Y anonadada vi cómo casi 200.000 personas se aglomeraron en el Parque Simón Bolívar para recibir a la Selección Colombia y otras miles saludaban el bus en el recorrido por la calle 26. Vi cómo los jugadores llegaron a la tarima en medio de la algarabía y me llené de expectativa por lo que fueran a decir a la multitud emocionada. Mi intelecto pedía a gritos una frase que encaminara esa unión y emoción hacia algo positivo, hacia la reconciliación, la construcción de ciudadanía, ¡algo por favor!, pedía a gritos mi razón, mi paradigma moderno, mi utopía. Entonces, las demandas de mi intelecto fueron silenciadas con lo que menos esperaba: el baile. Cuadrado y Armero comenzaron a marcar el ritmo y todos se les unieron. Y luego Mondragón habló con sobriedad de su felicidad por traer un “bálsamo de alegría a los colombianos”. Ahí lo entendí todo: estamos ávidos de emociones que nos hagan sentir que hacemos parte de “algo” y esa construcción de identidad no pasa solo por la razón. Estaba ante mí la evidencia de que ese ideal moderno de movilización en torno a la política o los partidos políticos, ya solo ocurre en escenarios limitados. La movilización está en otro lado y parte es de la emoción, el entretenimiento, la rumba, el baile.

Y respecto a ese contraste activismo-apatía, durante este mundial he leído y escuchado comentarios sobre cómo el fútbol es el “opio del pueblo” aludiendo a la frase de Karl Marx sobre la religión. Que los colombianos deberían ser igual de entusiastas por otras causas como lo son por el fútbol, que quien sabe cuántos “goles” nos ha metido el gobierno mientras la atención está en los partidos, y así. Yo me ubico en una frontera flexible entre ser hincha y ser crítica y sí, nuestro país tiene serios problemas de violencia, desigualdad, corrupción y dejamos mucho que desear como sociedad, pero ahora me pregunto qué tan constructivas son esas críticas desde el elitismo intelectual a un fenómeno que congrega a miles de personas en su día de descanso para saludar a un grupo de deportistas. ¿Estamos esperando acaso que todas esas personas decidan un día, porque nosotros se los decimos, que la política es importante para sus vidas?, ¿o que los jugadores de fútbol sean propositivos frente a los problemas del país? Y si más bien intentamos comprender, ¿por qué les gusta tanto?, ¿cómo se pueden construir (no imponer) redes entre esas motivaciones y la solidaridad entre nosotros?

Hablaba en mi entrada anterior sobre mi amor distinto por la selección que participó en Brasil 2014, motivado por el poder de su mensaje profundamente espiritual. Un mensaje que se construye a partir de una realidad tan simple como apasionante: son ellos mismos. En el campo de batalla simbólico que se da en nuestros medios de comunicación, dejan marca estos nuevos ídolos. Pero son sólo eso, ídolos que juegan fútbol y tienen buena energía. La pregunta ahora es ¿qué hacer con esa recarga simbólica en medio de tantos símbolos negativos que rápidamente invaden de nuevo los medios y las redes sociales?, ¿la congregación alrededor de esos ídolos se volverá instrumento de las élites para seguir afirmando que lo popular es ignorante, apático, a-político? Espero de corazón que esta abrumadora experiencia futbolística, que al menos a mí me hizo mirar con otros ojos un evento como el mundial, el cual he criticado mucho, y aprender de las experiencias alrededor del fútbol, haya movido la sensibilidad de líderes e intelectuales hacia nuevas preguntas sobre esas cosas que nos mueven la fibra y cómo encaminarlas de formas dialogadas e inclusivas a construir otros mundos posibles.

@caroroatta