Hace tiempo que la vida se volvió un contrato permanente con el diablo y aceptamos los términos después de crear el usuario y la contraseña. Vendemos el alma a cuanta red social está de moda. Perdemos el tiempo, la privacidad, la independencia, el sueño. Aún me resisto a abrir Instagram y no tengo idea de qué es Tumblr. Yo manejo dos correos electrónicos, Twitter, Facebook, un blog, Skype y mi cuenta bancaria y siento que no puedo con tanto. Deberían verme cuando olvido la contraseña de alguna cuenta: comienzo a sudar, maldigo y le doy golpes al escritorio. Me asusto como un niño perdido en un centro comercial, pienso que alguien me robó la vida y hasta que no doy con la mayúscula o el número que falta no me tranquilizo.
Según el Centro de Investigación Pew, los adolescentes están cansados de Facebook porque los adultos –entre ellos sus familiares-, llegaron a la red para cohibirlos. Y así corren de un lado a otro, dándole vida a perfiles basados en la bipolaridad. Hay periodistas que tienen dos cuentas de Twitter –profesional y personal-, como si fuese sano llevar tres vidas al tiempo.
Facebook tiene más de 900 millones de usuarios –algo así como el tercer país más poblado del mundo después de China e India-. Y ahí estamos nosotros, entre 300 millones de fotos diarias. No hay a donde escapar. Quienes están emigrando a Twitter deben saber que es igual de deprimente: gente como yo hablando de estupideces todo el día. ‘La red inteligente’ está inundada de políticos y pastores de iglesia, de periodistas y ex presidentes desempleados.
Si estamos buscando amigos entre millones de desconocidos es porque ayer algo hicimos mal y no hemos logrado amar a quienes están cerca. ¿Cuál es el punto de llegada? ¿Cuántas almas le daremos al diablo por lograr un poco de compañía? Tan vacíos estamos que escapamos de nuestra familia en Facebook para luego sentarnos a almorzar con ella.