(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos y Hanna Estetics, Bogotá)
Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.
En frente, elevada sobre una loma que da contra una intersección, aparece la calle principal de Praia do Rosa. Un restaurante colorido de comida asiática que inicia una hilera de locales sobre el costado izquierdo, cierra sus puertas sobre una capa de polvo. De cara contra su fachada, otro restaurante lleno de jardines y pequeñas fuentes, resguardado por una cerca de madera, acusa el mismo estado de quietud, a la espera de una nueva temporada. Tatiana y yo comimos ahí la penúltima noche. Lo paso de lado, llegando hasta el punto en el que vimos al violador salir corriendo, perseguido por los tres hombres que le dieron caza y lo cogieron a golpes.
Me acercó hacia la cima en donde queda un albergue, cuando aparece ante mi la imagen de una mujer desgarbada, luciendo una pantaloneta roja – que le deja ver las piernas de palillo – una camisa azul arremangada, un pelo rubio a medio agarrar que baja por su frente sobre unas amplias gafas de sol, muy oscuras, que cubren mitad de una cara en la que se aprecia una sonrisa de dientes amarillentos y descuidados. Es la primera persona que veo desde que me bajé del bus hace un buen trecho de camino.
– ¿Estás buscando posada? – pregunta en un pésimo portugués.
– En realidad no.
– Bueno, pero yo te podría ayudar.
– ¿Eres argentina?
– ¿Cómo lo sabes?
– Tu acento.
Dejo de lado el albergue y viró hacia la derecha por un carretera destapada. La mujer continúa revoloteando a mi alrededor insistiendo en que ella me puede ayudar a conseguir una buena posada. Debe tener unos cuarenta pero su aspecto general la hace ver vieja. Continúo mi marcha lenta al ritmo de las mochilas que se sacuden a cada paso, colgadas en mis hombros hacia la espalda y el pecho. En la de adelante, que es más pequeña, cargo el computador personal y otros objetos valiosos como pasaporte y dinero. Un corrientazo se prolonga por mi pierna cada vez que la apoyo.
– Estamos a punto de pasar por la última posada que te puede dar un buen precio antes de que nos acerquemos mucho a las de la playa, que son más caras… mira, es aquí.
– ¿Cuánto cuesta?
– No sé bien pero ven y hablamos con el dueño.
Entramos por un enrejado que da a una cabaña rústica de madera, rodeada por otras más pequeñas que se yerguen entre la maleza. La mujer golpea en la ventana produciendo un ruido que espanta a unos pájaros que alzan vuelo. Vuelve a golpear una segunda y una tercera vez, hasta que un hombre abre la ventana y el interior de la cabaña se inunda de luz. Frota sus ojos con una mano y con la otra sostiene una sábana envuelta de su cintura para abajo, en su cuerpo desnudo. Su pelo es claro y su rostro colorado está sin afeitar. Nos enfoca con esfuerzo con unos ojos verdes, brillantes y rojizos.
– ¿Qué horas son?
– Las dos y media… te traje un cliente.
– Ayer cumplí cuarenta y un años – dice picando el ojo – esperen un momento – agrega volteándose. Parte de su trasero se alcanza a ver cuando camina hacia un cuarto. Al cabo de un minuto salé en chanclas, con unos jeans recortados a media pierna, una camisa sin abotonar que deja ver su pecho y un cigarrillo encendido en la boca. – Vamos a ver la cabaña.
Entramos a una que tiene cocina en el primer piso y en el segundo una vieja cama y un sofá raído, que da contra una ventana por la que se ve una vegetación muy verde.
– ¿Cuanto tiempo te vas a quedar?
– Una o dos semanas.
– Ok. Te la puedo dejar en 10 reales.
– ¿Diez reales? – pregunta la mujer asombrada – ¿por qué diez reales?
– ¿Por qué no? Prefiero producir algo fuera de temporada en vez de tenerla desabitada.
