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Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.

 

Nota al lector: Esto no es ni una guía turística ni un manual de viajero.

 

 

¡Levántate! ¡Levántate ya! no te puedes hacer esto. No quiero, esta cama me invita a quedarme. Cambio de posición y me acomodo boca abajo. La luz que se cuela por el borde de la ventana golpea mis párpados y me cubro la cara con la sábana. Al poco tiempo el calor brutal me lleva a descubrirla. Me acomodo hacia el otro lado. ¡Levántate! ¿Vas a pasar toda la mañana así acostado sin aprovechar el tiempo? Debes escribir las crónicas, conocer los alrededores de la playa. Permanezco acostado durante unos minutos más y me levantó. Tomo una ducha y desayuno con yogurt de ‘morango’ y un sándwich de jamón y queso. Enciendo el computador y empiezo a escribir. Lo hago hasta que un nudo en la garganta me hace papar. Deja de pensar ya en ello, te estás mortificando. Releo apartes del cuento ‘Macacos Voladores’ pero el recuerdo vuelve a mi y me detengo de nuevo. Abro la puerta de la cabaña para que el aire pesado se refresque.

 

Esa no era la idea, venir aquí para esto. Querías reponerte de tu hernia, tener unos días para escribir apartado del mundo sin que un teléfono o alguna persona interrumpieran tu ritmo de trabajo. Lo sé, pero qué quieres que haga, todo ha vuelto como una avalancha incontrolable. Así es como lo siento, como si todo esto fuera una avalancha que se nos vino encima y ahora estoy tratando de buscar la superficie en medio de la nieve compacta. Siento que escasea el aire y que se me dificulta respirar. No encuentro una salida. Busco explicaciones que terminan siempre en una batalla de titanes. Por supuesto que podría perdonarla, ella misma lo pidió – no sé por qué fui tan injusta contigo – me dijo cuando volvió a Colombia y yo aún estaba en Buenos Aires – no sé lo que pasó, por favor perdóname -. Así lo hice o creí hacerlo aunque perdonar no es lo mismo que olvidar. El tronco de un árbol no es igual si sobre él cae de forma repetida el golpe de un hacha. Sí, pero ella te pidió perdón y tu te aferras a los malos recuerdos por encima de los innumerables momentos de felicidad que tuvieron. No es mi culpa, así lo siento. ¿Tu crees que uno controla lo que siente? Sí así lo quiere, sí. Y quién te ha dicho que así lo quiero. ¡Déjame en paz! Eso es lo que quiero: que todo el mundo me deje en paz.

 

Paso el día entero sin salir de la cabaña. Retomo la escritura del cuento y adelanto algo de las crónicas. De tarde, cuando el sol se enfila directo hacia el ocaso decido salir un rato. No me dirijo hacia el mar sino que tomo el camino destapado y llego hasta la calle principal de ‘Praia do Rosa’. El restaurante ‘Tucano’ ya abrió sus puertas y las dos jóvenes vestidas con camisas coloridas, están paradas en su puerta invitando a la gente a entrar con sus miradas. Sigo derecho buscando otra alternativa hasta que doy con el albergue juvenil en el que hay un ‘prato feito’ por seis reales, ocho con una cerveza. La tomo a sorbos lentos mientras espero a que me sirvan. A mi lado hay un par de brasileros de pelo rasta que hablan entre ellos algunos temas de surf. Otro con una guitarra canta unas canciones en portugués un poco desafinadas. Diagonal, hay una pareja de argentinos con un mechudo que, una vez acabada la canción, habla entre dientes para que nadie los oiga. Una pareja de europeos llega y luego lo hace una señora despeinada y muy delgada de unos cuarenta. Luce el top de un biquini y una pantaloneta que deja ver la extensión total de sus piernas de garza. El músico se marcha y doy otro sorbo a mi cerveza.

