El 9 de noviembre de 1989 yo cumplía 8 años. Me sorprende que el único recuerdo nítido que tengo de ese día sea verme sentada en la cama de mi papá y mi mamá con la televisión encendida y las escenas de la gente con grandes martillos y una retroexcavadora rompiendo el famoso muro de Berlín. Yo no entendía nada, claro, pero me encantaba imaginar eso que llamaban “Cortina de Hierro”. La pensaba tan literal que me preguntaba, ¿cómo cuelgan una cortina de hierro caray?, ¡Eso pesa mucho! Era tan absurdo como las razones reales que dividieron el mundo por 50 años.

Pasados algunos años, disfrutaba mucho buscar en los Atlas y mis libros de Geografía, los mapas viejos en los que aún aparecía la Unión Soviética. En el colegio presté especial atención a las clases de Historia del siglo XX. Por mis raíces europeas y una evidente tendencia política de izquierda en mi familia paterna, me pareció siempre apasionante este siglo, además, era en el que vivía. Así comprendí que la “Guerra Fría” no lo era literalmente, -mi imaginación volaba pensando cómo una guerra podía ser “fría”- sino que era una tensión constante entre dos bloques políticos y geográficos opuestos: Occidente, Liberal y luego Neoliberal con la potencia de Estados Unidos a la cabeza y la Unión Soviética al oriente, comunista y totalitaria.

Y ese tercer grupo de los “No Alineados” que se debatían en su posición subordinada por quién apoyar, como el dilema que enfrenta el presidente de la República de los Cocos, en la película “Su excelencia” de Cantinflas. “Los procedimientos de los colorados son desastrosos… y los procedimientos de los verdes tampoco son de los más bondadosos”, por eso no dio su voto a ninguno. Cuan lúcido el pintoresco Cantinflas en su discurso ante la ONU representando un país tropical que podía ser cualquiera de América Latina, mostrando el problema de imponer las ideas. No sé a ustedes, pero a mí me emociona mucho cuando cualquier obra de arte es planteada desde la compasión y la solidaridad sin dejar de ser crítica, reivindicando la vida como lo más importante. Eso hace el grande Cantinflas, desde esta América Latina que a veces no es consciente de las bellas cosas que le ha dichos al mundo.

Ese día, 9 de noviembre de 1989, representa el fin de esa división de bloques, lástima que no el fin de los muros, las divisiones y las brechas. Hoy se conmemoran 25 años del fin del muro de Berlín y yo también estoy de cumpleaños. En uno de mis rituales extraños volví a ver otra obra maestra del cine “Good Bye Lenin!” y con muchos años y una enfermedad encima quisiera que el final de ese muro, el “Fin del siglo XX” como lo llaman algunos historiadores, hubiera sido como magistralmente lo plantea Wolfgang Becker, donde la gente se cansaba del consumismo y se entregaba a otras posibilidades.

Ya no soy la misma niña inocente que veía las imágenes, los mapas e imaginaba cortinas metálicas, pero me esfuerzo por mantener la inquietud, la creatividad y la disposición para construir día a día una versión de vida muy parecida. Les dejo ese par de regalos hechos en puntos distintos y con planteamientos tan parecidos. Un recordatorio de lo que nos hace humanos más allá de muros, fronteras, políticas y conflictos.

@caroroatta