Nota al lector: Esto no es ni una guía turística ni un manual de viajero.

 

 

Los viajes lo revuelcan a uno. Me gusta pensar que son una ola gigante que te hunde patas arriba de cara a la arena y por unos segundos no sabes ni dónde estás. No puedes respirar y pataleas en un instinto inmediato de buscar la superficie.

 

En ese trasegar en busca de nuevas tierras y costumbres te encuentras a ti mismo, como si aquello que es distinto reafirmara lo tuyo. No siempre un espejo es el mejor reflejo. A veces mirar a otro te dice más de tu propia esencia, porque reconoces en esa persona equivalencias y diferencias. Tus costumbres, tu historia, tu educación, tu posición social, tu religión, tus creencias y tus conceptos, son el marco de referencia con el que miras a los demás. Siempre será tu mundo en contrate al de otros. Pero siempre habrá algo del de ellos que se le pega al tuyo propio; no serás el mismo cuando vuelvas a tu tierra.

 

Cualquiera diría que imitas a Khalil Gibran, que te consideras un profeta cuando la verdad es que no puedes ni contigo mismo. No me extraña que me desvalorices. Hablas como si hubieras descubierto el mundo. Sólo expreso mis conceptos. No son conceptos nuevos, mucho ya se ha escrito de ellos. Eso no le quita relevancia. Sí, pero tampoco le brinda novedad. Qué puedo decir, muchas veces las personas que menos suelen creerte son las más cercanas: tus hermanos, tus papás, tus mejores amigos, tus conocidos inmediatos, la gente de tu país, tu mismo. ¡Diablos! Esa es la más grave; la que en realidad importa.

 

Los verdes parajes del sur de Brasil, llenos de árboles, montañas y  riachuelos que cruzan la carretera van pasando de largo. Uno de corriente furiosa llama mi atención. El agua arremolinada baja por entre las piedras formando caracolas. Unas nubes cubren el sol de forma intempestiva y el paraje colorido adquiere un tono oscuro. Las planicies que se extienden hasta las montañas lucen desprotegidas ante un torrencial que se avecina.

 

Es difícil no sentir nostalgia cuando se viaja solo. Tu existencia entera se cruza ante ti sin darte tregua. Piensas en lo que has sido y en lo que serás. Piensas en las personas que has querido y ya no están a tu lado. Piensas en tus logros y fracasos, como si cada uno de ellos construyera la persona que ahora eres.

 

Es aún más difícil si sabes que no volverás a tu tierra. Que caminas como un desterrado por el mundo, en donde nada es en realidad propio ni nada permanece. Por lo menos no para ti. Las esquinas que te vieron crecer, los rincones de tu barrio, tu ciudad, todo aquello que hiciste permanece en tu memoria y en la de tus amigos. La persona que eras para tus papás: primero el niño, luego el joven y después el hombre; el amigo que eras para tus amigos, aquellos que conocen toda tu historia, tus cagadas, sólo existe para ti y para ellos mientras que estén vivos. Ya después se borrará con el suspiro final del último de ellos. Para todos los demás, eres lo que tu apariencia les diga. Un viajero de tierras lejanas con los pantalones rotos, la camiseta desteñida, la barba sin afeitar, el pelo enmarañado, una cara melancólica, una mochila y la mirada perdida en el panorama que un viejo bus recorre por una carretera. Así me debe ver una mujer que esta del otro lado del corredor y aprisiona su desgastada cartera negra contra su muslo. Luce un vestido de tela delgado de color caqui que deja ver parte de su pierna. Por momentos lo estira para cubrir la extensión de su muslo color canela. Su pelo negro y rizado, baja a la altura de sus hombros descubiertos. No es joven. La piel de su rostro aparece golpeada por el sol y el tiempo, aunque su apariencia aún guarda cierta frescura que la hace atractiva. Podría ser la mamá de tres hijos, la esposa de algún hombre que la espera esta noche en casa, alguien que descama pescados, retira su columna, limpia sus espinas, los sazona y luego los cocina a fuego lento. Podría ser la recepcionista de un hotel, la camarera que arregla los cuartos, una mujer creyente que va a la iglesia todos los domingos. Podría ser la persona que sostiene a sus papas, la que ayuda a sus hijos a hacer las tareas.

