Vives en Bucaramanga y me gustas pero tienes 20 mil seguidores en Instagram y me siento poca cosa. Comparo nuestras vidas y odio la clase media a la que pertenezco porque hace que te vea más inalcanzable. Cuando vas de vacaciones a Europa y subes fotos en la playa me dan ganas de dejar el escritorio de la oficina y llorar a escondidas en el baño, aguantando la respiración y tragándome los mocos como un niño que chilla porque perdió a su mascota. Muero por conocerte, lo digo en serio. De un tiempo para acá me visto cada día ilusionado con que nos cruzaremos en algún lugar y necesito impresionarte. Incluso he comenzado a elegir mis camisas adivinando tus gustos, que deben ser caros y jodidos. Se nota que eres exigente, lo sé porque stalkeo a tus exnovios y me comparo con ellos hasta quedar vuelto nada. Me gustas porque te ves sofisticada en bikini y putamente sexy cuando te tomas selfies vestida como una bibliotecaria. Cuando no puedo dormir imagino cómo seríamos de pareja, pensando que los domingos prefieres fumar un porro y tirar toda la tarde conmigo en lugar de subir a la Mesa de los Santos con tu familia y tomarte fotos con tus abuelos -que no alcanzan a imaginar cómo te daría de duro cada vez que entraras a mi apartamento-.
Quiero saber a qué hueles cuando te despiertas un sábado después de emborracharte y bailar drogada en Vintrash. Quiero cocinarte y preparar el café mientras me cuentas el miedo que le tienes a la vida y las veces que has pensado en quitártela. Quiero que volemos juntos en parapente y tener Bucaramanga a nuestros pies. Por ti dejaría de ser yo: haría Yoga, me vestiría como los tuyos y pasaría una tarde en el Club Campestre fingiendo que soy una gran persona, le diría a tu mamá que ya hice Emaús y le prometería a tu papá que voy a votar por el que diga Uribe. Traicionaría lo que soy solo porque te tomes un tequila conmigo mientras escuchamos Being in love de Songs: Ohia y besarte. Tal vez solo quiero eso, que me repares y enfriar un poco la cabeza.
Jorge Jiménez