– ¿Cómo te parece? – dice ella aún desilusionada.
– Está bien, pero voy a ir a otra. Sólo quería una segunda opción.
Salimos de nuevo y caminamos hasta la entrada principal. El hombre recoge una fruta que cayó de un árbol y me la da.
– Si cambias de opinión aquí sigo… y tú para ya de meterte porquerías que te vas a desaparecer al ritmo que vas.
Camino por la carretera bordeando los bambúes y mandrágoras de una posada de lujo, por cuyo portón abierto, es posible ver la inmensidad del mar frente a la colina. Al lado, dispuesto de manera elegante, hay un menú adentro de una caja de bronce cubierta por un vidrio que dice: “Cardapio – Frutos do mar”. Ahí comí con Tatiana la última noche a la vista esplendorosa del atardecer sobre la playa. Sigo adelante bordeando unos yermos. Huele a flores y a vegetación húmeda. El ritmo de las mochilas acompañan mis pasos, hasta que, tiempo después, llego a un portón de madera al lado del cual, un aviso de letras redondeadas, también en madera, dice: “Engenho do Rosa”. Lo abro y camino dentro de un corredor empedrado recién barrido, en donde, a lo lejos, veo a Daniel subido sobre una escalera cortando con un serrucho el chamizo seco de un árbol frutal.
– ¡Che Eduardo! Pasá, pasá… qué sorpresa -. Camino hacia él y descargo las mochilas sintiendo un gran alivio en mi columna. Me da la mano y me hace pasar a un porche de una cabaña, en el que está su esposa sentada con siete meses de embarazo. Nos saludamos. – Te esperaba en bicicleta. ¿Dónde la dejaste? – pregunta pasándome un vaso de agua. La esposa entra dejándonos solos.
– Finalmente no lo pude hacer en bicicleta. Una vieja lesión de una hernia en uno de mis discos se reavivó desde hace un tiempo por el entrenamiento que hice antes de venir. Parado en la línea de partida no podía casi ni caminar… lo mantuve en secreto por varios meses porque insistía en hacerla en bicicleta aún con dolor, pero eso fue peor.
– Che, como lamento escuchar eso. ¿Y entonces que pasó con la travesía?
– Decidí hacerla en bus. No quería dejar el proyecto inconcluso. Supuse que el énfasis debe estar en las crónicas en vista de que soy un escritor y no un deportista. Aunque el reto físico hacía toda la diferencia.
– Bueno, pero los niños con cáncer lo van a agradecer.
– No estoy muy seguro. El director de la Fundación me escribió diciendo que nadie había consignado un solo peso en la cuenta nacional. Lo escribió de tal manera, que dio a entender que él mismo va a quitarme su apoyo.
– Che, pero… él tendría que entender.
– A él en realidad no le importa. Tiene la Fundación para pavonearse en grandes fiestas organizadas en clubes y casinos de Bogotá, en las que se emborracha con un micrófono en la mano, repartiendo chucherías o rifando pijamas que lucen bellas modelos, a precios millonarios entre sus amigotes. Todo es un show fantástico. Pero en el día a día, la Fundación es más un fastidio que una vocación altruista. Se toma fotos con los niños enfermos pero después recoge el whisky de la mesa. A él lo que en realidad le importa es su propia empresa millonaria. Como será que la gerente le renunció en noviembre aduciendo que estaba cansada de luchar sola contra la corriente. Incluso me recomendó cambiar de Fundación porque según ella, esta no ameritaba mi esfuerzo.
– Che… no sé que decirte.
– No tienes que decir nada.
