Sergio se pone su gorra negra y bajamos del carro a la tarde soleada de primavera. El cielo está limpio a excepción de escasas cumulonimbos que flotan por el aire. ‘The Monster Mile’, como se le conoce al autódromo internacional de Dover, se extiende con su estructura de concreto y ventanas cuadradas hasta las altas tribunas de aluminio que rodean al óvalo de una milla.
– Ojala que Montoya nos de una sorpresa -, dice Sergio.
Una pareja se toma de la mano camino a la tribuna. Un hombre de gorra y esqueleto carga una nevera portátil, otros llevan bolsas con pacas de cerveza. Un joven de pelo claro luce una camiseta roja con el carro número 42 de Montoya. – ¿Le gusta Montoya? -, le pregunto en inglés con cierta incredulidad.
– No usaría su camiseta si no me gustara -, responde.
Más adelante vemos a otro norteamericano que viste la camiseta del corredor colombiano. – Increíble, tiene hinchada -, le digo a Sergio.
Una familia almuerza sobre unos asientos de tela, frente al baúl abierto de su camioneta. Unos hombres salen del sector de carro-casas, bajo el panorama de avionetas arrastrando pendones de las compañías aseguradoras de vehículos.
Le pedimos a una familia que nos tome una foto con la tribuna de fondo. – Montoya va a ganar -, les dice Sergio cuando nos entregan la cámara.
Si no se choca antes -, le responde un hombre.
Bordeamos el autódromo por entre un río de gente. Algunos compran ‘souvenirs’ en los ‘trailers’ de los pilotos más populares. Casetas donde se venden helados, ‘Brownies’, y ‘Funnel cakes’, le dan al lugar ambiente de feria. Llegamos hasta el monumento del robot humanoide, cuyas facciones angulares, músculos delineados y ojos rojos, lo asemejan a uno de los personajes de la serie ‘Transformers’. Levanta en su mano un carro de la Nascar como si fuera de juguete. – Párate ahí -, le digo a Sergio y le tomo una foto. Le pedimos a una joven de rasgos asiáticos que nos tome una y posamos. La joven dobla sus rodillas morenas y dispara la cámara.
-¿Qué tal quedó? -, pregunta con simpatía. – Si no les gusta tomo otra.
– Quedó perfecta -, le digo.
Compramos agua y buscamos la entrada a nuestra tribuna. Un señor chequea los tiquetes electrónicos con un aparato que deja salir un sonido agudo cuando lo pasa sobre el código de barras. Nos adentramos bajo las altas tribunas de aluminio, en medio de cientos de personas. Escalamos la escalera que nos lleva hasta la tribuna más alta y salimos al panorama colorido de las tribunas atestadas. Los carros yacen uno frente a otro en la línea de ‘pits’. La pista de concreto, famosa por acabar las llantas en poco tiempo, se extiende en un óvalo de una milla perfecta. De su exigencia sobre las llantas deriva el apodo ‘El monstruo de la milla’.
Montoya viene de quedar octavo en la última carrera disputada en Charlotte y el cambio del carro Dodge al Chevrolet lo ha visto ir en franca mejoría, al punto en que anda amenazando con meterse entre los doce primeros y poder participar en ‘El Chase’ al final del año.
El comentarista introduce a Kyle Bush por unos parlantes que resuenan en diferentes puntos del autódromo y un abucheo general se escucha en las tribunas.
– ¿Por que odian tanto a Kyle Bush? -, le pregunto a un norteamericano caucásico que tiene la cara ardida por el sol.
– Su actitud no es buena -, dice mirando el panorama con unos binóculos a mi lado. – Es muy prepotente cuando gana -, añade.
El comentarista anuncia el nombre de Montoya y la gente ni aplaude ni abuchea. – Bueno, por lo menos no cae tan mal -, dice Sergio.
Un helicóptero negro con las aspas rojas y blancas yace diagonal a la entrada de ‘pits’. La ola pasa por la tribuna sin mucha fuerza y algunas personas se levantan con los brazos extendidos hacia arriba.
– ¿A quién le va? -, le pregunto al norteamericano.
– A Jeff Gordon -, responde.
– ¿En qué posición sale?
– D.F.L. ‘Dead Fuckin’ Last’ -, me dice sin entusiasmo. – Se estrelló clasificando y sale de último.
– Kyle Bush pasa en el platón de una camioneta y la tribuna entera lo abuchea, incluido el norteamericano a mi lado, quien levanta sus manos a la altura de su boca formando un cono y grita: – ¡Buuuuuuuuuuuu!
A Kasey Kahne lo vitorean. Tres señoras se levantan de sus asientos para aplaudirlo.
