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A unas horas del juego por la semifinal de la Copa Libertadores entre el Cúcuta Deportivo y el Boca Juniors, volvemos a publicar la crónica "Una noche Monumental", en la que se relata un fragmento del camino inicial que el equipo colombiano tuvo que recorrer para llegar al momento histórico en el que se encuentra. Era el primer partido por fuera de Colombia. El primero en su nueva historia luego del terrible periodo que vivió en el descenso. También era el primer partido de Copa en casa para el Gremio de Porto Alegre, otro de los clasificados a semifinales, que al igual que el Cúcuta Deportivo, venía de ascender de la segunda división del fútbol brasilero, en lo que fue el peor periodo de su historia, siendo uno de los equipos grandes del Brasil y de América, con dos copas libertadores en su estantería, la última en 1995 contra el Nacional de Medellín.

 

Cúcuta está ya entre los cuatro mejores equipos de América junto con tres gigantes:

 

El legendario Santos de Pelé, ganador de dos copas libertadores en los años 1962 y 1963, considerado por la FIFA como el mejor equipo suramericano del siglo XX. Su escuadra actual viene imparable desde que se inició la Copa y clasificó en la primera ronda ganando todos los partidos disputados con una inmejorable marca de 18 puntos de 18 posibles. Juega un fútbol muy rápido y explosivo al comando de Zé Roberto, centrocampista de la selección brasilera. Este equipo acaba de ganar el campeonato Paulista y ha estado merodeando por las finales de la Copa Libertadores en los últimos años.

 

El temible Boca Junior, su rival de turno, campeón en los últimos tiempos de innumerables torneos de argentina, y de la Copa Libertadores en los años 1977, 1978, 2000, 2001 y 2003. Este club despierta fascinación u odio, hinchas de River Plate admiten haber vomitado cuando los dos equipos se enfrentan. Es sin lugar a dudas el mejor equipo suramericano de la década, una leyenda viviente.

 

El histórico Gremio de Porto Alegre, ganador de la Copa Libertadores en 1983 y 1995, uno de los equipos insignias del Brasil. Es en la actualidad el club más parecido al colombiano, ya que vivió en años recientes el demonio del descenso, pero está redimido ante la historia. Acaba de ganar el campeonato Gaucho y sus hinchas claman para que vuelva a la gloria.

 

Deportivo Cúcuta saldrá esta noche como un silencioso David a enfrentar a un Goliat que puede aniquilarlo en un solo movimiento. Un Goliat curtido que asimiló a las malas una enseñanza brutal: No hay enemigo chico. En un partido de fútbol la única historia que cuenta es la que ese propio partido deje al final de los noventa minutos. La escuadra dirigida en ese entonces por Carlos Bianchi, no salió a recibir la copa de subcampeón en aquella final del 2004 en la que el aguerrido Once Calda., cuya defensa parecía una muralla, lo venció por 1 a 0 en el campo de juego. Esa derrota está aún presente y podrá incidir a favor o en contra en las mentes de los jugadores Xeneixes, como enseñanza de la que se aprende o fantasma que asusta. Eso no interesa, porque el Cúcuta saltará a la cancha sabiendo que la historia está viva y se hace a cada minuto, que jamás se puede juzgar antes de tiempo, que el campeonato está en juego hasta el último segundo del último partido, y que la piedra certera que vuela de su honda también pude derivar a Goliat, ya que no es sólo un David, sino que tiene de ave Fénix.

Una noche Monumental

 

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

 

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La noche es cálida y en el ambiente se respira aire de carnaval. Por la avenida Borges de Medeiros cerca de la plaza central, un bus repleto de hinchas se sacude al ritmo de una canción en portugués. Otras personas caminan por las calles con la legendaria camiseta de rayas azules, blancas y negras. Los carros pasan con banderas al aire tocando sus bocinas, anunciando que el gran momento se acerca. Nadie se quiere perder el partido. Los que no van al estadio se dirigen a sus casas para verlo por televisión.

 

Camino algunas cuadras pensando en que esta es una tierra de buen fútbol. Gremio se ganó la Copa Intercontinental en 1983, e Internacional de Porto Alegre es el actual campeón del mundo.  La única otra ciudad brasilera que tiene dos campeones del mundo es Sao Paulo. Llego hasta el punto de encuentro con Tania, quien luce una gorra de Gremio con mucho orgullo. Me da un gran abrazo y me dice: – Hoy ganamos 2 a 1.

