Ya pasó un mes desde que inició 2018 y siento que debo ser más serio con los propósitos de este año. Quiero dejar de sentirme mal los sábados por la tarde y de quejarme con cualquier persona que tenga al frente, a veces las cosas van bien pero nos hacemos las víctimas para llamar la atención -es algo que viene de la niñez y cuesta dejarlo porque nos gusta ser el centro de todo-.

Quiero dejar de masturbarme con tus fotos de Instagram y aceptar que ya no eres mía. También voy a adelgazar, llevo tres años intentándolo pero me gana la pereza, por eso es que siempre he tenido ideas millonarias pero no hago nada con ellas, solo me tiro en el sofá a ver Netflix y cuando me entero de que alguien más las sacó adelante entro en depresión, entonces me veo al espejo como un adolescente que va a su fiesta de grado pero no sabe bailar.

Voy a renunciar a todo lo que me llene de bronca. Dejaré de pagar ocho mil pesos por una cerveza en los restaurantes de moda porque puedo encontrarla cuatro veces más barata en la tienda de la esquina. Lo mismo con las hamburguesas, que ahora en Bucaramanga las cobran como si en lugar de cebolla las rellenaran de caviar. Quiero ahorrar, aprender a cantar y saber algo de finanzas, y usar protector solar porque siempre pienso que moriré de cáncer en cualquier momento. Quiero llamar a mis papás todos los días para ver cómo están, preguntarles de frente cómo los trata la vida después de joderse tanto por mí.

Seré sincero conmigo para aceptar las taras que cargo desde que aprendí a hablar. Iré con mi sicólogo para confesarle mi adicción a las redes sociales, lo haré porque dejar de mentirnos es un gran paso para no andar por ahí llenándonos los vacíos con cerveza. Lo digo porque uno debería llevar una vida tranquila, sin esa necesidad de buscar la felicidad a costa de todo. Conozco gente que paga diplomados, retiros espirituales, cursos de yoga y cruceros por el Caribe en busca de su paz interior, cuando para uno estar tranquilo lo mejor es no joderle la vida a la pareja ni hacerle daño a nadie. No sé qué sucede, pero la gente cree que la única forma de sentirse viva es ver un atardecer en Palomino así el resto del año la pase mal cumpliendo horarios en una oficina y peleando con su familia.

Tenemos que dejar el ego y aceptar que no siempre es culpa del país, la corrupción o la inestabilidad laboral sino de nosotros mismos, que desde hace rato tenemos la cabeza frita y no hacemos nada por salvarnos. No sé ustedes pero yo quiero cambiar.

Jorge Jiménez