 

Te olvidas de su otro lado: el de la mujer que podría ir a un encuentro amoroso con algún amante. El de la fiera que salta como pantera sobre algún hombre hasta saciarse, la puta que lleva dentro, así estire las puntas de su vestido para cubrir sus muslos. ¿Cómo sabes que una mujer así no ha robado, no ha sido infiel o ha pensado en matar a alguien en algún momento de su vida?

 

No lo sé. No lo sabes, claro, pero cierras tus ojos. Prefiero exaltar los atributos de las personas. ¿Te llamas escritor? ¿Cómo puede existir un escritor que no vea el panorama completo? ¿Olvidas que en cada uno de nosotros habita un ángel y un demonio, que así como hay luz hay oscuridad y que a veces la maldad se manifiesta de forma más intensa que la bondad? No lo olvido pero aún así prefiero exaltar la bondad, por lo menos en ello hay esperanza. De cuando acá te convertiste en un blandengue. Hablas como si no le hubieras hecho daño a nadie en tu vida. Le he hecho daño a muchas personas pero no me ufano de ello; de hecho me duele pensar que sea así. ¿Crees que no hay mujeres que te aborrecen o que el desequilibrio de Tatiana llegó solo? ¿Qué tiene que ver Tatiana en todo esto? Ella se puso así porque sabía que la abandonabas. ¡Eres un maldito! ¡Vete a la mierda, maldito! Eso, sal corriendo así como siempre haces cuando te digo algo que no te gusta.

 

Sobrepasamos las montañas extendidas al lado de la BR-101 y de un momento a otro aparece Santa Catarina y su superficie de tierras verdes elevadas sobre el agua turquesa del océano. La isla se prolonga frente al continente como un acompañante mudo. Su territorio se dibuja como una hilera montañosa que forma pendientes que caen rendidas entre el mar. Por entre las nubes se cuelan unos rayos de sol que entran perpendiculares sobre las olas produciendo un color turquesa. La amenaza de tormenta parece haberse ido igual de rápido a como llego.

 

El bus continúa su marcha. El viento entra por una ventana levantando el pelo de otra mujer que está sentada algunos puestos más adelante. Para Luis Evelio soy un cronista de su país que publica en un periódico colombiano de amplia difusión nacional, las crónicas de un viaje que está haciendo por Brasil para recaudar fondos para los niños con cáncer. Un escritor que se lanzó a una aventura (por lo menos eso es lo que se lee de entrada), aunque esté más cerca de ser un Quijote que un deportista de amplio rendimiento con la idea inicial de hacer la travesía en bicicleta. Claro que también soy la persona que escribió Una noche Monumental, la crónica del Deportivo Cúcuta contra el Gremio que tuvo tanta resonancia entre los hinchas del Cúcuta en Colombia y que es importante para él, ya que es Santandereano y según me cuenta, sus propios amigos estuvieron en el partido apoyando al equipo con la barra del Turco que yo mencione en la crónica. Eso es lo que hace el Internet, que personas que ni te conocen sepan de ti, de lo que has hecho y piensas.

 

Yo no sé mucho de él, aparte de que estudia un doctorado en Ingeniería Mecánica desde hace varios años, tuvo la iniciativa de contactarme por correo electrónico y de invitarme a pasar unos días en su casa. Vive con un italiano al que me quiere presentar y está organizando un asado con la colonia colombiana, ya que de forma coincidencial, hoy llegan dos amigas suyas con las que creció en Santander y no se ve hace mucho.

 

Sobre el resplandor de la luz reflejada en el agua, se divisa Florianópolis y su fisonomía citadina de edificios y casas a la vera del mar. El puente que conecta al continente con la isla aparece en el horizonte, al tiempo en que cierta desazón me invade. La última vez que estuve ahí fue con Tatiana.

