(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)
Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.
Admito que he hecho adrede muchas cosas en la vida. La intención de perturbar a los demás me nace cuando percibo que sus vidas giran en torno a pequeñeces. Duré 3 años sin echarme desodorante, sólo para ver la cara de desagrado que algunas personas hacían cuando se daban cuenta que el hedor amoniacal provenía de mí: un abogado de una respetable firma de la ciudad. Un día cualquiera, una mujer se fue indignada de la finca de un amigo, luego de darse cuenta de que mi olor invadía el salón en el que estábamos bailando.
– ¡Que se largue esa vieja! Usted no se imagina cómo dejó oliendo ella el baño – me dijo el hermano de mi amigo.
Años antes le había escrito más de 70 poemas eróticos a una novia, que le envié a su casa en postales abiertas desde Europa.
– Tú no volviste a ser el mismo en esta casa después de esas postales – me dijo un día su mamá.
Entro al bus y me siento en el puesto asignado. Es cómodo y puedo estirar los pies sobre un soporte. En los tres televisores dispuestos para los pasajeros de adelante, del medio y de atrás, puedo ver a Shakira cantando en uno de sus conciertos de la Mangosta, en no sé qué parte del mundo. El bus atraviesa el norte de Montevideo y después de un tiempo ya no se ve más la ciudad. El ayudante cambia el CD por un concierto de U2 en Chicago y siento que por fin las cosas están pasando. Un pálpito de corazón unido a un sentimiento de añoranza y novedad, todo junto, me crispa al sonido de Vertigo. Pasaré por Chuí hacia las 2:00 a.m. luego de que el bus termine de recorrer todo el litoral uruguayo, dejando atrás Punta del diablo, en donde me hubiera encantado ir, de no ser porque el carnaval de Brasil se me vino encima. Hay veces son las mismas circunstancias las que terminan decidiendo por uno.
El concierto de How to dismantle an atomic bomb se termina justo antes de que el bus llegue a Punta del Este, en donde recoge algunos otros pasajeros. Al poco tiempo continúa su recorrido entre la oscuridad de la carretera. Algunas personas ven una película Norteamérica a la que no le presto atención, mientras que los kilómetros se van acortando y la frontera se acerca. Tiempo después, mientras todo el mundo duerme, el bus se detiene en un puesto policial Brasilero. El ayudante se baja para sellar los pasaportes de los pasajeros. Lo veo hablar con unos oficiales de inmigración, pensando en que hace un año estaba cruzando esa misma frontera en compañía de unos amigos, luego de pasar el día en Chui, una pequeña población llena de tiendas de electrodomésticos y otros bienes, en la que se habla español de un lado y portugués del otro. Duramos quince minutos parqueados antes de que el ayudante regrese y el bus retome su marcha.
Estoy en Brasil, no voy en bicicleta como me hubiera gustado, y no es primero de febrero, pero voy, supongo que eso es lo importante. El dolor en mi hernia persiste, pero me rehusó a aceptar una derrota. Supongo que si lo he ido soportando todo este tiempo, lograré seguirlo haciendo. No lo sé; pero por lo menos habré de intentarlo. Prefiero dejar el viaje inconcluso en algún momento, en vez de quedar en el vacío, abandonando un empeño que me propuse y un proyecto que busca, antes que nada, crear conciencia del estado de indefensión en el que se encuentran muchos niños enfermos de cáncer, que necesitan la oportunidad de luchar contra el “Monstruo”, aquel enemigo interno denominado así por el escritor R. H. Moreno Durán, quien sucumbió ante su poder destructivo, despidiéndose de un mundo en el que los hombres deben ayudarse unos a otros, dejando de lado sentimientos mezquinos, que en vez de crear grandeza perpetúan un estado de frustración general en el que nadie progresa.
Miro la oscuridad a través de la ventana perdido en mis propios pensamientos. Muchos fueron los actos de rebeldía que incité. Induje a mis amigos a quitarse la ropa en los bares, a amarrarse el cinturón en la cabeza ante las diferentes miradas de desagrado que me motivaban a seguirlo haciendo por el sólo hecho de generar malestar. Se sentía bien. Vivir en una sociedad asfixiante puede dar para mucho, en especial cuando se tiene una buena imaginación. Una noche, cuando aún trabajaba en la Firma, llevé a un grupo de mujeres a llenar un vaso con saliva a punta de escupitazos. La gente a nuestro alrededor prefería no mirar. Romper parámetros mentales puede ser una tarea divertida en un sitio en que algunas personas están pendientes de cada paso que das, o de la marca de tu camisa.
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.