofrecer que esto?
Por ultimo, la política también demuestra que es un error creer que los dioses carezcan de importancia. La modernidad tecnológica no es incompatible con la religión. En muchas sociedades, por cierto, la una es inconcebible sin la otra. Pensemos en los indios de Oaxaca, en ciertos lugares de Colombia, o en numerosos países árabes, centroamericanos, africanos y asiáticos. Pensemos igualmente en un país concreto: la India de Modi, que pretende destruir el estado laico de Nehru. Dios no es solo una idea o una creencia: le da forma a nuestras instituciones, relaciones, imaginarios, y sentimientos. Tiene importancia periódica en las elecciones, en las relaciones Iglesia-Estado, en la provisión de servicios, caridad, o en las discusiones sobre el aborto, por citar algunos ejemplos.
Un siglo después de Max Weber cuesta trabajo pensar que el mundo este ‘desencantado.’ Los logros de la ciencia y la tecnología son innegables. Sobre sus potenciales efectos habrá que tener discusiones políticas, éticas y sociales. Pero imaginar un futuro tecnológico sin dioses puede resultar pura ciencia ficción. Hoy, como en la antigüedad, los dioses son reales para mucha gente; los acompañan, consuelan y guían. El destino entero de incontables personas está puesto en sus manos.
Los dioses pueden cotizarse a la baja en el pequeño mundo cerrado de los ateos, la ‘intelligentsia’ literaria y la comunidad científica. Esto lo único que demuestra es una profunda desconexión entre su mundo y el de la mayoría de las personas. Además, revela las simples formulas o premisas sin fundamento bajo las cuales conciben la mayoría de las necesidades y creencias del ser humano.
En realidad, sospecho que los dioses tendrán una renovada cotización al cierre de esta crisis no solo entre los desempleados y los arruinados. Este resurgir espiritual brotará bajo formas de pensamiento fomentadas por el yoga, la meditación, el veganismo, y una nueva relación con la naturaleza. En muchos rincones, las iglesias habrán ofrecido provisiones, caridad, salud mental, sermones digitales, redes de apoyo, grupos de WhatsApp, entre otros, allí donde el Estado, los intelectuales y la ciencia han sido incapaces de ofrecer respuestas, seguridad y consuelo.