 

El desgarro interior se acentúa una vez más y un mazo me revienta. Dejar a un amor atrás te parte por la mitad y sientes que no puedes seguir adelante; pero te toca. Dejé Praia do Rosa pero vuelvo a otro sitio que me acuerda de ella. ¿Cuán masoquista se puede ser? El amante se aferra a su dolor porque es lo único que le queda del gran amor. ¡Dios! Esta maldita melancolía de un tiempo fugado me atormenta a donde voy. Supongo que es la sensación de todo aquel que abandona su país buscando un futuro en otro lado.

 

El bus continúa su camino rompiendo el aire a su paso. El puente de concreto se ve cercano, así como lo hace la ciudad del otro lado en la isla. El movimiento de calles densamente transitadas por motos y vehículos, la imagen de peatones y personas esperando un bus en diversos paraderos me acompaña en la población continental que da contra la isla.

 

Voy pensando que después de Florianópolis todo será distinto. Por lo menos caminaré por sitios que no me acuerdan de ella, lugares que traen sentimientos nuevos.

 

El bus se sale de la carretera principal, se enfila por una oreja y sube por una pendiente que conecta con el puente de concreto que cruza ante la bella vista de un puente colgante aledaño, que se yergue abandonado como evidencia al paso del tiempo y la renovación de las cosas. El óxido se lo ha devorado y su poderosa estructura de metal luce atada por huesos raquíticos a punto de quebrarse.

 

Entramos a Florianópolis dándole la vuelta a otra oreja que nos arroja a una calle que lleva directo a la Terminal. El ronquido de una última aceleración se escucha y de un momento a otro se hace silencio. Veo a Nicolás y su novia levantarse y caminar por el corredor hacia el frente, así como lo hace la señora de cartera negra y vestido caqui que podría ser tantas cosas. Sólo espero que Luis Evelio esté esperándome.

 

Permanezco ahí un instante mirando la Rodoviaria mientras que otro bus parquea. Su rueda delantera gira hasta detenerse por completo y fijo la mirada en las gruesas tuercas de aluminio que sujetan el rin plateado. Me levanto, me cuelgo la mochila al hombro y bajo por la otra que el ayudante ya ha descargado.

 

– Mucha suerte y envíanos las crónicas – me dice Nicolás apretando mi mano. Los veo alejarse mientras monto en mis hombros la mochila. En mi pierna se acentúa el dolor que la presión produce en la hernia. Me quedo parado ahí por un instante, mirando el alrededor para ver si veo a Luis Evelio. Detrás del vidrio de la terminal veo a un hombre moreno de gran sonrisa que, inclinado hacia uno de sus costados, me hace señas cruzando sus brazos sobre la cabeza. Me dirijo hacia la puerta de salida a donde él también se acerca, descargo la mochila y me da un fuerte y rápido abrazo.

 

– Bienvenido. ¿Qué tal el viaje?

 

– El bus se demoró.

 

– Menos mal porque nosotros acabamos de llegar. El avión de Sandra y Mari se demoró también. Mira, ellas son mis amigas – me dice introduciéndome. Las saludo con un beso en la mejilla, subo la mochila al hombro de nuevo y nos echamos a andar en busca de un bus en un paradero cercano que nos lleve a su casa.

 

– Bueno, con ustedes aquí, ya tenemos todo listo para el asado colombiano – dice, dándome un par de palmadas en el hombro.

 

Un sentimiento que va más allá de la simple nacionalidad me acerca a él. Su forma calurosa y entusiasta me recuerda a un gran amigo. Por un instante siento tranquilidad, la sensación de pisar tierra luego de estar mucho tiempo a la deriva.

 

Los viajes lo revuelcan a uno. Son una ola gigante que te hunde patas arriba de cara a la arena. Pero que buen sentimiento el de salir de nuevo, respirar con fuerza y ubicarse. Tus ojos están nublados, pero el universo aparece de nuevo y tú perteneces a él.

 

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. Lea crónicas anteriores y vea otras fotos del viaje en las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse. Espere los jueves reportajes gráficos). Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Hanna Estetics Bogotá, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.