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El semestre pasado tuve la oportunidad de ser profesor de E.S.L. (Inglés como una segunda lengua) en la Universidad de Temple, Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos. Uno de los aspectos más intimidantes fue el de los alumnos dormilones. Desde el principio del semestre un par de estudiantes mostraron esta tendencia. Muchas veces me pregunté si éste comportamiento era demostrativo de que la clase no estaba captando la atención de estos alumnos, o si había algo más detrás de ello, puesto que los otros alumnos se veían interesados y participativos.
 
Uno de los alumnos dormilones, un nigeriano en el inicio de sus veintes, vino a la primera clase, participó por algunos minutos, se reclinó en su asiento y empezó a cerrar los ojos de forma gradual. – ¡Siéntese bien! -, le dije llamando su atención.
 
El mismo comportamiento se dio en las siguientes clases. A pesar de que tenía comentarios y puntos interesantes cuando hablaba, podía ver que luchaba por mantener los ojos abiertos. De forma inevitable terminaba dormitando en su asiento.
 
En nuestra conferencia individual le pregunté por qué se dormía en clase. Temí que me pudiera decir que el tema del libro no le interesaba, que despreciaba la americanización del mundo, las clases le parecían aburridoras o no había hecho las lecturas. En vez de eso, me sorprendió saber que encontraba la clase muy estimulante.
 
Me dijo que la razón por la cual se quedaba dormido tenía que ver con la falta de suficientes horas de sueño durante la noche. – Tengo muchos trabajos -, me dijo encogiendo los hombros. – Mi rutina es agotadora. Me levanto a las 6:30 a.m., me alisto, manejo una hora desde Nueva Jersey, asisto a su clase y a las otras clases, voy a Camden, trabajo medio día, viajo durante otros cuarenta minutos para llegar a otro trabajo que termina alrededor de las 9:30 p.m., me devuelvo hasta mi casa en donde preparo algo de comer y hago las tareas hasta las 3:30 o 4:00 a.m. todos los días. Los fines de semana tengo un tercer trabajo.
      
Cuando le dije que tenía un exceso de trabajos y que debía pensar en renunciar a alguno para ordenar su vida y priorizar el estudio como su primera obligación, manifestó que los tres trabajos eran indispensables ya que era responsable por pagar su propio estudio, sus gastos de vida y aparte debía enviar un dinero mensual para sostener a su familia en Nigeria. – No me queda de otra -, dijo.
 
Éste ejemplo es muy parecido al de mi otro alumno dormilón, sirve para ilustrar la situación de muchos estudiantes internacionales y nos hace reflexionar acerca de una problemática que supera en muchos casos el ámbito académico, desnudando una coyuntura profunda que se relaciona con falta de dinero y los esfuerzos desmedidos que algunos tienen que hacer para buscar su sueño americano.
 
Mi estudiante nigeriano está atado a su situación actual, su estilo de vida y falta de sueño. Si renunciara a alguno de sus puestos su balance económico se destruiría y por lo tanto el resto de su vida se desmoronaría, incluido el sueño de un mejor futuro si logra graduarse de su carrera.
 
Lo que es interesante en éste caso es que se relaciona al mío en varias formas. Yo estoy viendo tres seminarios de post-grado, dicto la clase, escribo en algunos periódicos y revistas, tengo un trabajo de medio tiempo en la Oficina de Actividades Estudiantiles de la Universidad, donde organizo un evento semanal los viernes por la noche que termina a la 1:00 a.m., y está lleno de cientos de pequeños detalles de los cuales me tengo que hacer cargo de forma diaria, lo que significa que mi semana comienza el lunes a las 8:40 a.m. y termina a la 1:00 a.m. del viernes por la noche.
 
Como mi estudiante nigeriano, me voy a dormir casi todos los días a las 3:00 a.m. Si abandonara alguno de mis trabajos perdería mi balance económico y no podría pagar mi matrícula o mi vida en Filadelfia. Por fortuna no tengo que enviarle dinero a mi familia en Colombia.
 
El hecho de que me pueda relacionar con estos estudiantes y entender su situación actual me hace ser comprensivo. Eso no quiere decir que acepto que se duerman en mi clase, pero sí implica que soy conciente de que están haciendo un esfuerzo enorme por estudiar y tener una mejor vida en el futuro. Cuando mi estudiante nigeriano se acomodaba en su asiento le decía: – Calixto, vaya al baño y échese agua en la cara.

 

escarabajomayor@gmail.com

 

www.eduardobechanavratilova.blogspot.com

 

www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor

 

http://www.pontealdia.com/blogs/eduardob/index.php

 

 

 

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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