En las
primeras conclusiones al artículo Colombia: ¿Un país de lectores? publicadas el
24 de febrero de 2009 en blogs del Tiempo, me enfoque en hacer un análisis con
respecto al precio de los libros y en la forma en que su alto costo influye de
forma negativa en el hábito de lectura en los colombianos. En las segundas
conclusiones analicé por qué no existe el hábito de la lectura en Colombia. En
estas conclusiones finales intentaré explicar la relación que hay entre una y
otra.

 

Conectando
con los artículos anteriores, es importante advertir que la carencia de un
hábito por la lectura genera poca venta de libros y los precios caros de los
libros intensifican la carencia de lectores generando un círculo vicioso. Un
forista del Tiempo que escribe bajo el pseudónimo de arynarvaez dijo lo
siguiente al respecto: «Es cierto que los colombianos en general no se
inclinan por la lectura, pero si a eso le sumamos el alto costo de los libros
estamos cerrándole la puerta a la cultura. A los pocos que les gusta la lectura
deben recurrir a formas alternativas, lo que implica tener que leer lo que se
encuentre y no lo que se quiera leer».

 

 Juank2017
dijo: «… a mi personalmente me gusta mucho leer, normalmente me leo un
libro al mes, pero con los altísimos costos es imposible mantener el
gusto».

 

El escritor
Cristian Valencia, columnista de éste mismo periódico escribió en días pasados
un artículo titulado De libros, libreros y comerciantes, en el que cuenta la
historia de Juaco, un vendedor de perros calientes quien ante la falta de
clientes se dedica a leer novelas de vaqueros de Keith Luger, no porque le
gusten tanto sino porque: «…es lo único que puedo pagar.» Cristian
dice que así como Juaco, hay cientos de colombianos «condenados» a
leer lo que está a la mano porque no tienen cómo comprar lo que quisieran. Más
aún, indica que estos hombres ni siquiera son tenidos en cuenta por las
estadísticas porque no hacen parte del mercado y que conforman una franja
popular que las editoriales desechan de forma inexplicable. «Un enorme
grupo de lectores no son tenidos en cuenta por los editores a la hora de lanzar
sus «productos», porque piensan de una manera diferente a como
pensaron los editores de Bruguera en la época de las novelas de vaqueros en
España».

 

En las
primeras conclusiones al artículo Colombia: ¿Un país de lectores? ya habíamos
mencionado que Winston Manrique Sandoval en su artículo Valor Seguro publicado
en Elpais.com de España con fecha de 21 de febrero de 2009, advierte que en
tiempos de crisis en un mundo contemporáneo en donde el libro electrónico y las
lecturas por el ciberespacio irán tomando fuerza el libro de bolsillo será la
carta de las editoriales. «Más por menos. Ese es el mensaje que transmiten
estos libros cuyo precio medio es de 6.40 euros.» Manrique indica que aparte
de una reducción en el precio, estos libros estarían ligados a estrategias
publicitarias en las que se ofrecen dos por uno y son vendidos en librerías y
almacenes de grandes superficies en los que los costos por empleados son
mínimos y se incentiva una venta masiva.

 

La
situación para las editoriales será cada vez más difícil puesto que el Internet
ha traído la posibilidad de los libros electrónicos a bajos costos. Estos
libros representan un medio alternativo pero al mismo tiempo se plantean como
competencia para los libros impresos, lo que puede elevar sus precios aún más.

 

Bajar los
precios de los libros ayudaría a estimular el interés por la lectura, así como
estimular la lectura ayudaría a vender más libros. La venta de libros sigue
siendo un negocio y si bien existen algunas revistas o editoriales que
funcionan por amor al arte, el mundo editorial no escapa de principios
económicos como los de oferta y demanda, punto de equilibrio, tamaño del
mercado y por supuesto el de ventas. Giuliano escribió lo siguiente al respecto
del oficio editorial: «… si no es negocio a nadie le interesa, es un
simple ejercicio de oferta y demanda, si la demanda no es grande la oferta debe
ajustarse. A nadie le interesa hacer negocios malos». Es natural que las editoriales
y librerías se lucren con la venta de libros. Si no fuera así los libros no
existirían como producto, entiéndase como un objeto dispuesto para la venta al
público, accesible en puntos comerciales.

