En las primeras conclusiones al artículo Colombia: ¿Un país de lectores? publicado el 24 de febrero de 2009 en blogs del Tiempo, me enfoque en hacer un análisis con respecto al precio de los libros y la forma en que su alto costo influye de forma negativa en el hábito de lectura en los colombianos. Estas segundas conclusiones irán dirigidas a analizar por qué no existe el hábito de la lectura en Colombia.
Según datos de la Cámara Colombiana del libro, el promedio de libros leídos por un colombiano al año bajó de 2.4 en 2000 a 1.6 en 2005, una cifra mínima si hablamos de un país que quiere salir del atraso. Nuestro promedio es inferior en relación a otros países latinoamericanos como México 2.5, Argentina 3.2, o Brasil 3.3, y parece ínfimo comparado con España 7.7, o Francia, en donde alguien que lea menos de diez libros al año es considerando un lector débil.
Una de las razones principales es que en Colombia no se promueve la lectura a temprana edad. El problema proviene del desinterés de los padres, quienes no estimulan a sus hijos desde chicos. Como lo mencionó un forista que escribe bajo el nombre de Calvito1, los adultos ven la lectura como una actividad aburrida que les hace perder tiempo y no aporta nada útil. Un profesional exitoso puede destacarse en su campo sin necesidad de ser una persona culta o versada en literatura.
Si la gente leyera más tendríamos un país más culto, pero eso no garantiza un país más productivo, de hecho, libros como Padre Rico, Padre Pobre, de Robert T. Kiyosaki, en el que se hace una comparación entre la forma en que los padres ricos y pobres les enseñan a sus hijos, se afirma que si un padre quiere estimular a su hijo a ganar dinero debe inducirlo en esa línea desde pequeño, a diferencia del papá que induce a su hijo a leer libros, cuya senda intelectual no hace hombres millonarios. La lectura se mira con menosprecio o se ignora, ya que leer no garantiza un mayor ingreso.
Es evidente que el afán por llevar una vida de confort y lujo en el que el fin fundamental es el dinero, está gestando generaciones privadas del placer de leer, haciéndolas superficiales y vacuas. Aparte de ello el mundo de los libros debe competir contra entretenimientos que se plantean más atractivos como el PlayStation, Xbox y Wii, todos juegos electrónicos en los que el niño no debe hacer un esfuerzo intelectual. Pasar los ojos por las palabras implica realizar un proceso interior de interpretación. Claro está que los juegos electrónicos son muy interesantes y ayudan a desarrollar aptitudes psicomotrices en los niños.
El hábito de la lectura que los padres intentaban inculcarles a sus hijos parece de épocas lejanas. Los niños consideran la lectura como algo aburrido. Leer es visto como una actividad sin sentido, una pérdida de tiempo o una obligación escolar. Diegogoy comentó: «El problema es que no nos han educado para leer, la lectura para muchos es sinónimo de aburrimiento».
El hecho de que vivamos en una sociedad apática a la lectura con padres de familia desinteresados, plantea un horizonte sombrío en éste aspecto. Las generaciones siguientes serán iguales. La apatía general debe ser contrarestada con planes de gobierno que se deben ejecutar en los colegios. Kempis comentó: «Es necesario enseñarle a leer a la gente. Hay obras fáciles de digerir y otras no tanto. Se comete un gran error en Colombia cuando a los niños en secundaria se les obliga a leer obras como El Quijote o El Cantar del Mio Cid. Incluso las obras de Gabriel García Márquez no son adecuadas para niños y jóvenes sino para adultos. Para tomarle gusto a la lectura hay que empezar por libros entretenidos, tal vez de aventuras (Robinson Crusoe, Tom Sawyer, Los viajes de Gulliver, etc.) y de ahí partir a temas más envolventes, historia, literatura antigua, teatro, etc. Si el primer libro que le ponen en las manos a alguien es, por ejemplo, La Iliada, de seguro se va a aburrir porque no son libros de fácil lectura. Después de adquirido el placer por leer es posible disfrutar obras maestras, pero al principio se tiene que ir despacio».
