Colombia es más absurda de lo que se muestra en Actualidad Panamericana y los colombianos somos más oscuros que todas las temporadas de Black Mirror.
Creemos que somos mejores que la guerrilla y los paramilitares y los políticos pero nuestros crímenes cotidianos son igual de nocivos y peligrosos. Lo que pasa es que no salimos en la prensa ni llegamos a ser Tredding Topic en Twitter, por eso jamás sentimos culpa por sobornar al policía de tránsito, comprar licor de contrabando, colarnos en Transmilenio o desear que asesinen al Presidente y al equipo negociador de paz. Es como si nuestra maldad no contara porque no salimos en los medios y así vamos por la vida, lastimando al resto y delinquiendo sin aceptarlo.
Lo digo porque en estos días en Santander acabamos con dos modelos bumanguesas y hasta con la misma reina del departamento – me incluyo porque todos de alguna forma tenemos algo de culpa-. Acá llevamos un tufo de morrongos que no se nos quita con nada y aún nos parece la locura que alguien se grabe teniendo sexo o saber que Yenifer Hernández -como la mayoría de las adolescentes- también insultaba al mundo a través de Twitter. Hablamos de follar, cosa que hacemos los adultos y de tuitear estupideces, cosa que hacemos todos.
Aunque en realidad es normal que nos alteremos por eso. En Bucaramanga estos temas nos parecen aterradores porque desde acá no solo exportamos zapatos y hormigas culonas, también forjamos procuradores y elegimos diputadas cristianas.
Pero decía que los políticos no son los únicos culpables. Nosotros, quienes nos consideramos normales, somos los encargados de poner a cualquiera en la guillotina de las redes sociales y descuartizarlo sin compasión. Como no salimos salpicados con lo de Odebrecht entonces creemos que nuestras crueldades no cuentan y hacemos Yoga para sentirnos sanos de cuerpo y alma.
No sé, después de ver lo que pasó con esta gente en Bucaramanga cualquiera puede ser el próximo Christopher Jefferies. Yo he hecho más que grabarme cogiendo o insultar a alguien por Twitter y eso me llena de temor. No estamos preparados para aceptar lo que somos y por eso nos acostumbramos a mentir. De ahí viene que nos confesamos a medias en la Iglesia, que engañamos a nuestras parejas o finjamos ser Steve Jobs en las entrevistas de trabajo. Ocultamos tanto como seres humanos que cuando alguien expresa lo que es nos excitamos acabándolo en las redes sociales.
Acá deberían crucificarnos a todos como en Hated in the Nation en Black Mirror. Sería bueno que recibiéramos un poco de tanto odio que vamos soltando por ahí en el tráfico, en el trabajo o en nuestras relaciones. Uno siempre se hace la víctima o se indigna por cualquier cosa porque cree que es el Dalái Lama o la Madre Teresa de Calcuta.
Ya veremos cómo nos va mañana cuando nos toque el turno de ser tendencia en Twitter, estoy seguro que no será por las obras de beneficencia en África ni por encontrar la cura de cáncer.
Qué miedo.