Ébola: Trajes de protección de pies a cabeza blancos y amarillos. Gafas industriales, tapabocas. Gobernantes de aquí y allá dando sus discursos sobre “protección” y “medidas de seguridad”. Horribles trinos racistas son denunciados en las redes. Memes con juegos de palabras alivian un poco la tensión. El Gobierno colombiano anuncia que prohibirá la entrada al país a personas de África como lo han hecho otros. En Cali, un caso que ni siquiera era susceptible de sospecha de contagio, se filtra como noticia a los medios. Rápidamente se desmiente. Ficciones de películas apocalípticas sobre virus mortales y contagios parecen hacerse realidad. Velozmente se dispersa en los medios de comunicación un síntoma más peligroso que la misma enfermedad: el miedo.
Noticias, imágenes que van reforzando versiones basadas en ese miedo. Representaciones que des-humanizan, haciendo más visibles a unas víctimas que a otras. Despliegues detallados e historias de vidas heroicas sobre unos cuantos pacientes estadounidenses y europeos, en contraste con la reducción de las víctimas en Sierra Leona, Liberia y Guinea a simples cifras en aumento: 6000, 10.000, qué más da en ese universo simbólico occidental, racista, elitista y, lo peor, aterrado. De pronto, en esas representaciones del otro o la otra, ya no hay seres humanos, hay números, riesgo. En los discursos, las medidas “preventivas”, los memes, los chistes, su vida tiene sentido en tanto no afecte “la mía”, en tanto pueda controlar su miseria y “se quede bien lejos”, en ese continente extraño.
Tomado de confidencialcolombia.com
Por fin, llega a mí una noticia alentadora, “Cuba lidera la lucha contra el Ébola en África mientras occidente se preocupa por la seguridad en las fronteras”, mi piel se eriza al ver tan evidentes visiones de mundo tan opuestas. No me malinterpreten, aquí no quiero hablar de izquierdas ni derechas. Sí, lo social del socialismo es lo que me atrae más hacia ese polo, pero las embarradas históricas me alejan. Yo siempre en la frontera, estoy y no estoy, atenta. Mis preguntas rebasan esas inquietudes de la comprensión tradicional de la política, tan infortunadamente generalizada. Conciernen la manipulación del sentido más básico de la vida, la solidaridad y la humanidad: ¿cuáles versiones toman más fuerza en la gran industria mediática?, ¿qué cuento nos estamos echando?
Cuan inmenso espejismo miedoso logran construir las grandes cadenas de medios, difundiendo una lectura limitada y egoísta de estas tres cuestiones básicas. La vida segmentada, con unas existencias más “mostrables” que otras, reforzando una vez más, el lugar subordinado que históricamente se le ha dado a África y lo que ésta representa, bien sea por su pasado colonial como “despensa” de materias primas y esclavos, su territorio repartido a voluntad entre los imperios europeos del siglo XVIII y XIX y, en consecuencia, plagado de conflictos en el siglo XX, o por las etiquetas raciales de sus habitantes, negros, árabes, marcados por estigmas negativos.
La solidaridad parcializada, en una lógica de ayuda con prevención, a la defensiva, cuando otras visiones de mundo intervienen para cuidar lo que realmente está en juego: la vida de miles de personas, no una nación, o la soberanía o un grupo de ciudadanos. La humanidad vista desde el lugar de unos cuantos, con sus lógicas de doble moral donde una enfermedad es pandemia porque mata a miles y requiere intervención para que no se expanda, pero el hambre y la pobreza conciernen acciones dispersas para alimentar indicadores y retórica de políticos.
Todas esas representaciones se expanden como virus y yo pregunto: ¿qué ocurre con el sentido crítico de algunos medios y periodistas?, ¿la reflexión ética?, ¿la búsqueda de voces distintas para contrastar y dar la posibilidad a la audiencia de construir un criterio propio?. Y como ser humano me digo, ¿qué hacer?, ¿usted qué haría? Vaya pregunta para nosotros y nosotras, simples ciudadanos de un país Latinoamericano. No se resolverá en estas líneas y seguro dará para largas conversaciones y debate. El problema, apreciados lectores y lectoras, es que ese miedo des-humanizante del que hablo al inicio, paraliza y ni siquiera deja hacerse esas preguntas. Como el avestruz que en los dibujos animados mete su cabeza en un hueco en el suelo, no deja ver más allá, maximiza los riesgos, minimiza las posibilidades de las acciones de cuidado. Elimina los puntos medios, las opciones.
Así quién se anima a ayudar a otros sin esperar algo a cambio. O quien reconoce que puede hacerlo sin dejar a un lado su bienestar, porque sí es posible ayudar con autocuidado. Menos mal hay otras voces, otras versiones del mundo más compasivas y solidarias, aunque menos visibles. Va siendo tiempo de buscarlas, comprenderlas y visibilizarlas, a ver si vamos curando ese síntoma tan disperso en la sociedad contemporánea: el miedo a otros, que a la final, es el miedo a lo que nos dicen de nosotros mismos.