I
«¡Quiero cogerle esas teticas!», le gritó el hombre desde un camión. ¿Teticas?, se dijo, mientras miraba su pecho. Tenía 13 años y hasta ese día siempre había creído que eran tan pequeñas que nadie las notaba. Sobre todo si las comparaba con las «tetotas» de la vecina «que está más buena», como decía su amigo de en frente. Se sintió halagada y soltó una carcajada sin saber si era de los nervios o de alegría por la repentina visibilidad de sus pechos en el grito de un camionero. Afloró en ella un sentirse femenina, atractiva, pero con cierta culpa de disfrutar tal comentario por parte de un extraño.
II
Un auto se estacionó a unos 50 metros del grupo de amigas que tomaban un refresco frente a la tienda. Era un Renault 4 verde oscuro, algo destartalado. La puerta del piloto se abría y se cerraba como si alguien la empujara torpemente. El movimiento llamó tanto su atención, que se quedó mirando fijamente la figura de un hombre que movía su mano rápidamente, sacudiéndola entre sus piernas. Una corriente helada subió por su espalda cuando constató que lo que el hombre sacudía era su sexo. Quería gritar y expresar su asco a sus amigas para que juntas fueran a recriminarlo. Pero su habla también se había congelado. En un reflejo de supervivencia se levantó y entró a la tienda. ¿Buscaba un teléfono?, ¿quería pedir ayuda? No hizo nada y volvió a salir confundida. A lo lejos, el hombre del Renault verde cerró por fin la puerta y condujo por la calle que llevaba a la autopista. Aunque se sintió aliviada con su partida, no pudo hablar. Sus amigas nunca supieron lo que había pasado. Tenía 14 años.
III
En un bus lleno de gente, por fin había logrado sentarse en un puesto que daba al corredor. Escuchaba música con sus audífonos cuando sintió un bulto que se frotaba contra su hombro. Miró de reojo y vio la cremallera del pantalón de un hombre. Pensó que lo estaban empujando en medio del tumulto y se movió un poco para evitar el contacto. Pero el hombre comenzó a balancear su pubis intentando de nuevo alcanzarla. «¿Será cojo que no puede quedarse quieto?», se preguntó con ingenuidad. Miró a ver si faltaba mucho para su parada. No estaba ni en la mitad del camino. El hombre siguió frotando su bulto cada vez más duro. Ella se levantó con cortesía y le cedió su puesto para que la dejara en paz. El viejo la tomó del brazo y la miró a los ojos balbuceando palabras que no entendió. Ella no dijo nada, solo se fue a sentar al fondo del bus. Tenía 15 años.
IV
Una mañana soleada y de mucho calor, esperaba a un amigo en la plaza frente a la Universidad. Un hombre muy bien vestido con traje y corbata se acercó. «¿Usted va a estar aquí mucho tiempo?, preguntó. -Un rato…, respondió ella. -Tenemos una reunión y uno de los invitados está retrasado. Este era nuestro punto de encuentro pero debemos ir ya al salón para recoger las llaves. Tiene camisa clara y pantalón beige. ¿Si lo ve podría decirle que estamos en el salón 2041, por favor?. – ¡Claro que sí!, no se preocupe». No parecía una tarea complicada y a ella le gustaba ayudar a la gente. Una media hora después, un hombre con camisa y pantalones claros la miraba a unos dos metros. Su físico coincidía con la descripción y se lanzó a preguntarle si venía a la reunión. El hombre le dijo que no, que no era él. Que venía de una entrevista de trabajo y no se sentía muy bien… «¿Puedo contarle algo señorita?, me da un poco de vergüenza pero no tengo con quien más hablar. – Claro dígame». Pobre hombre, se nota que necesita hablar, fijo le fue mal en su entrevista y pues a mí me gusta ayudar a la gente. «La he estado mirando desde hace rato y usted me gusta mucho, ¿no le gustaría venir a un hotel conmigo? – Si no se abre de aquí ya mismo comienzo a gritar, susurró ella». Tenía 22 años.
V
Hace un año, un compañero de trabajo no estaba de acuerdo con que una mujer fuera su superior. Invadió su email con mensajes escritos en lenguaje rimbombante, en los que con diplomacia le expresaba que «estaba disponible para colaborarle en lo que no supiera». Su respuesta fue sobria, agradeciendo el ofrecimiento y aclarando que había sido elegida por sus capacidades. Los mensajes fueron cada vez más agresivos, hasta decir, cegado por su paranoia, que ella estaba haciendo cosas a sus espaldas, sin respetar su antigüedad y experiencia y «no estoy de acuerdo con sus nuevas ideas y sus formas oscuras de actuar». El último mensaje fue para presentar su renuncia, por razones «personales». Ella tenía 35 años y siguió en su puesto de Presidenta.
VI
(Incluye aquí tu historia)
Epílogo
A todos y a los que vendrán los ha perdonado porque el perdón la libera. Pero no olvida, por eso es feminista, por el respeto a la igualdad, a la diferencia y a la vida.
Conozca mi blog de poesía Dulce Poética: poemas para endulzar nuestros miedos y dudas