Nos roban sin el cuchillo en el cuello, con la ilusión de una cifra real de un descuento imaginario, con un shampoo anticaspa de $14.000 que rematan en $13.999 y creemos que algo cambia, que el sistema no favorece por un día al propietario del supermercado, que la justicia existe y vale solo un peso. Las cifras engañan más que la gente –aunque parezca ficción-, y los números hacen presidentes y los mantienen por ocho años –que es un número también-. Nunca sabemos el valor real de las cosas, los precios cambian cuando se pide descuento y el costo de vida lastima menos si se paga de contado.

Somos una fecha de nacimiento, con decenas de kilos y claves de cuentas bancarias. 106 huesos con más de 650 músculos y 32 muelas caminando por la carrera 7 con calle 26. Podemos perder la vida en un segundo y lo normal es que el corazón esté entre las 60 y 100 pulsaciones por minuto. Es aburrido vivir con la cabeza llena de operaciones, recibir el sueldo y dividirlo mentalmente en las facturas de servicios. Sumar los minutos que gastamos del plan de celular y restar del paquete de datos las megas de navegación nos consume poco a poco.

El mercado nos ve la cara de idiotas, al igual que la vida y los políticos. Todo lo que nos convence de ser necesario termina por engañarnos, como el amor. Las más peligrosas son las cifras que no terminan en ceros, que parecen sinceras por ser impares. Las presentan con la ingenuidad de un niño que va a la tienda por el azúcar y les regresa a sus padres $375 de vueltos. Pudo redondear a $370, a lo colombiano y robarse el resto en dulces pero no sería creíble a la hora de rendir cuentas. Por eso es mejor escribir 89 razones en contra del gobierno de Santos, porque seducen más que 90 y tienen pinta de honestas, como de alguien que no redondea con mentiras a pesar de estar tan cerca de la próxima decena. Hace falta una sola y no es difícil de inventar, pero como el peso menos en el precio del shampoo, es necesario descontarla para que creamos que algo está de nuestro lado.

 

@jimenezpress