 

– No estés tan segura.

 

– Sí, con certeza – me responde en su idioma.

 

A mi cabeza llega una escena de hace once años en la que Jardel, el delantero de Gremio en ese entonces, aseguraba por televisión que su equipo iba a estar en la final de la Copa Libertadores por encima del América de Cali. – ¿Está seguro? – le preguntaron: “Sim, com certeza”.

 

Tomamos un bus pero el acceso al estadio está imposible. Nos bajamos varias cuadras antes, entre el furor de un tráfico de carros pitando, hombres y mujeres por fuera de sus ventanas agitando banderas. Filas de buses repletos de hinchas que cuelgan hasta de sus puertas, arriban a las proximidades coreando cánticos. Doblamos una esquina y a lo lejos se ven las torres de luz que iluminan el campo de juego. Le damos la vuelta a una cuadra y aparece el Estadio Olímpico Monumental con un gran aviso iluminado en color azul que dice: GRÊMIO DO PORTO ALEGRE: CAMPEÃO DO MUNDO.

 

– Vas a ver que yo soy de las pocas negras que vienen a ver a Gremio – me dice. Según ella los negros son hinchas de Inter, el equipo “del pueblo”. Los gremistas se burlan de los “colorados” porque dicen que les costó mucho trabajo llegar a ser campeones del mundo.

 

Dentro del estadio hay un lindo museo de pisos y paredes de madera brillante en donde está exhibida la historia del club, junto con todas las copas que el equipo se ha ganado desde 1903, año en que fue fundado. Hace unos días lo caminé viendo las dos copas Libertadores, una de las cuales se la ganó a Nacional de Medellín en 1995, la copa Intercontinental que le ganó a Hamburgo por 2 a 1 en Tokio, la Recopa suramericana, y todas las copas brasileras y de otros campeonatos que ostenta el equipo.

 

Voladores, volcanes y pitos se escuchan toteando y silbando por donde pasamos. Hay algunos hinchas con la cara o el tórax pintados. Todo el mundo anda apurado pues sólo faltan 25 minutos para que se inicie el partido. Estamos llegando frente al estadio cuando suena un estallido y todo queda a oscuras. El gran aviso iluminado está en tinieblas como el presagio de un presente no tan halagador como el pasado. Reina la confusión. Los hinchas adentro gritan y afuera las personas no saben si seguir haciendo o no la fila. Nos acercamos a una de las puertas y entramos dentro de unos muros que circundan al estadio. Aseguro la cámara en mi bolsillo. El tumulto aprieta a una persona contra otra hasta que la caballería le tira encima los caballos a la gente y se forma una estampida que deja aprisionadas a algunas personas contra el muro.

 

– Esto está muy peligroso – le digo a Tania.

 

– No sueltes mi mano.

 

Me lleva por entre la turba hasta un sitio en el que podemos tomar aire. Preguntamos dónde es la entrada de nuestros boletos y un asistente nos señala una fila interminable. La hago mientras Tania averigua si esa es nuestra entrada. Vuelve con el cuento de que un volador dio contra un transformador de energía del estadio y eso produjo el apagón. Las puertas están cerradas y nadie puede entrar o salir. El caos es total. A nuestro lado pasan miles de hinchas que no saben por dónde entrar. Algunos pasan corriendo. No hay ninguna señal de que vuelva la luz y ya ha pasado más de media hora. Nuestra fila empieza a moverse hasta que se detiene de nuevo. Las personas siguen pasando a nuestro lado sin saber por dónde ir. Tania se pone a hablar con otros hinchas de Gremio que dicen que este tipo de cosas no le convienen ni al equipo ni al Brasil, si es que el país quiere ser la sede de un próximo mundial.

 

– El partido debe quedar 2 a 0 o 3 a 0 – dice uno de ellos cambiando de tema. Hay uno más escéptico que dice que hay que esperar. Los escucho en silencio. Hablan algunas otras cosas hasta que uno se interesa al verme escribiendo cosas en una libreta entre las tinieblas.

 

– Qué estás escribiendo.

 

– Información para una crónica.

 

– De donde eres – me dice al notar mi acento extranjero.

