Lo  más triste de alejarse de alguien es que se convierte de nuevo en un extraño. Un día estamos clavados en el teléfono hablando con esa persona y después ignoramos si aún respira. Así pasó con Gabriela. La conocí en 2014 y siempre nos llevamos bien pero después de unos meses cada uno agarró por su camino y ahí quedó todo. Nos cruzamos y nos abrimos orgánicamente, sin dramas.

Pasa seguido, desaparecemos de la vida de los demás sin notarlo y cuando nos golpea la soledad o el desocupe los extrañamos el doble y eso duele, porque además de ser recuerdos también se transforman en fantasmas. A veces me dan ganas de escribirle para saber cómo está y enviarle un par de canciones, que es lo que hacemos cuando conocemos a alguien: llenarlo de música para contarle lo que llevamos dentro sin necesidad de exponernos. Romántico pero también cobarde.

Le gustaba Joaquín Sabina. Hablo en pasado porque hace cinco años que no la veo y no sé cuáles sean sus gustos ahora -vaya uno a saber si nuestros fantasmas cargan con sus propias preferencias musicales-. La emocionaba bailar salsa, trotar en la madrugada, el yoga, la meditación y comer en un restaurante vegetariano de Chapinero en Bogotá.  Así la recuerdo, sofisticada y espiritual. Y aparte de eso atractiva, con el rostro de una modelo y un cuerpo brutal. Una especie de ángel morena, mucho más bella de lo que sale en sus fotos -lo contrario de la mayoría-.

Encontrarnos era divertido porque cada uno quería olvidarse de una parte de su pasado, entonces nos dedicamos más a aprender del otro que a hablar de sí mismos, por eso jamás tratamos de colonizarnos. Ella me enseñaba los beneficios de la comida saludable, la respiración y el running y por mi lado le hablaba de relajarse con las presiones de la burbuja social. En menos de un mes pasamos de ser desconocidos a actuar como terapistas personalizados, ese fue nuestro mayor éxito: hacernos bien.

A pesar de venir de mundos distintos sincronizamos de muchas formas y podría decir que nos encontramos solo para disfrutarlo. Incluso ahora discuto más con su fantasma que con ella porque en el fondo me llena de bronca que la vida no nos permita conservar a la gente que nos da tranquilidad, que es bien poca, claro.

Hace unos días entré a WhatsApp para saludarla pero no fui capaz, así que abrí su foto de perfil y la vi sentada en una hamaca. Está descalza y luce tan sexy y seria como siempre pero sobre todo tranquila, así que me dio miedo incomodarla. No pude lanzar ni un hola, solo le tomé un pantallazo y cerré la aplicación. Lo hice porque sentí que debía huir con algo que me permitiera observar cuánto ha cambiado desde que se fue a vivir Italia. Me hubiese gustado ser yo quien le tomara esa foto.

Jorge Jiménez