En medio de la polarización que vive el país -principalmente entre los partidos políticos más predominantes- que se ha irrigado dentro de grupos, asociaciones y organizaciones, la critica es cada vez menos aceptada. Además, quienes hacen parte del régimen gubernamental u organizacional no critican porque, para ellos, sería quitarle el respaldo a su grupo y los que no son de ese grupo no son atendidos, porque, supuestamente, lo hacen solo por ser de otro bando y ni siquiera se escucha lo que dicen porque la polarización lo impide.
Es necesario preguntar ¿quién oye la crítica constructiva? Será posible que, ¿en un país de millones de ciudadanos todos estén enmarcados en dos bandos? O que ¿nadie pueda hacer crítica tendiente a ayudar, a tratar de sugerir para mejorar, a señalar que se están cometiendo errores deliberada o inconscientemente? Soy del pensamiento de que sí hay personas que sugieren o critican para ayudar al todo, no a uno de los dos lados de la polarizada sociedad.
Esa es la crítica constructiva, que aunque quienes están a la cabeza de un régimen no lo quieran reconocer, sí hay personas de buena voluntad, de buena fe, que les duele el país o sus organizaciones y se toman el trabajo de investigar, llenarse de datos y razones… que le dedican tiempo a buscar soluciones y las presentan a quienes dirigen con el único ánimo de mejorar el país o la organización, con la esperanza que esa mejora los afecte positivamente a cada uno, a su familia y su calidad de vida.
Quienes más acallan la crítica constructiva son los que apoyan ciegamente el régimen nacional u organizacional. Unos porque confían ciegamente en él y no se informan de lo que realmente está pasando, otros porque no les conviene que las cosas cambien o porque el beneficio que reciben del régimen lo consideran mayor que el mal que causa la mala conducta o la novedad a corregir con la crítica. Razones hay muchas, pero la crítica en Colombia es cada vez más silenciada o no atendida, con la idea de que quien gobierna siempre tendrá apoyo, se hagan las cosas como se hagan y la mediocridad continúa en un status quo que se pretendió cambiar a través del voto en gobierno u organización, pero llega el siguiente con las mismas costumbres y problemas, con la disculpa que si el anterior lo hacía porque ahora no, cuando se escogió fue precisamente para cambiar.
Entre esas excusas, está la defensa de la institucionalidad. Esta herramienta se ha convertido en el caballito de batalla de los defensores a ultranza. Que si se critica o se sugiere, se está tratando de atacar la institucionalidad y resulta que es todo lo contrario: quienes lo hacen de buena fe, lo que están pensando exactamente es en corregir y que cada vez cumpla mejor sus funciones; pero eso es algo que quienes asumen sus funciones con carácter personal no lo pueden entender y a quienes se benefician de sus fallas no les importa, o no entienden, y reaccionan negativamente a la crítica constructiva.
La diferencia en el significado entre institución y gobierno es tan grande que llegar a confundirla no puede ser de buena fe. Es completamente claro cuando se critica a quien gobierna y cuando a las instituciones en sí. Según la Real Academia de la Lengua una institución es “cada una de las organizaciones fundamentales de un Estado, nación o sociedad.” O el “organismo que desempeña una función de interés público, especialmente benéfico o docente”. Como se ve en las definiciones, estos conceptos son impersonales. Otra cosa, es quien se designe o elija para llevar las riendas de cada institución, ente, asociación, organización o sociedad, que es el gobernante, que según la misma rectora de la lengua define como gobernar “mandar con autoridad o regir algo” o “dirigir un país o una colectividad política”.
De manera que a quienes hacen críticas constructivas al gobierno nacional, regional o societal, con base en las leyes, los reglamentos, los estatutos de una organización y mostrando los beneficios que se pueden obtener atendiendo la sugerencia que se está presentando, no se puede en ningún momento acusarlos de estar atacando la institucionalidad y mucho menos que está buscando acabar con la sociedad, agrupación, entidad o el país. Usar el tema de la institucionalidad para acallar críticas constructivas al gobierno o al régimen, es realmente hacer parte de esa polarización, contribuir a agrandar el problema y crear más injusticia de la que hay o incluso ser cómplice de las novedades que se están tratando de solucionar o de los errores, que las personas de buena voluntad y preocupados por la organización quieren corregir.
La polarización y parcialización en la conceptualización de los problemas y sus soluciones se ha diseminado de tal manera que ya prácticamente ni se habla de defender la patria. No solo las Fuerzas Armadas con las armas de la República son las únicas que pueden hacerlo, la patria se defiende desde todos los campos del poder y todos los escenarios, protegiendo las instituciones y sus bases jurídicas y legales. Es el fin superior que debiéramos tener todos y siempre debe estar por encima del interés partidista y grupal, pero si cada uno está encasillado de un lado del problema ¿quién está preocupado mirando y protegiendo la institucionalidad? Tiene que haber personas viendo por el bienestar de la patria, ya muy poco se habla de defenderla desde afuera del medio castrense, cada uno trata de defender su lado, su posición, su grupo, su ideología, sus intereses y muy pocos de defender el país y sus habitantes como un todo.
La crítica constructiva no es la que va en el sentido que conviene a una de las partes, es la que va en el sentido del bienestar general y del fortalecimiento nacional e institucional, una critica constructiva no puede ir en apoyo a la corrupción, por mínima que sea, o porque es menor que una anterior, una critica constructiva siempre debe ir en favor de los más altos intereses de una organización o de una nación. La democracia necesita de la crítica, ojalá siempre constructiva y de quien la escuche para cada día ser mejores.