A veces me hastía el desfile en la televisión de publicidad sobre todo tipo de toallas, tampones y protectores con líquidos azules que van y vienen en medio de sábanas y cucos blancos. ¡Epa! Qué ganas de describir formas de ocultar lo que nos ocurre a todas las mujeres y, sobre todo, de mostrar el período menstrual como algo negativo, sucio, incómodo. No digo que sean los mejores días de nuestras vidas pero, ¿de verdad es tan malo ese momento de sensibilidad alborotada y renovación?, ¿es tan grave tener unos días de ánimo cambiante y cuerpo cansado? No. Ese es un mal cuento que nos echa la publicidad hace rato y un ejemplo de muchos cuentos que nos echamos sobre lo que implica ser bella y aceptada, sobre la maternidad, el matrimonio, etc. Son cuentos que le van dando sentido a cada una de nuestras vidas, en los que basamos nuestras tristezas y alegrías, y fundamentamos el miedo y la valentía de nuestras acciones.
Cuentos que, por supuesto, pueden cambiarse, “escribirse” distinto bien sea en la cotidianidad de cada una o, para mi grata sorpresa, en la publicidad misma. Amo cuando a través de las redes sociales me llegan ejemplos de publicidad distinta, propositiva, con mensajes cercanos que tocan la fibra con intenciones más allá del simple vender, (lástima que al parecer sólo son producidos en otras latitudes). Soy una ferviente convencida de que la vida es como nos la narramos, la felicidad se construye a diario, en los cuentos que nos echamos y, claro, esas historias muchas veces toman prestados significados de los medios de comunicación. La publicidad, las novelas, las películas, los noticieros, nos van regalando referentes, estereotipos, arquetipos, modelos, anti-modelos. Y nosotros como parte de esa gran cosa llamada realidad, también nos volvemos inspiración de los medios, de esas personas (publicistas, guionistas, periodistas) que nos interpretan, estereotipan, “arquetipan”, modelan y “anti-modelan”. Reconforta ver como algunos de esos ubicados “al otro lado”, se dan a la tarea de plantear mensajes constructivos, mensajes sanadores.
¿Por qué sanadores? Imaginemos que cada uno de esos malos cuentos (por supuesto, ya no hablo solo de los que nos echamos las mujeres), es una heridita que le vamos haciendo a nuestro amor propio. Heriditas que contradicen lo que somos, que no nos dejan aceptarnos, que se vuelven cada vez más profundas y duelen. Pues bien, una herida hay que cuidarla para que sane. Saber que está ahí, aceptarla y tratarla. Si podemos contar con publicidad y otros contenidos en los medios de comunicación que nos ayuden a echarnos cuentos distintos, en especial cuando somos diferentes por nuestra apariencia física, nuestra manera de pensar, nuestros gustos, nuestra cultura, nuestra historia, es una gran ayuda para ser felices aquí y ahora y proyectarlo, narrarlo, contarlo a otros. Por mi parte, lo agradezco y aprovecho.