– Esto es historia pura -, dice Ivonne Malaver al filo de la 1:00 p.m. mientras parquea. El sol ilumina las calles aunque los últimos días de invierno hacen sentir su presencia. Varios agentes de policía aguardan en sus patrullas. Entramos a la iglesia Internacional, ubicada en Hunting Park Av. al norte de Filadelfia. Una mujer acicalada me da un papel titulado: Derechos Básicos y Precauciones de Seguridad, en el que se indica que los hombres con sombreros verdes son asesores legales, y que las personas sin papeles tienen derecho a quedarse calladas ante las preguntas de un agente gubernamental. «Diga: ¿Puedo irme ya? En inglés: (Am I free to go?) o bien kean ai gou?», recomienda el papel, así como mantener la calma en caso de encontrarse con anti-manifestantes para evitar ser arrestado. Hay un teléfono al que se debe llamar en caso de «Emergencias que tienen que ver con la migra».
– Estamos de buenas -, dice Ivonne, – Al Día tiene la primera entrevista -. Repasamos las preguntas y le indica a una joven que estamos listos.
– Es por aquí -, dice la joven de blazer, falda y medias veladas, indicándonos el camino hacia un salón entapetado lleno de periodistas y fotógrafos. Filadelfia es la última estación de la gira que el congresista Luis Gutiérrez ha hecho por diecisiete ciudades de los Estados Unidos haciendo un llamado al cese de redadas y en contra de la separación de familias.
El senador demócrata luce un traje habano y una corbata naranja que sobresale. Habla con el reverendo Luís Cortés, presidente de Esperanza Internacional, contra una de las paredes del recinto de la que pende un espejo. La joven le indica al senador que llegamos. El se aproxima, nos da la mano y nos invita a sentarnos a su lado. Ivonne de inmediato le lanza la primera pregunta. – Senador Gutiérrez, ¿qué aprendió durante esta movilización por el país? -, dice acercando la grabadora hacia él.
– Ha refortalecido mi compromiso, número uno, y ha sido muy transformadora -, responde el senador en español con acento puertorriqueño, aunque es notorio que no domina la lengua del todo. – Yo pensaba y creía que tenía razón y que mi prioridad era la correcta. No tengo ninguna duda ahora. Cuestiono si he hecho lo suficiente. – dice, abriendo sus ojos negros. Un enjambre de fotógrafos nos rodea y los flashes se disparan desde todos los ángulos.
– ¿Qué diferencia debe haber entre un nuevo proyecto de reforma migratoria que se presente ahora y el conocido como Strive que fracasó? -, pregunta Ivonne sin perder tiempo.
– Deberían ser en esencia iguales, pueden haber unas idiosincrasias distintas, pero desde el punto de vista de principios debe tener en cuenta legalización y tiene que tener un método para unificar familias porque hay personas con visas pendientes, esperando en sus países de origen -, responde erguido sobre su asiento. Tiene la frente ancha, unos ojos vivaces y unas arrugas pronunciadas que rodean su boca de piel trigueña. – Tenemos que terminar con esas filas, hay muchas peticiones para padres, hijos, esposos. La inmigración hay que verla desde el punto de vista abarcador, para no dejar por fuera a millones de personas. Tercero, un paso para que nuevos inmigrantes puedan llegar a los Estados Unidos porque va a continuar la necesidad y no queremos estar en el mismo problema, y puede ser circular, es decir, venir a trabajar y devolverse a sus casas, o permanente.
– Por qué no se ponen de acuerdo republicanos y demócratas, y presentan un solo proyecto? -, pregunta Ivonne al tiempo en que la joven que nos sentó señala el reloj con su índice.
– Nosotros insistimos que el presidente Barack Obama inicie éste proceso y que lo haga bajo su liderazgo. El hizo un compromiso, una promesa, esto no es de partido -, dice levantando su mano a la altura de su pecho. Los dedos unidos con el pulgar.
La joven nos hace señas para que terminemos la entrevista. – Hay otros periodistas en fila -, dice. Ivonne me mira levantado la quijada.
– Congresista -, le digo -, ¿considera que realmente hay un ambiente para que haya una moratoria de redadas en éste gobierno?
– Creo que nosotros vamos a tener que continuar insistiendo, por eso estamos aquí en Filadelfia.
– ¿Cuál ha sido el costo político que asumió con esta gira? -, pregunto.