 

– Así es éste lugar, hay gente que viene y no se va – le oigo decir a uno de los rastas a mi lado. También debe tener unos cuarenta, también es delgado, su piel es morena y su cara marca facciones bruscas. – Hace siete años llegué aquí de pura casualidad. Era una época muy dura, pensaba incluso en el suicidio. Después de unos días jamás volví a pensar en ello. Nunca he salido ni planeo hacerlo.

 

– Aparte aquí la ‘maconha’ es ilimitada – dice la mujer del biquini de una mesa a otra.

 

– Eso y el surf – responde el otro rasta, que es un poco más joven y menos mulato, mientras una mesera les sirve el mismo ‘prato feito’ que yo aguardo y que llega luego de unos veinte minutos. Mezclo los frijoles negros con el arroz y la ensalada, corto un pedazo de pollo asado a la plancha que trincho con el tenedor que me llevo a la boca. El argentino de pelo largo sigue hablando en voz baja con la pareja mientras degusto mi comida. Cuatro hombres que parquean una Pathfinder frente al restaurante entran y se sientan en una mesa. También son argentinos.

 

– Estuvo bien Che, ¿no te parece? – le dice uno a otro.

 

– Sí, creo que estuvo bien. No la hubiera rebajado más.

 

Tomo el último sorbo de mi cerveza y pago la cuenta, compro una botella de agua y camino a la cabaña arrastrando la pierna bajo el dolor de la hernia que me atormenta. La noche está clara y es posible ver la luna sobre la copa de unos árboles y unas ramas largas de bambú, escondida entre una nube que la llena de pliegues. Me encantaría sentirme feliz. Dejar todo atrás, vivir el momento sin pensar en nada distinto, disfrutar una caminata nocturna respirando un aire puro. ¿Y por qué no lo haces? Tu lo sabes, no es posible desprenderse del mundo de buenas a primeras, mucho menos de una persona que te quiere y a quien tu quieres. Si pudiera dejarlo atrás lo haría, caminaría con mayor liviandad. ¡Hazlo! ¡Hazlo! ¿Hazlo? ¿Hazlo? Creo que no haz entendido nada. No entiendes que el amor limita tus movimientos, que así como te alimenta te deja morir de hambre, así como es liberador puede constituir un lastre, te sonríe pero también te frunce el seño. Es verdad lo que se dice, que entre mayor es el amor mayor es el dolor, las personas sensibles sienten estados de felicidad más profundos pero en esa misma medida sienten también estados de tristeza más intensos. ¿Crees que filosofar del amor es algo nuevo? ¿Cuántas veces no escuchamos decir que el amor te somete con su atracción o su tiranía? Si pudiera repetirlo lo haría una y mil veces. Al pensar en los momentos maravillosos que pasé al lado de ella entiendo por qué ahora tengo que tragar estos escorpiones. Pero cuán amargos son y cuán potente es su veneno. Quisiera gritar o correr si la hernia así me lo permitiera, dejar atrás el dolor que me parte en dos el alma. Un grito en la mitad de la noche con la luna de fondo y los juncos que el viento mece con su movimiento cauteloso. Ya estoy cerca del ‘Engenho do Rosa’. Podría hacerlo; dejar salir un estruendo desde el fondo de la entraña en la mitad de la noche. ¡Aaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhh! No lo hago. ¡Hazlo! ¡Hazlo! No lo considero prudente, no quiero alterar a nadie, pueden pensar que algo muy malo me está pasando. Sí, pero es así. Aún no entiendes, este tipo de dolor no se libera con gritos, se va mascando segundo a segundo, un instante tras otro.

 