Yo mismo no leí Don Quijote de la Mancha en el colegio, ni pasé de la tercera página de El Cantar del Mio Cid. Vine a leer Cien años de soledad en una edición en inglés que una norteamericana me intercambió en Budapest por Las Cenizas de Ángela de Frank McCourt, en un viaje de mochilero que hice en 1998. Hay que advertir que para esa época ya era un abogado graduado de veintiséis años. Los primeros libros que leí fueron Robinson Crusoe de Daniel Defoe y Un Capitán de quince años de Julio Verne, que mi papá me regaló como libros de aventura. De ahí pasé a La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, aunque éste me costó más trabajo por su extensión y cantidad de personajes. Terminé leyendo ‘El Quijote’ y El Cantar del Mio Cid en clase de Siglo de Oro Español en la facultad de Literatura, así como La María de Jorge Isaacs en clase de Novela de Fundación Nacional. La Vorágine de José Eustacio Rivera la leí por mi cuenta como una lectura obligada para un escritor, así como muchas otras más.
El problema es de vieja data. En los colegios no incentivan de una forma adecuada la lectura. A un niño le produce desagrado leer porque se cansa y no entiende. ¿Cómo juzgarlos? Yo era uno de esos niños. Aprender a leer requiere de un entrenamiento no sólo intelectual sino también físico. Hay que ejercitarse en pasar los ojos sobre las palabras de forma eficaz. Fortalecer los músculos oculares para hacerlos más fuertes, y ampliar la capacidad visual como se hace en los cursos de lectura rápida. Sin estos entrenamientos los ojos se cansan con facilidad. No me cabe duda de que habría muchos más lectores si para leer un libro una persona no tardara un mes o una semana sino un día. Siempre me he preguntado por qué los colegios no utilizan estos métodos de lectura que hacen lectores más eficientes. Mi propia sobrina, a quien mi hermana metió en un curso de lectura rápida en Colombia, se leyó un libro en dos horas cuando sus compañeros duraron semanas.
Por otro lado los temas profundos generan desinterés y aburrición en un mundo contemporáneo en donde sólo lo comercial es llamativo. El hecho de que la T.V. se haya apropiado de la cultura incide de forma profunda en la forma de pensar de un pueblo. A las personas al frente de los medios de comunicación lo único que les importa es vender. La noticia que interesa es la que genere impacto. El énfasis y tratamiento que se le da a los temas no posee un tono educador sino a uno inmediatista. Se exalta la presencia recurrente de un mundo frívolo y vacío. Las novelas de televisión dan ejemplos negativos en temas de sexo, infidelidad, violencia, ambición, hipocresía, doble moral, etc. JcRop comentó: «La solución en mí opinión está lejos, ya que depende de que cambie la política educativa y que la sociedad se oriente en la recuperación de los valores inmateriales que cultivan el intelecto y el espíritu. Y eso, no nos digamos mentiras, cada día está más lejos».
Sbleul dijo: «Llevo varios años viviendo fuera de Colombia y me aterra la cantidad de tiempo que los colombianos (desde la empleada del servicio hasta el alto ejecutivo) (mal)gastan viendo televisión, especialmente novelas y «reality shows». Creo que la cultura del colombiano promedio seria muy diferente si todo ese tiempo dedicado a las novelas y demás se dedicara a la lectura». La T.V. ha fomentado una cultura ‘light’ en el país.
Otro factor importante a tener en cuenta es la falta de tiempo que el mundo contemporáneo plantea. Aparte del trabajo y las obligaciones familiares de las personas, existe toda una avalancha mediática incluido el Internet, que consumen el tiempo que antes se utilizaba en la lectura.
Si en los niños de estratos medios y altos no se estimula la lectura, en los estratos populares, contadas excepciones, el estímulo es mucho menor y en algunos casos inexistente. Una persona de escasos recursos está más interesada en saber cómo ganarse la vida o llevar la comida a la mesa, que en desarrollar un hábito por la lectura que no es lucrativo y claro, quita tiempo.
Históricamente ha habido poco interés gubernamental en estimular el hábito de leer y la cultura en general. En los estratos populares las alcaldías tienen que incentivar la lectura en los niños con programas especializados. En muchos de los comentarios al artículo Colombia: ¿Un país de lectores?, se percibió un desencanto, un tono melancólico que lamenta una época pasada que fue mejor, un presente que no es promisorio. En un tercer artículo que llamaré Últimas conclusiones a Colombia: ¿Un país de lectores?, analizaré el círculo vicioso que genera la carencia del hábito por la lectura y su relación con los precios caros de los libros. Quisiera agradecer de nuevo a todas aquellas personas que han participado en el foro, o me han enviado un correo personal manifestando su opinión al respecto. Por lo pronto el debate sigue abierto. Invito a los lectores que vivan por fuera de Colombia a que nos sigan enviando el precio en librerías de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
Lea el artículo Colombia: ¿Un país de lectores? – Por: Eduardo Bechara
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