La ceremonia de graduación de oficiales de las Fuerzas Militares de Colombia tradicionalmente es un evento de profundo simbolismo institucional y trascendencia democrática. Más allá de la constitución y leyes, en cumplimiento y materialización de las mismas, esta celebración anual se erige como un pilar que alimenta, consolida y otorga fuerza a la democracia más antigua de América.

En este acto, la interacción entre el poder civil y el militar adquiere un significado simbólico singular. La entrega del sable o espada de mando, realizada personalmente por el Constitucional Comandante Supremo de las Fuerzas Militares – Artículo 189, numeral 3- al oficial graduando, simboliza la asignación de la responsabilidad de proteger la democracia y la soberanía nacional. Este gesto, arraigado en la tradición institucional colombiana, da inicio al compromiso de aquellos que han superado años de formación hacía el uso legítimo de las armas del estado en protección de sus ciudadanos, en defensa de sus instituciones y su democracia en una vida marcada por sacrificios, esfuerzos, dedicación y patriotismo.

Aunque esta ceremonia posee elementos castrenses, su relevancia trasciende las fronteras de lo militar para convertirse en un acto de profunda importancia democrática. Es la entrega de la espada de mando, por parte de quien fue elegido por el pueblo para dirigir los destinos de la nación, a quienes van a liderar los ejércitos de tierra, mar y aire del país, lo que confiere un significado único. Delegar esta función a un no electo disminuye la esencia democrática e intrínseca de la ceremonia.

La riqueza simbólica se extiende a cada detalle, el empoderamiento de los nuevos lideres, al tenerlas por primera vez en su mano, la bendición de esas armas por el Capellán de la Fuerza y acto seguido, las palabras del Presidente de la República, elegido democráticamente. Estos elementos refuerzan la importancia irremplazable de la ceremonia, marcando el camino que los nuevos oficiales emprenderán al servicio de las armas, por el país.

Son de la mayor importancia las palabras del Presidente de la República, en las cuales dá sus directrices a los nuevos oficiales sobre lo que va a ser su vida al servicio de las armas y lo que espera el país de ellos, pero también de la fuerza a la cual pertenece, siempre con base en los más altos intereses nacionales y alusivo a todas las guarniciones del territorio nacional a donde van a ser destinados los nuevos oficiales.

En este acto, el poder civil y el militar convergen, delineando el rumbo que cada fuerza y sus nuevos integrantes seguirán. La ceremonia se convierte en una oportunidad ineludible de mutuo respeto, guiada por las exigencias constitucionales, legales, democráticas y tradicionales que definen las funciones de cada actor, cuyo papel en la misma es personal e intransferible. En última instancia, la graduación de oficiales se erige como una brújula que orienta el compromiso conjunto hacia la defensa de la soberanía, la seguridad nacional y los más altos intereses de la patria.