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A principios
del año The Conference Board pronosticaba que la economía de los Estados Unidos
podía perder dos millones de empleos en 2009, que se sumarían a los dos y medio
millones de puestos de trabajo que desaparecieron en 2008. Su pronostico se
basaba en el «índice de tendencias de empleo» que para diciembre de
2008 era de noventa y nueve punto seis puntos (99.6), es decir, uno punto seis
por ciento (1.6%) menos que noviembre de 2008 y dieciséis por ciento (16%)
menos que noviembre de 2007. De este descenso se estima la pérdida de los dos
millones de empleos para 2009, pero ¿qué tanto se siente la recesión en las
calles y qué tanto ha afectado a las personas?

 

Hace
algunos días conocí a Jana, una polaca que se vino a Filadelfia hace algunos
años buscando su sueño americano. Vivía de las propinas que se ganaba
trabajando como mesera en un restaurante del centro de la ciudad, hasta que el
público disminuyó a principios de año y su jefe le dijo que ya no la
necesitaban. – Llevo meses buscando un puesto y no he conseguido nada. Me estoy
comiendo todos mis ahorros -, dijo bajando la cara hacia el piso. Entrada la
noche comentó: – Si esto sigue así voy a volver a casa. Allá por lo menos están
mis amigos.

 

El
caso de Jana no es el único ejemplo de inmigrantes que están pensando volver a
sus países de origen o se ven obligados a ello. Marco, profesor de portugués de
la Universidad de Temple, quien lleva dictando clase desde hace casi una
década, anunció que se iba y que estaba poniendo todos sus muebles a la venta.
Lo llamé a preguntar por qué. – El departamento de Español y Portugués de la
Universidad no tiene plata para pagarme el próximo semestre -, respondió con
voz triste. – Me devuelvo a Río de Janeiro al principio del verano -. Me pareció
difícil de creer hasta que otro profesor que trabaja en el mismo departamento
me contó que éste semestre no estaba dando clase.

 

Andy,
un amigo del colegio en Bogotá, cuya esposa trabajaba en una multinacional
norteamericana, me dijo que iban a perder la visa de trabajo en vista de que su
esposa había salido en un recorte de la empresa en el se quedaron sin trabajo
cientos de personas. – No sabemos qué vamos a hacer -, me dijo. – Ya estamos
hablando con el colegio en Bogotá, para ver si reciben a los niños.

 

Michelle,
una abogada norteamericana, quien trabaja en un bufete andaba angustiada porque
en su oficina les habían terminado el contrato a cincuenta abogados de un día
para otro. – No sé que voy a hacer si me despiden. Tendré que irme a la casa de
mi mamá en Pittsburg.

 


Me devuelvo a Moscú, allá por lo menos puedo trabajar en el negocio de mi papá
-, me dijo Stanislav, un administrador de empresas de la universidad de Penn. –
Me cansé de buscar trabajo en un mercado en el que hay una gran demanda de
empleos pero no hay oferta.

 

Camilo,
un amigo pereirano, quien se graduó hace un año de Temple, me comentó que se
devuelve a Colombia. Dice que su ciclo en los Estados Unidos terminó, en vista
de que perdió el trabajo que tenía en una oficina de diseño gráfico en Nueva
York. – Pero no todo es malo -, dice con cierta alegría. – Allá están mis
hermanos chiquitos y yo los quiero ver crecer.

 

Así
como ellos hay miles de inmigrantes que tienen la idea de volver a sus países
de origen o ya están empacando maletas. Saben que allá la situación es difícil
porque la crisis económica es global, pero ante la falta de oportunidades que
aqueja en la actualidad a los Estados Unidos, sienten alegría en volver a sus
raíces y tener la posibilidad de pasar tiempo con sus familias y amigos. –
Igual estoy feliz de volver a Río -, dijo Marco, – allá la gente es alegre y
puedo bailar samba cuando quiera.

 

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