– Creo que la hemos organizado de una manera que como en cada una de las 17 ciudades siempre ha sido en una iglesia, hemos podido aislar de esa manera a los oponentes; hay dos o tres de ellos que encuentran gran dificultad de protestar cuando hay gente que se reúne en canción y en oración -, dice inclinando su cuerpo hacia delante. Gesticula y mueve las manos a medida en que habla. – Por otro lado, yo sé que no me van a invitar a ir a México, ni a ver un juego de pelota, ni ser el favorito en la Casa Blanca.
Le cedemos el puesto a Julio Largo, quien se apersona con su camarógrafo de Univisión. Ivonne habla con el reverendo Luis Cortéz, quién le indica que la gira del senador Gutiérrez termina aquí pero con ello comienza su campaña. Según él, Obama quiere hacer una reforma política, pero no está dispuesto a pagar el costo político. – El gobierno quiere hacerlo sin pagar el precio para hacerlo. Filosóficamente están con nosotros, pero para implementarlo tienen que pagar el precio político y no lo quieren pagar, y eso es un problema para el pueblo hispano que votó por el líder demócrata. De ser así la reforma deberá esperar cuatro años más -, dice inclinando la cabeza hacia un lado. Tuerce la boca y continúa: – Algunos congresistas ‘conservadores’ (Blue Dogs) que van a correr el año que viene, y Pelosi, y el partido, y el Presidente, quieren que ganen para seguir en control de la Cámara de Representantes. En otras palabras, los doce millones de indocumentados tienen que esperar a que los dieciséis ganen otra vez en 2010. Si no sacan una reforma migratoria ahora, van a esperar hasta el 2011 y nos van a decir que el presidente tiene que ser reelecto y nos la van a hacer otra vez, esperar cuatro años más.
Otro periodista entrevista al Senador, quien intercala los dedos de una mano con la otra y lo escucha con atención llevando la cabeza hacia delante. Al acabar, Luís Cortes toma al Senador del brazo y le presenta a una cantante dominicana de bella sonrisa que luce un collar de perlas con un adorno precolombino. Al salón llega Jill Flóres, una profesora norteamericana de pelo rubio y ojos claros, junto con su esposo Felix, un mexicano de piel trigueña de Ciudad Juárez, quien luce una camisa azul marca Polo. Los acompañan sus dos hijos, Vanessa, de cuatro años, quien lanza una bola de plástico hacia arriba y cae sobre su cabeza de trenzas, y Christopher, de dos, quien viste una camisa azul y una corbata. Mira a las personas a su alrededor en los brazos de su mamá. Posan con el Senador sonriendo frente a un afiche de Esperanza Internacional. El Reverendo se une y los fotógrafos les disparan una ráfaga de flashes.
Padres con sus hijos, bebes, ancianos, políticos de traje y un enjambre de periodistas llenan el amplio auditorio de la iglesia. El techo de espuma y paredes de ladrillo le da apariencia de salón de convenciones, distinta a la de iglesia tradicional. La cantante dominicana entona una canción religiosa, da un sermón y vuelve a cantar. «El problema es que nosotros no creemos, pensamos que podemos solos», dice.
– Acabo de anunciar el inicio del encuentro por Facebook -, dice Ivonne con su ‘laptop’ abierto sobre las piernas.
El Reverendo Cortez, se para frente al atril y dice que debíamos pedirle a la gente en los países latinoamericanos que rece por nosotros, que no siempre tenemos que ser nosotros quienes recemos por ellos. Añade que si también rezaran los rusos, asiáticos y africanos, se iría haciendo una petición global.
Ojeo otro de los panfletos que me dieron en la entrada, en la que sobresale un una pregunta en Inglés: «Do you have to choose between your family and your country.» American Families United trabaja para garantizar que las leyes de inmigración protejan a las familias, dice el anuncio. «Nuestros miembros son ciudadanos norteamericanos y residentes en matrimonios legítimos que pueden ser separados de sus familias por la dureza de las leyes de inmigración. Somos familias que se han visto afectadas por las leyes de inmigración y están trabajando de forma activa para salvaguardar un proceso de inmigración justo, rápido y transparente, para que no tengamos que decidir entre nuestras familias o nuestro país».
Luego de un par de reverendos con sotana que enfatizan que cada ser humano tiene derecho a buscar su lugar en el mundo, Jill Flóres, da el primer testimonio, indicando que corren el riesgo de que se rompa la familia si su esposo es deportado a Ciudad Juárez.
