No creo que tenga problemas con el alcohol pero por mí viviría borracho. Antes pensaba que se trataba de una tusa que tenía por una ex novia que después de tres años de estar juntos un día decidió dejarme sin decir una palabra. Entonces me refugié en la cerveza y las redes sociales. Son mis escapes favoritos. Por un lado distorsiono la realidad y por el otro siento compañía.
Me cuesta entender cómo hace ahora la gente para dejar los vicios tan temprano y decirle no al trago y al cigarrillo. Tengo amigos que con 30 años se dedicaron al crossfit, a comer saludable y a montar “bici”. Hoy se comportan como si se tratara de una secta divina. A toda hora hablan de lo maravillosa que es la vida desde que se alimentan mejor y madrugan a hacer yoga. Esto me irrita un poco, porque conversan como si a todos se nos curara el alma con los mismos remedios.
En fin, creo que toda esta gente fanática de la buena vida se pasa a veces de aburrida. En mi caso son pocos los amigos que quedan capaces de salir dos días seguidos a un bar. Por mi parte no sé qué hay de divertido en encerrarse en casa a ver Nétflix todo el fin de semana. Puede que tengan razón: el alcohol, el cigarrillo y las drogas no son lo mejor para la salud, pero echarse en una cama 48 horas también suena tóxico.
Hago parte de esa generación que fumaba en los hoteles, los carros y en los restaurantes, pero eso fue antes de que comenzaran a perseguirnos como si hiciéramos parte de una célula terrorista. Los fumadores cada vez nos sentimos más arrinconados, más solos. Ahora prendemos un cigarrillo y nos miran como si estuviéramos robando o fuésemos la punta de Odebrecht.
Por mi lado siempre he hecho ejercicio. Salgo a trotar, dejo de tomar gaseosas por un tiempo y saco las harinas de la dieta. Pero jamás he dejado de emborracharme. Me gusta tomar, escuchar música y cantar mis canciones favoritas. Por temporadas lo hago solo en casa. Me siento a tomar y a escuchar a Jason Molina y lloro. Lloro porque recuerdo las temporadas en las que soñaba con tragarme el mundo y siento que ya se venció el tiempo para muchas cosas.
Entonces me deprimo pero lo disfruto. Llorar con ganas es una de las cosas más difíciles de hacer. Y es porque desde pequeños nos castraron de muchas formas y también nos enseñaron a avergonzarnos de lo que sentíamos. Por eso a veces lloramos y sentimos que está mal. Que no deberíamos.
Decía que mis escapes favoritos son el alcohol y las redes sociales. Suena dañino pero no, lo digo en serio. A algunos les hace bien andar 40 kilómetros en cicla y a otros nos caen mejor cuatro litros de cerveza. No es de gustos, necesitamos curas distintas. Ya lo dije.
Jorge Jiménez