Llego a la cabaña, tomo agua, me cepillo los dientes y me acuesto en la oscuridad. Veo que te gusta soportar el dolor como una especie de masoquista despiadado. ¡Déjame en paz! Te lo he pedido varias veces, este tipo de cosas son las que te eligen, no las elijes a ellas. Pregúntales a todas las personas del mundo que están en este momento en esta situación si ellas quisieran estar así, metidas en una cama en la mitad de la nada pensando en el amor perdido con un hueco en el corazón. ¿No entiendes que hay dos dragones que se cruzan en mi camino y que cada uno de ellos quiere predominar? Uno propende por el amor. Cuando estoy profundo viene a mi lado y me habla al oído, me dice: Vuelve con ella, podrían hacer una bonita familia, piensa en lo que construirían, ella sería un apoyo para ti, tu uno para ella, los dos juntos llegarían muy lejos unidos de la mano. ¿Imaginas los hijos tan lindos que tendrían? El otro, más insistente porque viene de antaño, no tolera la idea de un desvío, un cambio de planes que destruya el derrotero planteado. Este me habla cuando estoy despierto o cuando sueño pero aún estoy con los ojos abiertos, me dice: No hay nada más importante que la palabra de un hombre, estás haciendo esto por ti y porque así lo decidiste desde hace mucho. ¿Cuánto no has sacrificado por ello? Tu vida entera, la comodidad de una profesión como la del derecho que te daba para alimentar a tus hijos, pagarles un buen colegio, verlos crecer a tu lado admirándote como un hombre firme que lidera una familia porque puede. No te acuerdas que el bruxismo te está desgastando los dientes, no estás consciente de que te estás comiendo tu BMW 323 i de 1980, ese último mohicano que quedaba de una vida pasada de mayor esplendor económico en la que te ibas en avión a bucear a la costa de Colombia desde Bogotá si así te daba la gana, porque tenías una cuenta en un banco que te soportaba el lujo o la excentricidad. Se han quemado las naves, lo sabes bien. Volviste a la universidad a estudiar literatura porque era el primer paso que debías tomar, un primer paso que te llevó a subir un peldaño con esfuerzo y sacrificio a sabiendas de que el otro camino, aquel que dejaste ir, te llevaba más cerca de una vida cómoda pero no así esplendorosa, no en el sentido en que tu la quieres. Hoy estás aquí, recorriendo metro a metro una costa que estás haciendo tuya porque así lo decidiste. ¿Dime cuantas personas hacen lo que les gusta en la vida? Responde eso. Sabes que en Colombia las posibilidades para un escritor son más escasas que en otras partes del mundo, sabes que la partida del país que te vio nacer y crecer, donde están todos los tuyos ha sido tan dolorosa como el peor de los desgarros musculares, lo sabes bien y estuviste de acuerdo en enfrentarlo, tuviste coraje y eso es de admirar, pero dime: ¿Echarías todo esto atrás, ahora que piensas pisar nuevos territorios, estudiar por fuera en busca de un mejor destino? ¿Piensas echar todo esto por la borda? Yo a veces le respondo: No lo sé, el amor que siento es intenso y está puesto en mi camino por algo, también hay que saber escuchar los mensajes que le da a uno la vida o los gritos del corazón que aúllan como un lobo en la mitad de la noche. Entonces me responde: No tendría que decírtelo porque tú lo sabes bien, pero dime una cosa: el amor le va a dar de comer a tus hijos. ¿Qué tienes tu para darle a la mujer que amas si aquí estás gastando la totalidad de tu dinero y en donde vives no tienes como generarlo con tu arte? Yo podría decirle: el amor mueve montañas pero permanezco en silencio porque sé lo que me va a decir y esto último hace que las fibras de mi abdomen se contraigan, porque es ahí precisamente en donde estos dos dragones dan su batalla: Tu sabes y lo sabes bien, porque te lo has repetido varias veces, tu mismo se lo repetiste a ella hasta el cansancio: al quedarte en Colombia y no realizar el plan que te has trazado, le entregarías a la mujer que te quiere, a un hombre frustrado que un día se planteó tomar el camino más largo, aquel camino de Robert Lee Frost el “que hacía toda la diferencia”, pero que en el trayecto del mismo decidió ir hacia atrás y buscar de nuevo el corto, porque, dame la excusa que quieras, dime que por amor se sacrifica todo, pero yo más bien pienso que lo haces porque no aguantaste la caña. Lo último que te digo, menciona el dragón, es: si haces eso, te garantizo que el resto de la vida serás un muerto viviente. No le hagas eso a ella ni te lo hagas a ti.

 

 

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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