Esta semana tuve una sensación muy particular frente a la ola de indignación por el horrible asesinato de niños en Caquetá. Es un hecho que me deja sin palabras, que rechazo totalmente y me plantea preguntas muy profundas sobre nuestra humanidad, como ocurre con todo atentado a la vida en cualquier latitud.
Sin embargo, sentí un molesto reclamo en las comparaciones con la movilización alrededor de los asesinatos de Charlie Hebdo en las redes y las críticas a aquellas personas que son, en apariencia, indiferentes. Decidí escribir sobre eso ya que es un interesante ejemplo coyuntural del esnobismo, propio del elitismo que caracteriza nuestra idiosincrasia.
La Real Academia de la Lengua Española define el esnob como “persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos”. Distinción que hoy se asocia también a las formas de indignación, cómo si hubiera sólo una forma o, más inquietante aún, cómo si el hecho de manifestar la indignación constituyera la solución del problema.
Esnobismo que subyace una dualidad problemática: que hay unos que hacen las cosas bien y otros que no, unos que “saben” como indignarse “correctamente” y otros que no porque, como leí en algunos memes, “están pendientes de James o Miss Universo”. Esnobismo que sustenta también una idea elitista del orden, donde el sistema favorece a una minoría rectora que para el caso, “sabe de verdadera indignación”, si me permiten el tono sarcástico.
Me pregunto entonces si no caemos de nuevo en la misma dualidad que justifica actos tan atroces como los que denunciamos. Dualidad que subordina o anula al otro o la otra porque es diferente a nosotros, bien sea en el plano simbólico o en la desgarradora realidad de la violencia. Guardando las debidas proporciones, por supuesto.
¿Cómo actuar entonces? Sobre todo, para trascender la indignación puramente emotiva y generar mensajes más constructivos, más allá de pedirle a los otros que piensen o actúen como nosotros en medio de nuestra válida angustia.
Una de mis expresiones favoritas es “tomar distancia”. Nada mejor que tomarse un tiempo para reflexionar, analizar, considerar o elaborar las opiniones y, sobre todo, las acciones. Y qué mejor que hacerlo en todos los escenarios de la vida, “tomar distancia” de sí mismo y de los otros en lo personal y de los acontecimientos, en lo público, en estos tiempos de inmediatez mediática dónde todo el mundo cree que puede opinar sobre todo, todas y todos.
Tal vez así la vida en redes pueda ser más llevadera para aquellos que son muy sensibles ante la injusticia y quieren evidenciarlo todo el tiempo o para quienes son indiferentes. Cada quien en su cuento sin agresiones.
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