Siempre me ha costado comprender lo que el fútbol inspira en la gente. Esa avalancha de pasiones que impulsa por definición a hacer cosas irracionales como tatuarse el nombre de un equipo, o defenderlo a muerte, me es completamente ajena. Los domingos veo a mi papá sentado frente al televisor viendo un montón de partidos y sonrío ante mi constatación de que esos jugadores tras un balón lo absorben como a mí lo hace una buena película o un buen libro. ¡Caray! A esta distancia le agrego la indignación por el multimillonario negocio que hay detrás, un negocio de emociones tan propio de nuestra época saturada de falsa unión y soledad. Un negocio en el que se han construido ídolos, modelos, arquetipos que se refuerzan con toda la potencia repetitiva de los medios de comunicación. Y de los muchos ejemplos, el que más me marcó fue el de la selección Colombia del 5 – 0, esa que con su triunfo y caída sembró, abonó y mató mi primer acercamiento a ser hincha. Porque sí, yo vi ese partido, celebré, eché harina, fuimos con mi familia a recibirlos en la Avenida El Dorado. Y, qué tristeza, vi desvanecerse el sueño mundialista en medio de escándalos por excesos, violencia, etc.
No pasó mayor novedad hasta que por cosas de la vida me di cuenta de que si cambiaba un poco el chip y flexibilizaba mi manera de pensar acerca del fútbol, podían pasar cosas bonitas. Por ejemplo, al sentarme con mi papá y mi hermana a ver partidos, comencé a reír mucho con las cosas que dicen los comentaristas y ellos, mi papá y mi hermana, comenzaron a divertirse también con mis comentarios y preguntas cargados de ignorancia futbolística, que complementan los apuntes de mi mamá que, con propiedad, no tienen nada que envidiarle a los de cualquier voz ícono del fútbol, sólo que son seguidos de muchas carcajadas. Otra experiencia bonita se dio en una asesoría de tesis a uno de mis estudiantes de pregrado. En su escrito sobre el torneo del Olaya en Bogotá, él constata cómo alrededor de este torneo se construyen rituales que desde la experiencia colectiva crean cultura, refuerzan lazos y le dan sentido a la vida de jugadores e hinchas, a pesar de lo negativo dentro de la organización del torneo. Y el ejemplo que me ha dejado gratamente sorprendida es el de la selección de mayores que participa en el Mundial Brasil 2014.
Más allá de los triunfos y de la técnica futbolística (insisto, no sé nada de eso), esta es una selección que nos está regalando un gran aprendizaje sobre el amor. Y no el amor romántico, de pareja, “tradicional”, sino de amor en un sentido profundamente espiritual (no religioso, insisto). ¿Por qué? Porque José Pékerman es un entrenador que sabe mantener la quietud y el silencio, en un escenario que en nuestro país se ha caracterizado por el ruido y el movimiento, con escándalos, opiniones, jugadores, entrenadores y declaraciones que vienen y van en tono beligerante. Porque es un equipo en el que se valora la experiencia y el liderazgo de los más viejos, proyectando gran respeto por jugadores como Farid Mondragón y Mario Yepes, cada uno con su sensibilidad, mal genio y compleja humanidad. Porque el gran goleador James Rodríguez con su juventud y en la cima del mundo es tremendamente humilde, agradecido y sonriente. Porque es un equipo de amigos que se abrazan, celebran juntos con bailes, recuerdan a los ausentes, comparten con sus familias, en fin. Cualquier enseñanza sobre espiritualidad, escrita o no, superficial o profunda nos llevará a comprender esas palabras: quietud, silencio, experiencia, respeto, agradecimiento, solidaridad y la gran importancia de asumir la vida con una sonrisa para mantener el equilibrio.
¡Vaya regalo! Que claro, algunos logran ver y otros no mientras celebran y exorcizan sus demonios con violencia. Ese caos también hace parte del proceso, del camino hacia la sanación de nuestras heridas personales y colectivas. Y me atrevo a decir que veo frutos, por ejemplo a los periodistas que han ido moderando su discurso. La selección Colombia ya ha acotado su mejor triunfo, su gran aporte cultural, su bella versión de espiritualidad tropical así no pasen de Cuartos, se acabe la fiebre mundialista o simplemente, el mundo siga girando. Gracias, de corazón, de una ferviente crítica, que es hincha y no hincha. Gracias.