“Hoy, mi cuerpo fue una masacre televisada”, dice un verso del poema de Rafeet Ziadah. Y veo de nuevo las noticias sobre los bombardeos en la franja de Gaza, unas parcializadas y otras replicadoras de parcialidad. La repetición les agrega más y más frialdad, y las imágenes de las nubes de polvo y escombros por las bombas explotando y la sangre y el llanto, de pronto se neutralizan en el espejismo entre los Deportes y las Noticias del Entretenimiento. Y así ha pasado con las imágenes de esa y otras latitudes. No importa si los muertos son nuestros o de ellos, las imágenes deshumanizadas y deshumanizantes generalizan a víctimas y victimarios en nombre de la supuesta objetividad periodística. Se va propagando el estado melancólico, cargado de impotencia ante la abrumadora justificación histórica de tantas muertes televisadas e “internetiadas”. Se activa el clicktivismo con memes, fotografías y videos que van y vienen. Y unos más osados salen a las calles y protestan. Y los unos critican a los otros porque “protestar desde el computador no es suficiente” o porque “salir a las calles es muy mamerto”. Yo, me quedo desde la barrera un rato, comprendiendo.

Tuve la oportunidad hace tiempo de conocer dos personas, una de familia israelí y otra de origen palestino y digo con todo respeto que, aunque las razones son distintas, escuché en ambos casos sólo argumentos llenos de rabia y odio al otro. No obstante, traté de comprenderlos sin ignorar décadas de conflicto y millones de víctimas. Escuché sus justificaciones y procuré aprender de sus experiencias. Hoy me digo, ¿quién soy yo para opinar sobre eso a pesar de que haya leído y escuchado atentamente sobre estos temas?, ¿quién? Y entonces, pienso en quien soy yo. Humana, mujer, escritora y docente. Oí una frase a Antanas Mockus en el programa «Hablemos de Paz» de Canal Capital que decía «la irracionalidad de la guerra, necesita de la irracionalidad del perdón». Racionalidad, razones, el juego de palabras me va aclarando que el perdón, más que construirse desde una causa política en términos tradicionales, se construye desde el sentido que se le da a la vida y las redes de solidaridad que construímos. En mi caso, prefiero los sentidos simples, micropolíticos, microrevolucionarios desde el amor y el cuidado, esos que podemos hilar en la cotidianidad. Yo, enseño vida, parafraseando a Ziadah. Hay mucha rabia por ahí, muchas fórmulas para actuar frente a esta, montones de razones para justificar tantas guerras. ¿Qué tal si en vez de buscar tantas razones buscamos sentidos?, y si antes de juzgar más bien nos preguntamos ¿qué sentido tiene nuestra vida?, ¿qué sentido tiene la vida de los otros para nosotros?

Yo sólo tengo mi experiencia para opinar sobre Gaza y cualquier conflicto o masacre en el mundo que a la final, acaba con personas iguales a mí, humanas. Una enfermedad crónica, un antes y un ahora, que me han enseñado cuán importante es preguntarse el sentido de la propia vida y cuánto necesito de otros y otras. Por eso ante la melancolía y la impotencia procuro ser solidaria desde dónde puedo, comparto algunos memes, replico fotos de protestas en las que no puedo estar físicamente, me documento sobre lo que ocurre más allá de las imágenes de los medios masivos de comunicación. Pero aunque eso es mínimo, no me desespero ni dejo que la impotencia me aflija, porque lo más importante lo hago cada día: me conozco y cuido de mí misma y procuro conocer, cuidar y comprender a las y los otros, así sean muy diferentes a mí. Es difícil a veces, sobre todo cuando esa diferencia es tan opuesta y abrumadora. Pero apostarle a esa postura me ha dado bonitos resultados como poder conocer a un israelí y un palestino que sin lío conversaron conmigo. Y estoy convencida de que si se replica esta apuesta puede acabar y evitar guerras como las que veo todos los días en las noticias. Y usted querido lector o lectora, ¿se le mide?

@caroroatta