Los técnicos, mecánicos y pilotos se alinean con sus diversos overoles del color representativo de sus equipos, a la voz de un hombre cantando ‘God Bless America’ que resuena por los parlantes. Un reverendo hace una oración por los soldados norteamericanos que aún continúan en Irak, y una joven canta el himno nacional de los Estados Unidos. Cuando llega a las notas más altas salen disparados unos voladores dejando una estela de humo por el aire. Revientan produciendo destellos rojos. En las últimas notas del himno se enfilan por el horizonte cuatro bombarderos F-16 que pasan como un trueno sobre el autódromo. Los vemos alejarse a toda velocidad con sus formas aerodinámicas.
– Que potencia -, dice Sergio.
– Sí, éste país es poderoso.
Le dan la orden de prender los motores a los pilotos y de inmediato escuchamos los rugidos. Saco mi teléfono y llamo a Bogotá. – Saliendo de tercero tiene toda las posibilidades de ganar -, le digo a papá.
– Pero debe correr de forma inteligente -, me responde.
Colgamos al tiempo en que los carros pasan frente a nosotros haciendo vibrar la tribuna. Un olor a combustible impregna el ambiente. El bólido rojo de Montoya con el círculo blanco de Target pintado en su capó, zigzaguea calentando llantas así como era característico cuando corría en la Cart y la Formula 1. Me siento como en los viejos tiempos, cuando salía en los primeros puestos y le arrebataba la punta desde el principio a sus contendores. Así ganó en Río de Janeiro en 1999, las quinientas millas de Indianápolis en 2000 y Mónaco en 2003. El Montoya de antes, el ganador, el hombre del ojo del tigre que se tragaba al que le pusieran por delante parece haber vuelto. Fantaseo mientras dan un nuevo giro. El ‘pace car’ se desvía hacia los ‘pits’ y la formación de cuarenta y tres carros se enfila por la recta principal produciendo un ruido ensordecedor. La sangre se acelera con el inicio de la carrera pactada a 400 vueltas.
Los bólidos toman la primera curva con Montoya pasando al segundo puesto. Las señoras frente a nosotros se levantan de sus asientos y nosotros también lo hacemos cuando los carros pasan zumbando. Montoya se acerca sobre el carro 00 de David Reutimann que va en primer lugar.
– ¡Pásalo! ¡Pásalo! – grito. Montoya sale de la curva igualándolo y lo rebasa en la recta.
– Guevón, vamos de primeros -, grita Sergio.
Intento hacer apuntes en mi libreta pero mi mano se sacude de emoción. Es cierto que los viejos tiempos han vuelto, el ojo del tigre, las victorias, la tenacidad de un hombre que salió a conquistar el mundo. Pasa de nuevo girando en punta de carrera.
– Guevón, estamos viendo esto en vivo.
– Sí, es emocionante -, respondo mientras Montoya toma la curva del otro lado del autódromo y sale de ella impulsado como un volador.
– ¿Cómo te perece esta velocidad, Sergihno?
– Nada que ver con lo que uno ve en T.V. -, responde con los ojos abiertos. – Los carros parecen de juguete -, añade.
David Reutimann se le acerca y lo sobrepasa, luego lo pasa Kasey Kahne y empieza a perder posiciones hasta estabilizarse en el puesto seis detrás del carro 48 de Jimmy Johnson.
– Montoya está echando chispas por el lado -, dice Sergio.
– Son los gases que salen del tuvo de escape.
El corredor colombiano se frena de entrada a la curva y Carl Edwards lo pasa. – Perdió rendimiento -, le digo a Sergio.
– ¿Quién sabe por qué?
Lo vemos abrirse mucho en las curvas y ser rebasado por Tony Stewart y otros corredores.
– Es que se abre mucho -, dice Sergio. Lo pasa el carro número 1 de Martin Truex Jr. – Otro -, añade con decepción.
– Sí, luce suelto -, digo mientras que el carro 43 de Reed Sorenson asume el liderato y poco después sacan la bandera amarilla. Montoya va en el puesto once. Los bólidos pasan frente a la tribuna siguiendo al ‘pace car’ y se enfilan hacia ‘pits’.
– Mira esa congestión -, digo mientras se escuchan los chillidos de las maquinas soltando y apretando los pernos de las llantas. Los mecánicos de los equipos corren bordeando los carros para cambiar los dos juegos de llantas y terminan de poner el combustible. Los pilotos hacen chirrear sus llantas intentando superar a los demás equipos en una batalla fiera.
– En ‘pits’ todo cambia -, me dice el norteamericano.
Montoya sale en el mismo puesto. – Vamos a ver si tiene más consistencia con el cambio de llantas -, digo cuando pasa de nuevo la fila que sigue al ‘pace car’. – Montoya siempre empieza a quedarse rezagado. Es todo un misterio.
