LA SEGURIDAD ALIMENTARIA ES GARANTIA DE VIDA. Ha surgido una gran polémica en Colombia sobre la próxima Reforma Tributaria, al parecer el único programa real de todos cuantos se habían anunciado en campaña, de parte del gobierno electo. Cada vez que anuncian la designación de un nuevo funcionario, este llega con más impuestos debajo del brazo. No habla sobre lo que piensa hacer, cómo le va a mejorar la vida a los colombianos, ¡nada! Solo qué impuestos le gustaría colocar y muchos de ellos han mencionado alguno que van incluso contra los anuncios del candidato electo, cuya frase más conocida y en la que más a gusto se siente pronunciando es “Colombia Potencia Mundial de la Vida”.

A medida que se van conociendo a los designados, aunque puede haber cambios, se están viendo diferencias entre lo prometido en campaña y lo anunciado en este interregno, incluyendo las medidas sobre alimentos y bebidas para las necesidades básicas de los colombianos (absolutamente todos comen y beben, no solo los ricos, ni solo los pobres, ¡todos!), muy pocos han llegado a tranquilizar a los colombianos en estos temas y la verdad casi en ninguno, lo que ha incidido, como se dijo a su tiempo, en el tamaño de la devaluación y el reciente precio del dólar, sin quitar responsabilidad a quien aún preside.

Algunas cosas pueden deformarse al pasar de la fantasía de la campaña a la realidad de su puesta en acción, pero hay cosas como ser una potencia de la vida que calaron en la mente de los colombianos que no se pueden tomar a la ligera. Sería completamente inaceptable que no solo no se hiciera algo relevante, sino que además se fuera en contra de esa intención. No se puede tomar ninguna acción en contra de la vida de los colombianos y el hambre y la sed atentan con ella, en un país donde se muere gente de hambre y de sed, esto puede suceder por cualquier causa y, en lo que corresponde al gobierno, sería ya muy malo que fuera por omisión, pero que fuera por acción sería pésimo e imperdonable y peor si esto es avisado.

Todos hablan de una gran pobreza en el país, lo más peligroso de esa pobreza es el hambre y la sed que causa, que al ser crónica se vuelve en desnutrición, deshidratación y muerte. Es claro que el hambre y la sed en Colombia no es por escasez de alimentos, ni de agua, ni de bebidas, es porque los pobres no tienen con qué acceder a ellos, no tienen cómo pagarlos al costo que han alcanzado hoy. De manera que el costo de alimentos y bebidas en Colombia está llevando hambre y sed a muchos hogares. El gobierno y el legislativo lo saben, al igual que los políticos, quienes, cuando estaban en campaña, trataban de concientizarnos que hay familias en Colombia que ya no pueden tener las tres comidas al día. Encarecer aún más alimentos y bebidas es aumentar deliberadamente el hambre y la sed, poniendo en peligro la vida de los más necesitados.

Brindar una seguridad alimentaria es absolutamente necesario para cualquier gobierno, pero ineludible para uno que quiere ver al país convertido en Potencia Mundial de la Vida. Que aumente la cifra de los niños muriendo de hambre y sed en la Guajira u otros sitios apartados borra de tajo una visión y una meta como esa. Mas allá de pronunciar mil veces un slogan, se necesita actuar diferente a los gobiernos anteriores donde la muerte de infantes ya hacía parte del panorama. Un niño que muere por desnutrición es imperdonable y además refleja las condiciones en que vive su familia en su casa. Si su única esperanza de comida y bebida es un PAE, cualquier peso que se le suba a sus alimentos y bebidas los acerca a la desnutrición y la deshidratación, no importa el color o el sabor o cualquier características de ellos, si no lo pueden adquirir por cualquier tecnicismo burocrático que lo vuelva inalcanzable en precio atenta contra su vida.

Obviamente, la forma de impulsar y garantizar esa seguridad alimentaria es tratar que los alimentos y bebidas lleguen a cada pueblo del país al menor precio posible, jamás encarecer la comida ni la bebida por deporte o por convencimientos sanitarios de fantasía. Para buscar ese menor precio posible se deben hacer esfuerzos en toda la cadena productiva de alimentos y bebidas, reduciendo esos precios de producción y evitando gravar a cada uno de los actores, materias primas, cultivos, ganaderías, suministros etc, entre más se abarate cada paso (o se evite encarecer), menos costoso será el alimento o la bebida al final y eso significa una sola cosa, mucha más gente va a poder adquirirla y eso reducirá el hambre y la sed.

A los que les gusta decir que es que en otros países pagan impuestos por alimentos y bebidas para que sean más sanos, los invito a que miren la realidad: la revuelta de Sri Lanka por haber encarecido los alimentos, buscando supuesta perfección proteínica o calórica, no pudieron pagarla y se están muriendo de hambre; y el hambre sin equanum saca al pueblo que la sufre a la calle. En Panamá le colgaron tantas cosas a los precios de los alimentos que se salieron del alcance del bolsillo e igual el hambre los sacó a las calles; incluso países desarrollados cada vez más se ven afectados por los altos precios artificiales de alimentos y bebidas, como Holanda cuyos granjeros asfixiados salieron a las carreteras con sus tractores a decir que no pueden más y todo eso tambalea la seguridad alimentaria de sus países. La pregunta es ¿cómo esos eruditos que buscan políticas publicas de salud en otros países no se dan cuenta que en otros países están produciendo hambre y sed y en su ceguera los traen aquí, donde ya estamos al borde, a complicar las cosas para que lleguemos nuevamente a la situación de hace un par de años en que al tratar de poner impuestos al hambre y la sed de todos los colombianos salieron a las calles a rechazarlo, unos pacíficamente y otros violentamente, pero la gran mayoría se manifestó?

