No sé de dónde viene la manía de sentirnos tristes en los días de Navidad. Debe ser una especie de tara que impide disfrutar que las cosas marchen bien alguna vez en la vida o por lo menos una vez al año. El drama parece ser más adictivo que la cocaína.
Siempre que llega diciembre repaso mentalmente cada error y fracaso de los últimos doce meses. En mi cabeza adelanto y retrocedo fotograma a fotograma y palabra por palabra cada frustración y por pequeña que sea me hundo en la culpa por lo que hice mal o dejé pendiente. Pienso en esas llamadas familiares que no contesté, en las citas que cancelé a personas que necesitaban de mí pero que me aburrían extremadamente con sus dramas cotidianos, en mis infidelidades, en las veces que preferí pegarme al celular en lugar de interactuar en alguna reunión familiar con personas que no veía desde hace dos o tres años. Me siento una mala persona, no es necesario ser un congresista colombiano o un guerrillero de las Farc para cargar con ciertas culpas oscuras. Diciembre es para algunos –como yo-, una especie de espejo negro, un domingo largo.
Me molesta que esta época se convierta en una tusa cargada de nostalgia. Tengo una amiga que hace cuatro años se casó con el hombre de su vida, un empresario con propiedades y negocios en Estados Unidos y Europa, uno de esos delfines que desde los 20 años tenía apartamento en el norte de Bogotá e iba a la universidad en Mercedes. Ella lo tiene todo con él y aún así llora cada 31 de diciembre por su ex novio, pero cuando le pregunto por qué lo hace dice que no sabe, que solo lo extraña y se siente culpable por eso. No entiendo, cuando se trata de amor siempre nos falta algo.
Todos tenemos cuadros clínicos silenciosos que se manifiestan una que otra vez en la vida, pero la depresión navideña parece un mal común. Somos varios quienes publicamos canciones y compartimos estados de Facebook cargados de una dosis de misantropía sin fundamentos. Es como si odiar al resto fuese la única forma de gritar que necesitamos cariño.
Imagino que se trata solo de la impotencia de que pasen otros 365 días sin tener lo que tanto deseamos. Después de cuatro años me llena de pánico y de angustia, por dar solo ejemplo, que tú y yo no tengamos una fotografía juntos. Por eso en esta época escucho World spins madly on de The Weepies y espero como un niño trasnochado a que la Navidad o la vida mejoren con algún regalo.