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Tengo 37 años de edad. Y desde que tengo 10, siempre he querido ser ingeniero de sistemas.
Para un muchacho como yo, que en ese entonces vivía en el barrio Castilla, al sur occidente de Bogotá, era toda una ocurrencia, y más aun, una ambición que rayaba casi en lo imposible.
Mi madre, una estilista humilde de barrio, cabeza de hogar y sin muchos ingresos sino los netamente indispensables para sobrevivir, nunca se burló de mi ocurrencia ni de mi deseo de trascender como persona a través de la educación y el trabajo arduo.
Por esa época, los únicos computadores accesibles que había para mí eran los que estaban en las salas de cómputo de la biblioteca Luis Ángel Arango y el los computadores Commodore 64 con su primitiva implementación de Logo en el Colegio Mayor de San Bartolomé.
Y en ese devenir de acontecimientos, fue que llegué a darme cuenta de la existencia de IBM como fabricante de computadores. En mi imaginario yo deseaba ser uno de esos ingenieros bien parecidos, con vestido oscuro y con buen sueldo para ver si mi familia y yo salíamos de la miseria.
Tengo que decir que en 1984, un muchacho de estrato humilde no tenía muchas opciones de obtener referencias ni mucho menos de comprar revistas de Mecánica Popular o PC Magazine. Sin embargo, por casualidades de la vida, tuve la oportunidad de ver una discusión sesuda del comercial de Apple y la forma en que promocionaban la liberación. Y pude tener en mis manos una revista de Mecánica Popular.
Ese fue mi primer contacto con Apple.
Al crecer, me enteré que muchos distribuidores de computadores en Bogotá traían catálogos de productos, folletos y explicativos impresos en colores de productos Apple.
Todavía me acuerdo de ellos: “La guía informativa de productos Apple”. Eran unos pequeños libritos, de un cuarto de pliego, impresos en níveo blanco con fuentes rojas y negras las especificaciones técnicas y una breve reseña de los productos Apple.
Mi mayor placer era ir cada dos meses a MacStation, que en ese entonces era el distribuidor que no objetaba en regalarme una copia de esas guías, a pedir mi consabida copia.
El lenguaje enaltecedor y honorífico, sonaba demasiado petulante y grandilocuente para mí. Poco sabía yo luego que la forma en que las guías Apple eran redactas tenían un distintivo de Steve Jobs: ese elogio propio que suena a narcisismo, que desdeña lo demás y establece como verdad absoluta el poder de cómputo como algo únicamente exquisito se usa un producto Apple.
Fue allí que me adentré en el lado humano detrás de esa redacción tan grandilocuente y pagada de sí misma.
Y fue allí donde encontré uno de mis dos ídolos terrenales: A Steve Jobs como hombre. Como persona. Como ser que tiene un drama y un lado humano.
Fue él y Bill Gates quienes me mostraron y me hicieron ver que, a través del deseo, del trabajo arduo y de la educación, se puede llegar lejos. Pude darme cuenta de que en su comienzo, Steve Jobs y yo éramos en cierta medida parecidos.
El era adoptado. De familia pobre. Sin terminar la universidad. Tantos “fracasos” y malos hechos en su vida que, de no ser él quien fue, ciertamente no hubieran producido a un buen ser humano. Pero Steve Jobs fue Steve Jobs.
Fue ese origen el que me convenció que incluso el hijo de una peluquera pobre de Bogotá también podría estudiar y cambiar su condición humana a través del conocimiento.
A Steve Jobs le he admirado su franqueza de a puño. Le he admirado el poder de transmitir sus ideas de forma clara y hacernos ver a nosotros como tontos por no haber visto la simpleza de la solución de un problema.
Steve Jobs es un portento y un monumento del emprenderismo americano y claro ejemplo del sueño estadounidense: Una idea, un deseo, una fuerza constante. Y con ello, llegar al éxito.
Millones de personas en el mundo de alguna manera hacen eco de su nombre. Ya sea para elogiarlo o para vilipendiarlo.
Yo, en mi intento de emularlo, salí de la pobreza y mejoré mi vida. Por ello, yo le doy gracias con humildad de corazón por haber seguido a sus sueños y haber creado a Apple Inc.
Yo también creo en el poder de los sueños y del trabajo arduo.
Adiós, Steve.
muy chévere el articulo. Creo que la enseñanza de vida que Stev dejó ayudará a esta nueva generación que se encuentra perdida entre la tecnología y las artes, entre la libertad y los iconos populares, entre la realidad y los olores de sus miedos. Creo que en resumen nos demosotró, al igual que otros, que vale la pena seguir al corazón.
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que buena columna, además que se aleja de ese fanatismo geek de muchos que se creen mejores por tener un mac, personalmente uso windows pero se que jobs contribuyo mucho al avance de las tecnologías que hoy en día disfrutamos
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Así es, así debe ser y así será para siempre.
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