Quiero sacarle un poco más el jugo al discurso de Emma Watson que alabado y criticado se volvió tema en las redes sociales. Alabado por, entre otras cosas, “incluir” o invitar a los hombres a participar en las cuestiones feministas y por su sinceridad al hablar desde sus experiencias, por ejemplo, cómo fue sexualizada desde muy joven y se interesó poco a poco por el feminismo. Criticado por ser, de nuevo, la reproducción de la versión del feminismo desde un lugar privilegiado específico: mujer, blanca, de élite, europea, que no reconoce o lo hace con cierta superficialidad, la inequidad REAL de ser mujer con otra etiqueta racial (negra, asiática, latina), en otros lugares geográficos, migrante, de diferente opción sexual, etc. Eso, si me quedo sólo en la cuestión de las mujeres, porque el discurso no incluyó otros géneros o trans-géneros en los cuales las formas de ser femeninos o masculinos o feminidades y masculinidades son distintas.

A mí me gustó el discurso de Watson, no porque me supiera distinto diciéndome cosas nuevas, sino porque su sabor me fue muy familiar, me sentí identificada con su historia. Me gustaron también las críticas que fueron surgiendo de mujeres feministas negras norteamericanas por ejemplo, porque me recordaron que hay diversas interpretaciones, experiencias y opiniones. Ella misma, su discurso, las reacciones, se me presentaron como ejemplo de un trasegar propio del feminismo como tal. Las tensiones entre el discurso o eso que se dice o nos decimos, las interpretaciones y las experiencias tan propias, tan subjetivas, que todo el tiempo me recuerdan que el feminismo no es uno solo, que es un recorrido, una postura que se va construyendo, revisando, variando, replanteando.

Tania, amiga y maestra, lo explicaba muy bien cuando yo era estudiante de Maestría. Con las imprecisiones de la memoria, recuerdo cómo explicaba que hay diferentes feminismos o versiones de éste que tuvieron más fuerza en momentos específicos, pero que no han “terminado” sino que se encuentran y replantean con nuevas posturas.  El feminismo de igualdad cuya bandera fueron los derechos civiles para las mujeres pero tomando como referencia el ser “igual” a los hombres. El feminismo de la diferencia que revisa este aspecto y reivindica que no hay “mujer” sino “mujeres”. O el post-feminismo que separa el género del sexo y las opciones sexuales, y se pregunta por las feminidades y masculinidades que cada cual «performa», abusando del anglicismo muy común en estos temas, o pone en escena en sus relaciones.

Parece que fuera una pelea eterna pero no. Es revisión, es crítica, ¡es ser flexible! Y esa es la parte más difícil porque es un asunto de poder. Peor, de renunciar a un poco de este al autocuestionarses, ¡es complicado! Sobre todo en este mundo occidental donde, hay que decirlo sin intención de herir susceptibilidades, el punto de vista masculino dominante (menos mal no es el único) niega la posibilidad de la equivocación, la revisión, que se ven como inseguras, inestables, negativas. Pero además de esa flexibilidad, la disposición al diálogo es imprescindible, el manejo de las relaciones, el “me pongo en los zapatos del otro”. Porque hasta las más reconocidas feministas a quienes admiro y respeto, han “pecado” por su inflexibilidad.

El tema de mujeres y género siempre ha sido ácido. Frente a alguna manifestación siempre hay debate, apoyo, críticas. Yo soy feminista. Si se le quiere poner una etiqueta al lugar desde donde hablo. Tengo también un poco de post-feminista, siguiendo con las etiquetas, y voy mezclando posturas en mi sabrosa bebida existencial. Aquí le presento, apreciado lector, lectora o lectores, unos ingredientes para que se animen a pensar los temas relacionados con las mujeres y los géneros, más allá de las versiones que predominan en los medios masivos de comunicación o las conversaciones superficiales.

@caroroatta