 

Giuseppe
Caputo jefe de comunicaciones de Alfaguara me envió a mi correo personal un
discurso de José Saramago llamado El libro de cada día que hace parte del libro
al viento Palabras para un mundo mejor, en el que el escritor portugués trata
el tema de la siguiente forma: «A fin de cuentas el precio lo deciden los
lectores. El editor tiene su almacén, los libros entran y los libros salen,
pero puede llegar un momento en el que los libros entren y no salgan. Y como
cualquier empresa, la industria editorial ha de tener una rentabilidad. El
destinatario de este negocio es el lector, los lectores, ¿dónde están los
lectores? ¿Son muchos? ¿Son pocos? ¿Son bastantes?…». Más adelante dice
Saramago: «Les voy a exponer una teoría que tengo sobre la lectura que no
es muy popular, incluso podría decirse que no es políticamente correcta. Y es
que la lectura no es obligatoria. Leer no es obligatorio. Puedo preguntarle a
un chico, «Mira, ¿y tú por qué no lees?, ¿no te gusta leer?». Y él
podrá decir, «No, no me gusta». Y yo le diré, «¿No te das cuenta
de lo que te estás perdiendo?». Pero imaginemos que ese chico es un
buceador y que me contesta, «¿Y usted no se da cuenta de lo que se está
perdiendo por no bucear?». Y tiene razón. ¿Quiere esto decir que no
debamos leer? No, no quiero decir eso. Lo que quiero decir es que no vale la
pena que se inventen excusas, explicaciones, para algo que está muy claro desde
que existe el libro. La lectura no es ninguna obligación. La lectura es una
devoción, es una pasión, es un amor».

 

La
periodista y escritora norteamericana Robyn Jackson explica cómo el mundo
editorial debe amoldarse al interés de los lectores, que en muchos casos no se
inclinan por los libros de mayor contenido estético: «Publicar es un
negocio y las editoriales quieren libros que calcen en un género particular porque
ellas saben que hay una gran audiencia para libros de misterio y romance,
incluso libros de cocina. Los libros que no calcen en un género tienen mayor
dificultad en encontrar quién los publique, no importa lo buenos que sean. Todo
es cuestión de dinero».

 

Los
esfuerzos individuales por bajar los precios e incentivar el hábito de la
lectura son importantes, pero se quedan como meros aullidos de perro a la luna
si no se hacen de forma organizada. Se pueden seguir construyendo bibliotecas
en el país, pero si no se lee estos lugares serán templos abandonados. Como se
analizó en las segundas conclusiones al artículo Colombia: ¿Un país de
lectores? publicadas el 12 de marzo de 2009 en blogs del Tiempo, la lectura en
nuestro mundo contemporáneo no interesa porque no genera un resultado
económico. Si el esfuerzo no es integral, si no se hace una campaña para bajar
los precios de los libros y al mismo tiempo otra para incentivar la lectura,
estamos dando trapazos al aire.

 

Cristian lo
dijo de la siguiente forma: «En nuestro país, parece que poco importa
aquella labor educativa. Importa vender a toda costa. Y cuando se trata de
vender, los únicos que salen adelante son los best sellers, que en Colombia,
cuando no son libros de autosuperación, son libros sobre la guerrilla, los
paramilitares, los narcotraficantes, los corruptos, etc., un rosario de delitos
y delincuentes escritos que no es mucho lo que aportan a la construcción de un
imaginario diferente, al menos más polivalente y complejo». De ahí que
libros como Sin tetas no hay paraíso de Gustavo Bolívar que carece de un valor
estético se haya vendido tan bien, o que los libros que hablan del Ingrid
Betancourt y los guerrilleros del momento sean los que estén en las vitrinas de
las librerías.