– Aquí podes descansar unos días, curtir la playa y la tranquilidad; te habrás dado cuenta de que ya en esta época no hay nadie. Es decir, veras a alguna pareja por ahí pero nada más. A mi eso es lo que me gusta. Se me pasa el día haciendo trabajos domésticos como el de ahora. Barriendo, limpiando las hojas que aterrizan en el tejado de la posada, rastrillando las semillas que caen todos los días sobre el piso. En realidad lo disfruto. Hay momentos en que leo. Me leí tu libro una semana después de que estuviste aquí con tu novia. Inesperado final; me gustó. La mayoría de los que viven aquí vienen escapando de lo mismo. Las grandes ciudades, la congestión, la inseguridad, el estrés. Todas las mañanas tomo mi tabla de surf, la llevo al mar y surfo con los ‘golfinhos’ curtiendo la naturaleza. Eso para mi tiene más valor que cualquier cosa.
Daniel está sentado frente a mí en un asiento de madera con una pierna cruzada sobre la otra. Es alto y delgado, pero su cuerpo es fuerte. Lleva puesta una pantaloneta corta. Eso es todo. Su cara es de ángulos rectos, su nariz también, aunque un poco larga, está afeitado y tiene la cabeza toda rapada aunque se advierten señales de calvicie en la frente y la coronilla, pues en estos puntos su piel brilla y es diferente de aquella que posee folículos capilares. Habla al tiempo en que palmotea a su gran perro negro que me mira moviendo la cola.
– ¿Pero cómo es tu historia particular?
– Vivía en Montevideo, allá tuve diferentes trabajos de escritorio – no es difícil imaginarlo de corbata como un tipo elegante – me aburrí de la ciudad y de la monotonía y me hice barman. Luego fui a Punta del Este donde trabajé en un bar. Allá me contrataron para ser escolta de personalidades, futbolistas conocidos, modelos, actrices uruguayas y argentinas. Trabajaba en eso cuando vine de vacaciones aquí. Me devolví a Punta y al año siguiente volví a Praia do Rosa: aprendí a surfar y nunca más salí. Trabajé de barman en varios lugares hasta que apareció la oportunidad de administrarle esta posada a un amigo uruguayo y así fue. Ya llevo ocho años acá. Tengo 40. Pero sólo hasta hace un año y medio conocí a mi esposa. Ahora voy a ser papá. Vas a quedarte aquí ¿no es cierto?
– Sí. ¿Cuanto me vas a cobrar?
– No te preocupes del precio, después arreglamos eso. Lo que si te pido es que no me dejes las luces ni el ventilador prendidos.
– Daniel. ¿Cómo sobrevive la gente aquí fuera de temporada?
– Tienes que hacer el suficiente dinero en la temporada para que luego, bien administrado, te dure el resto del año. Aunque en la semana del carnaval, semana santa y mitad de año, también hay movimiento. Así vive todo el mundo aquí. O de la pesca o del turismo – dice esto último abriendo la puerta de la cabaña en la que me voy a quedar. No es la misma en la que me quedé con Tatiana, pero es la que queda al lado. Un fantasma se cruza por mi frente en fracción de segundos. – Aquí vas a estar bien. Puedes leer y escribir sin que nadie te moleste. Eres el único huésped de la posada.
– Gracias, tengo que ponerme al día con las crónicas y quiero escribir un libro de cuentos que tengo en la cabeza desde hace años.
Cierra la puerta y el olor a madera me invade. Vuelvo buscando un recuerdo. Un recuerdo de tiempos felices y tiempos tristes que luchan en mi cabeza como dos dragones asesinos. La quietud del espacio me abruma. Me incorporo. Me siento en un sofá cubierto por una colchoneta roja que sirve de cama alterna. La ventana está cubierta por una tela roja, en la que hay pequeñas estrellas pintadas al lado de diminutas lunas. La pared blanca, se extiende hasta una barra de madera que divide a la cocina de la sala, al lado de la cual, yacen estáticas dos bancas altas con espaldar, como en un bar. Al fondo, una puerta pintada de rojo da contra el baño. A la izquierda, hay una escalera empinada que lleva al cuarto. Es exacto al otro, solo que allá la decoración no era roja sino verde. Permanezco ahí sentado por un momento. ¿A qué volviste aquí? Dime. ¿A qué volviste?
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.
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