– Sí, siempre le pasa algo -, responde Sergio. La carrera se reinicia y supera al carro 98 de Paul Menard. – Se animó -, añade.
Pasa al 19 de Elliott Sadler. – Sirvieron los ‘pits’. Ahí va pa’elante, Serginho -. Lo vemos bien parado en la pista, entrando a las curvas sin miedo y saliendo impulsado en las rectas. – Se los está llevando en las curvas.
– Sí, es que algo andaba mal.
Pasa a Sorenson y le llega a Kasey Kahne. – Va volando, Marica -, comenta Sergio. Al poco tiempo sacan la segunda amarilla de la carrera.
– ¿Por qué sacaron esta amarilla? -, le pregunto al norteamericano al verla ondear en el centro de la recta.
– Alguien perdió una llanta del otro lado. Mira está toda comida -, indica señalando el carro 31 de Jeff Burton con el guardafango roto.
Montoya desacelera y entra a ‘pits’ aunque los líderes no lo hacen. Cuando sale queda en el puesto dieciocho.
– ¿Por qué entró? -, pregunta Sergio.
– Prefieren tener el tanque lleno y llantas nuevas. Aunque yo no hubiera entrado. Parece que a Montoya se le olvidó que para ganar carreras hay que correr en la punta -, le digo. – ¿Cómo va Jeff Gordon? -, le pregunto al norteamericano.
– Subió diez puestos por no entrar a ‘pits’.
– A Montoya le encanta entrar a ‘pits’.
– Eso también tiene sus ventajas -, responde el norteamericano. – Si nos hay banderas amarillas los que no entraron a poner combustible están en problemas. Podrían perder una vuelta -. Nos presenta a un amigo argentino que está su lado. Un hombre de piel clara, jeans y gafas de sol.
– ¿De dónde son? – nos pregunta en español estrechando su mano.
– De Colombia.
– A claro, le hacen fuerza a Montoya.
La carrera se reinicia y Jimmy Johnson pasa a la punta. Es frecuente verlo correr de primero. El equipo va ajustando el carro en los ‘pits’ al punto en que siempre está peleando las carreras.
– Sí vez, Montoya ya no es tan rápido en estas llantas -, le digo a Sergio cuando el carro amarillo con negro de Matt Kenseth empieza a presionarlo desde atrás. – Perdió ritmo -, añado cuando lo pasa otro carro. – Por eso es que no siempre hay que entrar a ‘pits’. Con las llantas anteriores iba volando.
– Algo le pasa.
– Sí, estas llantas no le sirven. También puede ser que le hicieron un ajuste y dañaron la configuración del carro. Yo no sé por qué siempre entra a ‘pits’. Esa no es la mejor estrategia.
Montoya se recupera un poco, pasa un par de carros y se ubica detrás de Gordon. – Vamos a tener un duelo -, le digo al norteamericano.
– Sí, Gordon va para atrás. Sus llantas están gastadas -, dice. Dan algunos otros giros y cuando pensamos que Montoya lo va a pasar empieza a quedarse. Pierde tres puestos en una vuelta.
– Ahora va de veinticinco -, dice Sergio.
– Estas son las vainas que me molestan -, le dije mientras vemos a Jimmy Johnson acercarse por detrás para tomarle vuelta. – A éste paso Montoya va a quedar de último -, añado viendo al carro entrando con inseguridad en las curvas, al punto en que parece estar corriendo sobre una superficie enjabonada. – No sé qué pasó con estas llantas. Con las otras que tenía estaba hecho un volador.
Jimmy Johnson empieza a pasar coleros y se va acercando a Montoya quien lidia un duelo con el carro número 6 de David Reagan y el 12 de David Stremme. – Ahora sí que se quedó -, dice Sergio. Asiento con la cabeza.
Los carros que no han entrado a ‘pits’ empiezan a hacerlo. – Esto puede salvar a Montoya -, le digo a Sergio cuando Jimmy Johnson esta en su cola.
– Necesito una bandera amarilla aquí -, dice el norteamericano.
– Sí, y yo no la necesito.
Montoya desacelera y entra a ‘pits’ antes que Jimmy Johnson. – No entiendo por qué entró si tenían más combustible -, digo con frustración. – Ya con esto debe tener un par de vueltas perdidas -, añado aunque Montoya empieza a pasar carros de nuevo.
– Que carrera tan inconsistente. Corre bien o mal dependiendo de las llantas y ajustes que le hagan. Esa es la diferencia entre él y Jimmy Johnson.
– Si, que cagada. Pero ahora se vino con toda otra vez – responde Sergio al verlo bien parado sobre la pista rebasando algunos carros sin dificultad. Poco después sacan una bandera amarilla por suciedad en la pista.
– Esta amarilla lo enreda todo -, dice el norteamericano.