 

En las
conclusiones a su artículo Cristian indica que si no se adopta la medida de los
precios fijo las pequeñas librerías desaparecerán porque el sistema actual
centrado en la venta de best Sellers privilegia a las librerías de cadena,
donde las «otras literaturas» rotan tan poco que se etiquetan con
precios descomunales. México y Argentina funcionan con la ley de precio fijo
así como se hace en Europa en donde se entiende que la venta de libros no es un
asunto netamente económico sino un bien cultural y que «el verdadero
analfabetismo de un país se mide por la cantidad y la diversidad de libros
leídos por habitante.»

 

La
situación resulta desafortunada para aquellos colombianos que sí tienen el
hábito de la lectura pero deben pagar precios exorbitantes con respecto a su
ingreso. Un país en el que no exista hábito de lectura aparte de estar
destinado a la ignorancia convierte al libro en un objeto suntuoso. Si
estimulamos la lectura más gente leerá y las tiradas de las ediciones serán
mayores. Si los precios bajan las editoriales venderían más libros y tendríamos
una sociedad más profunda. Todos ganaríamos. Los tantos «Juacos» a
los que les toca leer lo que tienen a la mano podrían incorporarse al mercado,
cuyo tamaño en Colombia es diminuto comparado al de la Unión Europea o al de
los Estados Unidos, en donde los libros son mucho más económicos porque la
venta masiva recupera de forma rápida su inversión.

 

Kempis
expuso la situación de la siguiente manera: «Yo explico la paradoja en los
precios de los libros utilizando el principio de la oferta y la demanda. Una
obra literaria de actualidad en Estados Unidos fácilmente recupera la inversión
debido a que la compra es masiva. En Colombia nadie compra los libros y para
ofrecerlos las editoriales se ven obligadas a aumentar los precios. Garantizar
la venta de un libro en Colombia es muy difícil, de ahí los precios. Es el
círculo vicioso del huevo y la gallina… nadie compra porque los libros son
caros pero los libros son caros porque nadie compra».

 

Entre más
libros se impriman en un tiraje el costo de producción baja. De ahí que sea
vital corroborar esta relación directa entre los tamaños de los mercados y los
precios de los libros. Continuamos pidiéndole a los lectores que vivan en el
extranjero que nos indiquen el precio en librerías de El amor en los tiempos
del cólera, de Gabriel García Márquez, a fin de calcular su valor en pesos de
acuerdo a la tasa representativa del mercado imperante y la comparación del
ingreso per capita de ese país contra el de Colombia. Si tenemos los
suficientes ejemplos podremos confirmar que el precio de los libros es
determinado por el tamaño de los mercados. De ser así, tendríamos que empezar a
pensar en conformar una Comunidad Económica Latinoamericana en la que se ampliara
el mercado y bajaran los precios de los libros, así como el de innumerables
productos más. El debate sigue abierto y su opinión es muy importante.

 

Una última
cosa: A José Saramago le diría que se está perdiendo de un universo fantástico
al no saber bucear, así como a los que no leen también hay que decirles que no
saben del universo que se están perdiendo.

 

 


escarabajomayor@gmail.com

 

 


www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 

Lea el
artículo Colombia: ¿Un  país de lectores?

– Por: Eduardo Bechara

 

Lea el
artículo Valor Seguro de Winston Manrique Sandoval en Elpais.com

 

Lea el
artículo de Felipe Ossa en Elespectador.com

Lea otro
artículo réplica al tema publicado en Elespectador.com

Lea el
artículo: Segundas conclusiones al artículo: Colombia: ¿Un país de lectores? –
Por Eduardo Bechara en:

 

Lea el
artículo De libros, libreros y comerciantes de Cristian Valencia en
ElTiempo.com
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