No es para menos, tener éxito en el amor es hoy una cuestión de marketing digital. Todo se ha vuelto un solo patrón de conquista: una buena foto con filtro de arcoíris y una frase inspiradora puede cautivar el corazón de alguien, no importa de quién. Este es uno de los éxitos de las redes sociales: encontrar compañía en extraños que cargan con las mismas taras que nosotros.
Esto se ha venido encima demasiado rápido, pasamos de buscar el amor en los cafés y las salas de espera de los aeropuertos a descargar una aplicación para dar con la persona indicada –y a la vuelta también nos registramos en Ashley Madison-. Es raro, queremos huir de la vida y escondernos de la gente que conocemos para recuperar algo de privacidad pero al tiempo terminamos mandando fotos desnudos y creando lazos personales, digitales quedaría mejor, con gente a quien ni siquiera le conocemos el tono de voz.
Ahora las grandes historias de amor comienzan y terminan con un celular y medimos la calidad de la relación con los likes que alcanzamos en Instagram y Facebook. Hay que ver el montón de cadáveres virtuales que va uno dejando a cada rato cuando termina con alguien: estados, canciones, collages, todo lo que alguna vez vendió la idea de felicidad y amor infinito permanece en la red como ruinas históricas a las que jamás les pasa el tiempo. Así comprobamos que a pesar de que el amor para siempre dura tan solo unos meses su cadáver virtual jamás se descompone.
Volviendo a los extraños, que somos todos, no queda otro remedio que aprender a querernos con códigos binarios. No hay película más patética y realista que ‘Her’, así andamos más de uno, enganchados a las máquinas en las que pensamos encontrar la clave para superar la soledad a la que ellas mismas nos han enviciado.
Yo dedico gran parte de mi tiempo en la red a hablar con extraños, uno no sabe cuánta gente esté tan desesperada como uno, que ante el mínimo contacto físico puede jurar amor para toda la vida, así todo termine en nada.
Ilustración: Tina Ovalle