Montoya vuelve a entrar a ‘pits’ y queda al final de la fila. Reinicia con vuelta perdida y pasa a Jeff Gordon.
– Montoya pasó a Gordon -, le digo al norteamericano quien asiente con la cabeza mirando hacia la pista. El carro 42 se ve mejor parado y empieza a pasar coleros.
– Necesita recuperar la vuelta -, comenta Sergio. – Debe meterle más ganas -, añade cuando empieza a quedarse una vez más.
Pasa un par de carros mientras Sergio envía mensajes de texto por su celular. Mueve su pierna hacia arriba y abajo.
– Se ha recuperado un poco -, le dije cuando le hace un calzoncillo a Truex Jr. y a Reutimann, pasándolos al mismo tiempo. – Parece que encontró su ritmo.
Corre por una línea de carrera que ningún otro corredor hace. Toma las curvas por la parte superior saliendo impulsado en las rectas. Lo vemos pasar algunos carros hasta que reta a Kyle Bush por afuera, pero Kyle protege su posición. Más adelante lo supera.
– Está en el ritmo de los líderes otra vez -, digo cuando pasa volado pegado al muro de contención. Sobrepasa a un par de carros más, gira unas cuantas vueltas, toma la curva frente a nosotros y sale impulsado hacia la recta. Trastabilla y una nube de humo aparece al borde de su vehículo. – ¿Viste eso? -, le pregunto a Sergio.
– Sí. ¿Qué le pasó? -, pregunta. El comisario ondea la bandera amarilla.
– Se comió el muro de contención -, respondo con decepción. – Ahora si se jodió -, añado cuando pasa frente a nosotros con el lado del carro rayado y la llanta hecha retazos.
Entra a ‘pits’. Todos los demás también lo hacen. Entra de nuevo mientras limpian la pista. Sale antes de que los otros carros que siguen al ‘pace car’ le tomen otra vuelta. Entra a ‘pits’ dos veces más evitando perder vuelta.
– Le deben estar desdoblando el guardafango -, comenta Sergio.
– Ahora sí que va de último -, digo cuando la carrera se reinicia con Montoya cerrando la fila.
– Tiene el carro hecho mierda -, comenta Sergio cuando lo vemos pasar sin ritmo.
Jimmy Johnson sigue en la punta. Las mujeres se levantan con el puño al aire cuando el carro 88 de Dale Earnhardt Jr. pasa a Kyle Bush.
– Pasamos de ver la carrera en la punta a verla en la cola -, digo cuando Jimmy Johnson se aproxima a Montoya desde atrás para tomarle otra vuelta.
Descendemos por la tribuna y nos vamos a comer un perro caliente. A una joven de piernas doradas le baila el perro en las manos y ensucia su camiseta blanca con salsa de tomate. Se ríe limpiándose con una servilleta.
Comemos y volvemos a la tribuna. Una grúa levanta un carro que se salió de la pista. Montoya entra y sale de ‘pits’ evitando perder vuelta. Los comisarios de carrera continúan con el proceso de retirar el carro y limpiar la pista. La carrera se reinicia y Mark Martin, el corredor de cincuenta años que ya ha ganado dos carreras éste año, pasa a la punta. Lidera un par de vueltas pero Jimmy Johnson reclama el primer lugar de nuevo.
– Pasamos de una situación de potencial victoria a la de pelear por los últimos puestos. ¿Cómo te parece? -, le pregunto a Sergio.
– El carro no está bueno. Mira como colea entrando a la recta.
– Está inestable -, respondo viéndolo derrapar en la salida, evidenciando que el golpe contra el muro lo ha dejado afectado. – Serginho, cuando quieras nos vamos.
– Vámonos en la vuelta 300 -, dice mirado hacia el tablero. – Da rabia ver esto después de haber visto las primeras vueltas.
Da rabia ver esto después de haber visto a Montoya siendo el gran campeón de la Cart y el desafiante de Michael Shumacher en la fórmula 1. Me parece estar viendo a otro corredor, uno que nada tiene que ver con el hombre avezado, la promesa que se volvió realidad y nos hacía vibrar en Colombia con su forma certera de manejar y ganar carreras contra el que fuera. Llamo a papá – ¿De qué va Montoya? – le pregunto.
– Salí a almorzar con tu mamá y Valeria. Cuando volví vi en la T.V que iba de treinta y cuatro. ¿Qué le pasó?
– Se comió el muro.
– ¿Y de qué iba antes de eso?
– Ya iba mal.
Salimos del autódromo al sonido de los motores que pasan rugiendo por nuestro sector. – Teníamos todo para ganar pero desaprovechamos la oportunidad -, dice Sergio camino al carro. El sol aún calienta con sus rayos la tarde de primavera.
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