 

– De Colombia -. Se quedan mirándome como si se les hubiera aparecido un espanto. – ¿Eres hincha de Cúcuta?

 

– De Millonarios. Pero si me lo preguntas obvio que voy por el Cúcuta.

 

Me van a preguntar alguna otra cosa pero la fila empieza a moverse muy rápido y nos toca correr. Lo hago con dificultad sintiendo el dolor de mi hernia. Más adelante vuelve a parar. – No se te ocurra decir eso adentro – me dice Tania al oído.

 

– Tenemos la impresión de que el Cúcuta es un equipo muy chico. ¿Juega bien?

 

– Es el campeón de Colombia. Hay que tenerle cuidado.

 

– Es verdad – dice el más escéptico.

 

Les cuento que quedo campeón al año siguiente de haber ascendido de la segunda división.

 

– Gremio también ascendió el año pasado de la segunda división – dice uno de ellos. Hace años que no juega la copa Libertadores y este es su primer partido en casa luego de volver a ascender.

 

El escéptico me mira justificando su temor en mi respuesta, al tiempo en que pienso que Gremio se ha ganado todo: hasta el campeonato gaúcho de la segunda división. En Brasil cada estado tiene sus propios campeonatos. Inter y Gremio juegan el campeonato gaúcho de la primera división que enfrenta a todos los equipos de Rio Grande do Sul. Los equipos de Sao Paulo juegan el campeonato paulista y los de Rio el carioca. Lo mismo sucede con los demás estados. La fila empieza a moverse lentamente.

 

– Llegó la luz – dice Tania. Pero una mejor aproximación nos deja ver que es la luna.

 

El tiempo sigue pasando y la confusión aún reina. No hay ninguna señal que haga presagiar la llegada de la luz. Al cabo de un tiempo un policía a caballo pasa diciendo que abrieron la puerta para nuestras entradas al otro lado del estadio. Todo el mundo corre. El cuello de botella sobre una pequeña puerta es tremendo. Lentamente nos aproximamos a ella a medida en que la presión de las personas va en aumento. Tania pasa y luego un policía me requisa. En la oscuridad entrego mi boleto y entramos a un estadio que parece más el escenario de un concierto que el de un campo de fútbol. En las tribunas los 40.000 hinchas encienden sus celulares y mueven sus brazos en un juego de colores que emociona. La luz de la luna me deja ver al Cúcuta en el terreno de juego calentando muy concentrado, en silencio.

 

Las gradas se van terminando de llenar cuando llega la luz y el escenario se llena de color. La gente sonríe a mí alrededor. Todo es fiesta. Gremio viene de ganarle a Cerro Porteño a domicilio y todo hace pensar que el Cúcuta será un bocado fácil. Todo el estadio es azul. Los pocos hinchas que no tienen la camiseta del equipo llevan puesta alguna otra prenda de ese color. El ambiente de carnaval vuelve a reinar. La barra brava agita sus banderas, un tamborileo al ritmo de zamba se escucha y una lluvia de voladores se apodera del hemisferio. El equipo colombiano vuelve a los camerinos. Del otro lado del estadio, detrás de la portería, sobre una tribuna superior especialmente dispuesta para aislarlos, están los escasos cucuteños que vinieron desde Colombia con banderas de nuestro país. El estadio entero empieza a corear cánticos a favor de su equipo y una gritería ensordecedora se escucha cuando Gremio salta a la cancha. El Cúcuta demora su salida que es acompañada por una gran rechifla y gritos de abucheo. Los árbitros se alistan y sin perder más tiempo comienza el partido al contraste de la bella grama iluminada, los colores del equipo local y el rojo y blanco del segundo uniforme del Cúcuta.

 

La primera llegada de cierto peligro exalta los ánimos de nuevo y la barra brava salta a la luz de unos nuevos fuegos artificiales, que luego se diluyen en la noche así como las siguientes jugadas de ataque de un equipo local que se encuentra frente a otro muy bien parado en la cancha. La defensa del Cúcuta se ve sólida y los minutos empiezan a correr en un ir y venir de jugadas de medio campo que terminan anestesiando las embestidas del local. No digo una palabra. Ni siquiera a Tania que grita como lo hacen los demás hinchas al ver que su equipo no puede sobrepasar la férrea estructura del equipo visitante, que encuentra una jugada de contragolpe que deja mudo a un estadio al que le vuelve la vida, cuando el izquierdazo del delantero colombiano sale desviado mordiendo la maya de la portería.

