Todo el mundo habla de cerrar ciclos como si se tratara de cambiar de zapatos cuando terminar con algo o alguien es una de las cosas que más dolor causa y más coraje exige.

No sé si lo hice por rencor o mero impulso pero terminé varias relaciones de la forma más radical e infantil posible. Cuando todo apestaba no fui capaz de reconocer que aunque nos amábamos la fiesta había terminado y solo quedaba recoger los platos sucios e ir casa. En lugar de eso solo eliminé a esas personas de mis redes sociales y las bloqueé de WhatsApp sin decir nada. Así acabé con varios amores, fui un niño al que lastiman a mitad del partido y se va llorando a casa llevándose el balón sin dar explicaciones.

Pero todo tiene su precio. Años después comencé a sentir ansiedad por terminar así las cosas. No podía tomar dos cervezas porque de una me venía abajo. Esos ratos de nostalgia mezclados con culpa son los peores, no solo se trata de cerrar el ciclo sino de hacerlo bien y para eso nunca estamos preparados. Nos metieron en la cabeza que el amor es para siempre, por eso sabemos cómo enamorarnos pero no tenemos idea de cómo despedirnos.

Hoy no tengo ningún contacto con mis relaciones del pasado. Algunos días hay un cruce de palabras por el celular pero no pasa de ser más que un texteo que se da un par de veces al año. Por eso me impresionan esas parejas que primero se aman intensamente, luego se odian con todas las vísceras y después resultan siendo lo mejores amigos. Los admiro.

El otro día mi sicólogo decía que lo único que nos salva de todo esto es soltar. Aprender a soltar, para que todo pese menos, dice él. Entonces ando en eso. Y en lugar de intentar comunicarme con mis exnovias para saber cómo están y lograr que me perdonen, ahora estoy concentrado en mi relación actual. Mi objetivo es no embarrarla y tener un mejor futuro así sea por separado. Eso ya es suficiente porque sé que en unos años me sentiré nostálgico pero no culpable. Algo es algo.

El caso es que no sabemos cerrar ciclos. Nos falta todavía abandonar el ego y ser más agradecidos. Cuando decidimos querer a alguien se nos olvida que las relaciones son para compartir con el otro, no para consumirlo y asfixiarlo.

Vivimos convencidos de que la otra persona nos pertenece y cuando el amor se acaba quedamos traumatizados y nos cuesta aceptar la realidad. Por eso desde el inicio es mejor tener las cosas claras: nada es definitivo. Y aunque siempre se promete amor para la eternidad, lo único importante es soltar.

Es lo que nos queda: amar con toda y soltar sin esperanzas de nada.

 

Jorge Jiménez