Debora Taker, una enfermera de Trinidad y Tobago, quien está separada de sus hijos hace cuatro años, indica que no pude volver porque aquí es independiente y se mantiene a sí misma, lo que le resultaba imposible allá. Con lágrimas cuenta que el papá de sus hijos murió hace dos años y que su hermano no hace un buen trabajo cuidando de ellos, sobre todo porque Katerina, su hija, está enferma. – Soy una buena persona, sólo quiero una mejor vida para mí y mis hijos -, termina diciendo.
A mí alrededor veo mujeres hispanas con hombres americanos aunque se ven algunas parejas de hispanos con americanas. Sobre la voz de otro hombre que toma el púlpito sobresalen los llantos de bebes en coches y brazos, algunos niños juegan inquietos. Una niña toma tetero sobre el regazo de su papá, sosteniendo un oso de peluche en sus manos.
Una argentina lee la carta de una joven llamada Anita. Lleva ocho años viviendo aquí pero no puede ir a la universidad por no tener papeles. – Si pudiera llegaría a donde se lo propusiera; porque Anita es así. Pero no la dejan -, termina diciendo, mientras pienso que aquí todos son inmigrantes o descienden de ellos. Vinieron buscando una mejor vida así como lo hizo Anita, Debora, el señor Flóres, las cientos de personas que llenan la iglesia y los millones que están afuera en procura del sueño americano, un sueño que iniciaron los cuáqueros, los ‘pilgrims’ y otros grupos que llegaron buscando un mundo nuevo.
– El congresista Gutiérrez es familia. Es de nosotros -, dice al Reverendo Cortez. – El ha ido de costa a costa impulsando una reforma migratoria -, añade introduciéndolo.
– Continuaremos yendo de ciudad en ciudad hasta que el presidente nos oiga -, dice desde el púlpito el senador Gutiérrez. – Lo importante es haber empezado el proyecto. Las ciudades se han ido ampliando; y no es que yo no quiera estar en mi casa los fines de semana -, dice con voz queda, – sino que hay personas que no van a volver a sus casas en absoluto.
Cuenta que fueron maltratados cuando llegó con sus papás de Puerto Rico a Chicago y que nadie se paró a defenderlos. – A mis papás los tildaban de borrachos sólo por ser inmigrantes -. Él no quiere que la historia se repita para otros. – No nos vamos a mantener en silencio, vamos a defender a estas familias -, dice en medio de un fuerte aplauso. – Cuando tenemos a soldados peleando en Irak y sus familias están siendo deportadas algo anda mal con el sistema de inmigración -, indica. Se despide diciendo que el sistema es demasiado rígido y está quebrado. Añade que el gobierno no debe separar lo que Dios unió. – Hay un gran amor, afecto y esperanza en Barack Obama, pero él también tiene que responder a lo que prometió. El dijo que en el primer año de su mandato se aceptaría ésta ley.
Luego de una tanda de fotos el senador se marcha, un cantante toma el pulpito y luego cantan unos mariachis. La audiencia canta con ellos, hay un ambiente de alegría pero todos saben que la oposición es fuerte, el camino es largo y estos son apenas los primeros pasos.
De salida conozco a María Castañeda, una colombiana de Pereira, quien me cuenta que deportaron a su esposo. – Nos casamos en 1995 y en el 96 metió los papeles en Nueva York -, dice parpadeando. Es de baja estatura y rostro serio. Tristeza anida en sus ojos pequeños -. Cuando entramos a la cita, el oficial de inmigración le preguntó a mi marido si tenía problemas con las autoridades y él le respondió que no -, cuenta María sin entusiasmo -. ‘I don’t bealive you’ respondió el oficial de inmigración quien volvió con dos policías que lo detuvieron -, dice bajando la mirada al piso. – Lo investigaron y le pusieron un grillete electrónico por dos años, ya que a él lo habían detenido en Arlington, Texas, en 1985, cuando cruzó la frontera. El día en que se presentó de nuevo ante inmigración lo mandaron a la prisión de York County. Le pagué cinco mil Dólares a un abogado para que lo sacara de la cárcel pero al final lo deportaron -, dice suspirando. Supuestamente ahora tiene que pedirle perdón a las autoridades por haber entrado al país sin permiso. Eso es para que le den una cita previa allá en Colombia. Cuando mi esposo fue expatriado perdí mi casa y me quedé en la calle. Ahora estamos peleando para que le den esa cita previa.
– ¿Puedo contar la historia? -, le pregunto.
– Sí, no hay problema -, responde levantando los hombros.
– Quiere que le mande la crónica que voy a escribir. ¿Se la puedo enviar a su correo electrónico?
– No, yo no tengo computador -, dice con un gesto que pronuncia sus pómulos, – no le digo que quedé en la calle.
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