La última novela de la española Rosa Montero plantea las experiencias de una mujer sesentona que todavía quiere sexo: una tipa que conserva arrestos para buscarse un gigoló y darle celos a su anterior amante.

Confieso que recibí ‘La carne’ entusiasmado con el planteamiento, pero la acabé a bostezos. A falta de una historia que se salga del cliché sobre los estragos de la edad, es un relato que expone los pensamientos de Soledad, soltera empedernida (no solterona) que vive de la crítica de arte y se resiste a abandonar su espíritu erótico.

Prendida por el afecto calculador del joven y bello-prostituto Adam (aquí ya estamos en el lugar común o en aquel que no nos cuenta nada nuevo), se deja llevar hacia un bajo mundo que le es ajeno, lleno de pobreza y necesidad. Valga aclarar que no es ingenua y es por decisión que toma ese camino.

Sobre la marcha, la protagonista va soltando remembranzas sobre los escritores malditos, y uno se pregunta cuándo acabará el coctel somnífero, que trata de incluir unos contextos sórdidos pero no logra mucho más que una novela al estilo de Corín Tellado, como si le faltara calle, trabajo de campo, a la autora: las voces de los ‘maleantes’ se sienten forzadas, como de película dominguera.

En fin, no soy amigo de destruir libros, mucho menos en nuestro país que lee tan poco. Pero si alguien me pregunta qué opino de La carne, le diría que si quiere poder narrativo en voz femenina mejor acuda a La nada cotidiana (Zoé Valdés) o Delirio (Laura Restrepo); esas sí obras estimulantes para quien quiera ahondar en sentimientos de mujeres.   

La carne, Rosa Montero

Alfaguara

236 páginas.