 

Hay un par de jugadas más de cierto peligro que acompañan el ataque de Gremio, pero el primer tiempo se acaba con el silbato del árbitro que lo determina. Tania compra maní y le ofrece a todos los gremistas a nuestro alrededor, que le dan de vuelta cerveza a ella. Tenía razón, es una de las pocas personas de raza negra. A mi alrededor hay hombres de todas las edades que esperan impacientes el inicio del segundo tiempo, hasta que se forma la ola y la tensión del partido se transforma en una algarabía colectiva que lleva a las personas a levantar los brazos a su paso.

 

Los equipos salen nuevamente a la cancha y logro escuchar los cánticos de la hinchada del Cúcuta.

 

¡Ahh! Fecha a boca flamenguistas – les grita un hincha a mi lado.

 

Un par de jugadas iniciales de ataque asustan al equipo colombiano que luego de algunos minutos controla de nuevo el partido, al punto de empezar a desplegar un juego de pases cortos y rápidos que empiezan a marear al rival. 

 

– Que tristeza esto – le oigo decir a otro hincha a medida en que pasan los minutos y Cúcuta se vuelve protagonista del partido con algunas jugadas de ataque que empiezan a asustar al estadio entero. En medio de aquella gran tribuna gremista, en la soledad de mis pensamientos y de la fuerza silenciosa que le hago al equipo colombiano, me da la impresión de que si Cúcuta pusiera un poco más de determinación en el ataque, podría pensar en ganar el partido.

 

Los hinchas de Gremio ante la impotencia que se va apoderando de ellos, empiezan a gritar en contra de un jugador de su equipo.

 

Vai embora Patricio, vai embora.

 

Otro hincha atrás mío repite constantemente la frase: – só um, só um -, en una demostración de desespero en la que muestra que se conformaría con un único golecito. Todos a mi alrededor cambian de actitud y empiezan a decir groserías a medida en que la defensa de Gremio se hace más vulnerable y los ataques de Cúcuta toman fuerza en ese mismo juego de pases cortos y rápidos que parece embrujar a los jugadores brasileros y morderse los codos a los hinchas gaúchos.

 

– ¡Merda! ¡Merda! Grita una brasilera muy linda unas tres gradas atrás de mi. Una sucesión de frases compuestas sale de su boca: – ¡Qué es esa mierda! ¡Qué jugada de mierda! ¡Qué jugador de mierda! ¡Chuta esa mierda carajo! ¡Saquen a esa mierda! – refiriéndose a un jugador colombiano que está tendido en el piso luego de una falta que le cometieron.

 

Los minutos van pasando en el embrujo que impuso el equipo colombiano, mientras confirmo que la historia no gana por los equipos. Los hinchas del Cúcuta son cada vez más sonoros y animados a medida en que el reloj se va acercando a los últimos minutos de juego, al punto en que algunos brasileros indignados empiezan a caminar hacia la salida del estadio.

 

– Vamos, vamos, vamos tricolor. Vamos, vamos, vamos tricolor – grita una tribuna que no pierde la esperanza

 

Só um, só um – vuelve a gritar el hombre tras de mi. El sentimiento de frustración de las personas a mi alrededor es muy grande.

 

Un ataque sorpresivo de Cúcuta deja el estadio mudo y una hincha grita: – ¡Saca esa bola por amor de Deus!

 

La frase de aquel gran goleador, un pescador de área maravilloso que luego de perder la semifinal contra el América en 1996, quedó varias veces campeón en el fútbol portugués con el Oporto y el Sporting de Lisboa, vuelve a mi cabeza: – Com certeza -. Super Mario, como solían decirle a Jardel, podría estar ahí entre la tribuna viendo a su antiguo equipo once años después, pensando en que no hay certeza de nada en la vida y mucho menos en el fútbol. La vida misma es aleatoria. Así lo planteó Sócrates cuando dijo: “Solo sé que nada sé”.

 

El árbitro sopla su silbato señalando el final del partido y los brasileros caminan hacia la puerta de salida, mientras veo a los hinchas cucuteños celebrar el empate sobre unas pancartas que dicen “Barra el Turco” y “Barra Trinchera”. Tania no me dice nada. Sólo camina con los demás en silencio.

 

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

 

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