Colombia, como lo muestra en su balanza comercial, es un país importador. Esto es solo un reflejo de una vocación más política que de su población, ya que hay muchos emprendedores y las mentes más sobresalientes para la producción van a trabajar a empresas en el exterior, donde sus servicios son mejor reconocidos. Mientras tanto, la política económica, en especial últimamente, sataniza al empresario y al productor, entre los que se encuentran los productores de tecnología.
Esa vocación de la pereza y de comprarlo todo hecho, en vez de producirlo, ha llegado a límites de extremo descaro, en casos como los de la cacareada sostenibilidad y transición a energías limpias. Se han puesto fechas límite para el uso de los vehículos de combustión, para ser reemplazados por eléctricos, pero con base en que en esa fecha se importen los vehículos que desarrollen otros países, sin el más mínimo esfuerzo tecnológico de parte del país para producir vehículos eléctricos, ni componentes como baterías u otros.
Este descaro político-económico colombiano se da en muchos aspectos, no solo en vehículos, lo que va haciendo nuestra economía cada vez más dependiente de la de otros países, que progresan, crean industrias millonarias en las nuevas tecnologías, mientras los colombianos nos acostamos en las hamacas a descansar, mientras los otros crean puestos de trabajo y nos mandan las cosas hechas. El tiempo pasa y el país se va quedando en tecnología, inteligencia artificial y sin los empleos que conlleva la producción de estos bienes que aquí esperamos que nos lleguen hechos, porque a la hora de gastar y de usar sí queremos la última tecnología.
Todo esto se agrava desde que las cabezas económicas encontraron un beneficio personal o grupal en la devaluación de la moneda. De manera que esos bienes que no se quieren producir, que se quieren esperar a que los otros trabajen y los produzcan, llegarán cada vez con un diferencial mayor de precio con relación a los países que los producen, creando un círculo siniestro económicamente. Con un poder adquisitivo cada vez menor, los bienes que adquiramos, los pagamos a muchísimos más pesos, que lo que lo pagan los ciudadanos, equivalente en sus monedas, de los países productores.
Según datos del DANE, el índice de producción industrial ha disminuido en los últimos años, lo que refleja la creciente dependencia de las importaciones. Además, la implementación de aranceles elevados no solo no protege la industria nacional, sino que también incrementa los costos para los consumidores locales. En 2023, los aranceles promedio en Colombia fueron del 15 %, una de las tasas más altas de la región, lo que contrasta con países como México y Brasil, donde las tasas son significativamente menores.
Y aún peor, los gobiernos irresponsables no han entendido que el exceso de impuestos ya tiene al país produciendo menos recaudo. Cada vez les parece una mejor idea, o sabiendo que es pésima, aprovechan el momento de popularidad al inicio de cada gobierno para subir los impuestos, en especial los de importación o aranceles, además de los de venta en Colombia, encareciendo todo y privando cada vez más colombianos de acceder a productos que para los ciudadanos de los países productores es normal usarlos en clases económicas modestas, teniendo una mejor calidad de vida.
Estos aranceles son tan absurdos que ni siquiera protegen una industria nacional, porque se le ponen impuestos del 40% y más a bienes que no producimos. Ni siquiera estamos defendiendo nada, simplemente queriendo aprovecharse de la producción de otros, supuestamente para recaudar para el gobierno de acá, que ni siquiera se toma la molestia de incentivar la industria y las exportaciones. Pero a costa de negar el acceso a gran parte de la población a elementos, tecnología y comodidades que son normalmente aprovechadas por ciudadanos de su equivalente social en otras latitudes y a lo mejor producida allá por colombianos exiliados por la mediocridad industrial y económica.
Esta combinación de importar todo, con deliberadamente devaluar la moneda, que cada vez nuestro peso valga menos, es un complemento demasiado peligroso para nuestra economía. Ahondado por el exceso de impuestos y aranceles que hacen que todo lo importado, sin defender la producción nacional incipiente, sea exageradamente costoso para nuestros nacionales. Pero que a la final es una bola de nieve que cada día afecta más nuestra economía, ya que cada vez serán más los productos importados, cada vez menos los puestos de trabajo de una industria que, como lo muestra hasta el DANE, ha disminuido su producción. Comprar todo hecho es un factor de pereza para su población, donde los que se resisten a la flojera solo pueden irse del país a trabajar a otros países donde valoren su iniciativa y tecnología, pero también donde ser industrial o productor no represente un pecado para gobiernos que consideran que al que produzca hay que drenarlo tributariamente hasta que desista.