Agregar impuestos innecesarios indefectiblemente aumenta el precio de alimentos y bebidas, sin importar si son perfectos o si a todos gustan, no es problema del estado; importando caro lo que se produce en Colombia, o insumos por la pereza o el complique de hacerlos acá, o por volver esa producción complicada con miles de trámites y restricciones, etc. y colocando impuestos en cada uno de los pasos, hasta que al salir el kilo de carne o de cerdo, o de papa o los huevos, lleva encima tantas arandelas que sale convertido en un artículo de lujo, que muchos colombianos no pueden adquirir y pasan a engrosar las filas del hambre.

La hipocresía de la política de salud publica es insostenible. Si realmente les preocupa la salud, verían que los países que han implementado impuestos a las bebidas azucaradas no han reducido la obesidad, solo el consumo, pero lo han reemplazado por otras, afectando la industria y el empleo. Si de verdad les preocupa la salubridad hay que mejorar el cubrimiento de agua potable en el país, seguro hace más daño un vaso de agua con amibas, que una gaseosa, pero volver impagable las bebidas en lugares donde no llega agua potable es matar a quien no puede adquirir el líquido, del color o sabor que sea. Es más peligrosa la deshidratación que la supuesta obesidad, la primera le da a todo el que no consuma la cantidad mínima de líquidos, el segundo solo a quien su metabolismo no procese adecuadamente algunas sustancias. En Colombia el índice de obesidad según la Encuesta Nacional de Salud Nutricional de 18.7%, mientras que según la encuesta de nutrición del Programa Mundial de Alimentos, Naciones Unidas y el Programa Nacional de Derechos Humanos, PNDH, en Colombia hay 12 millones de personas que han sufrido de deshidratación; de manera que, hay unos inteligentes que los ponen en peligro por evitar esos obesos, que ya se dijo que no se curan encareciendo las bebidas azucaradas y que a lo mejor ni toman gaseosas, comen mucha grasa o incluso comida sana en exceso, todo en exceso es malo. Tratar de satanizar un solo elemento y en una sola presentación se sale de toda posibilidad de buena fe.

En una Colombia Humana, que realmente quiere volver el país una potencia mundial de la vida, en medio de una de las mayores inflaciones que ha tenido en su historia, una prioridad debe ser llegar inmediatamente a bajar el precio final de los alimentos y bebidas, para lo cual de parte del gobierno el más directo y rápido es disminuir impuestos a alimentos y bebidas y posteriormente costos de producción. Es ineludible garantizar una seguridad alimentaria, minimizando costos en cada paso de la cadena de producción para que llegue al consumidor final al menor precio posible, dejando totalmente fuera de toda lógica siquiera pensar en colocar más impuestos a cualquier alimento o bebida, o cualquier base de su producción que siempre lo reflejaría en su precio.

Las familias del día a día podrían llevar más comida a su mesa con alimentos y bebidas sin impuestos, que dejando retenidos en una tienda una quinta parte de lo que logran rebuscarse. Cada impuesto que agregan es más hambre o sed en la mesa de alguien. Es diferente que esos almacenes y tienda paguen sobre sus ganancias reales, que es la esencia sana de los impuestos, a que a cada migaja de pan lleve impuestos a la harina, a la levadura, al polvo de hornear, a la electricidad, etc y luego al mismo pan como producto final, demasiado plurifásico. Eso es solo un ejemplo, pero sucede para el atún, para el pollo, para la carne, que ya hay uno de los designados con iniciativa alborotada pidiendo impuesto al ganado, como si de ahí no saliera la carne, la leche y los lácteos o de otro que piensa subir impuestos donde pastan, para hacer daño a los ricos. No, cualquier impuesto a alimentos y bebidas o a cualquier elemento de sus cadenas productivas se traduce en hambre y sed para muchos colombianos y no son precisamente los ricos.

En un gobierno por la vida, los alimentos y las bebidas deben ser intocables, cada impuesto que quiten son muchas personas o familias que van a comer mejor y algunas incluso van apenas a poder comer, con cada impuesto a alimentos y bebidas que se incluyan le están quitando el bocado o el vaso de la boca a muchos colombianos. Independiente que ese alimento o bebida sea 100% nutritivo, 100% sano, 100% natural, eso no tiene nada que ver, la seguridad alimentaria debe estar acompañada de libertad alimentaria y cada uno la acomoda a sus costumbres personales, familiares y regionales con respecto a su bolsillo, a su propio metabolismo. No se puede llevar el papel del estado a meterse en la mesa, en la boca de cada colombiano y en cada momento, ni hacerlo pagar más si no toma o come lo que algún insensato del gobierno le gusta que tome o coma. La única preocupación debe ser que la comida y la bebida sea lo más asequible posible, o por lo menos que el estado no se la quite. Qué come o qué bebe es de cada uno.