¿Cómo le irá a Juan Pablo Montoya? Viene de quedar treinta y uno en Dover aunque antes de eso había quedado dentro de los diez primeros en Bristol, Texas, Richmond y Charlotte. Ha ido mejorando con su nuevo Chevrolet del equipo Earnhardt-Ganassi Racing que parece rendir mejor que el antiguo Dodge de los años anteriores.
Me pongo antisolar, empaco cuatro botellas de agua en mi morral y salgo al intenso calor de la mañana. Es primavera pero el verano se insinúa y los rayos del sol calientan mi piel.
La tribuna del Autódromo de Pocono se extiende de forma longitudinal con un par de torres blancas que le dan apariencia de hipódromo. Una puerta de madera con techo triangular indica la entrada frente a la bandera de los Estados Unidos. Me dirijo hacia ella por una carretera bordeada por pinos. Hombres, mujeres, niños y viejos, caminan luciendo la camiseta de su corredor preferido. Cargan morrales y halan maletas en las que llevan víveres para pasar el día.
Montoya se impuso el reto de triunfar en la Nascar y hasta ahora no lo ha logrado. Ha dicho en repetidas ocasiones que está muy feliz corriendo en los Estados Unidos aunque ha ganado una carrera en tres temporadas. Sus resultados no concuerdan con sus declaraciones a la prensa, aunque es notorio que su insatisfacción profesional es absoluta, sobre todo después de haber sido un corredor que ganaba carreras y campeonatos.
Muestro mi boleta y entro a un sector lleno de trailers en los que se venden maletas, camisetas, gorras y chompas con los colores patrocinadores de los diversos equipos. Un joven mira modelos de carros a escala, un papá le compra una gorra de Kasey Kahne a su hijo, una joven en silla de ruedas espera a que su hermana compre una camiseta. Los trailers de Tony Stewart, Kyle Bush, Jimmy Johnson, Carl Edwards y otros de los pilotos más populares de la categoría se alinean en diversas hileras.
Doy vueltas por el lugar buscado el de Montoya. Desisto. Está el de Joey Logano, el novato del año, quien con sólo dieciocho años ha quedado cuatro veces entre los diez primeros. Un niño se pone una camiseta del nuevo ídolo que su papá le acaba de comprar.
El problema con Montoya es que generó mucha expectativa. ¿Cómo no? Fue campeón de la Cart en su primer año, gano las 500 millas de Indianápolis la única vez que las ha corrido, el gran premio de Italia en 2001, Mónaco 2003, Brasil en 2004 por citar algunos grandes premios de la F1, aunque lo más importante es que fue un serio contendor de Michael Shumacher y pudo haberle arrebatado la corona de tener la suerte del campeón.
Un tumulto sobresale en una tienda en torno a un hombre bien peluqueado que luce gafas de sol y una polo negra con la marca Jack Daniel’s.
– ¿Quién es? -, le pregunto a una modelo de falda corta. Es de pelo rubio y ojos azules, profundos.
– Casey Mears.
– ¿En qué piensa cuando empieza la carrera? -, le pregunta uno de los espectadores.
– Estoy pensando en dar lo mejor de mí -, responde micrófono en mano. – Corro cada vuelta al máximo y voy descifrando el carro a medida en que cambian las condiciones de pista. Siempre tengo en la cabeza ganar.
El corredor sube las gafas a su cabeza, responde algunas otras preguntas, agradece por tener un patrocinador tan importante como Jack Daniel’s, y se despide aduciendo que tiene que ir pronto a la conferencia de pilotos.
La personalidad impulsiva y temeraria que convertía a Montoya en un corredor fuera de serie, al final jugó en su contra. Algunas personas lo tildaron de inmaduro, otros afirmaban que adolecía de falta de inteligencia emocional, vino el gran misterio de la lesión del hombro cuando todo apuntaba a que sería campeón mundial con McLaren, los del equipo inglés dieron un comunicado oficial señalando que el piloto colombiano se lesionó jugando tenis, la versión que llegó a Bogotá dentro de sus círculos cercanos es que se había fracturado la clavícula en una moto, la relación con Ron Denis se rompió, el piloto no participó en un par de carreras, McLaren privilegió a Kimi Raikkonen y su ascenso en la F1 entró en declive desde ese momento.
Continúo mi paseo en medio de carpas y trailers, hasta llegar a uno donde un hombre con gafas blancas de sol, jeans y camiseta azul con la marca Best Buy le responde preguntas a otro.
– ¿Quién es? -, le pregunto a alguien.
– Elliott Sadler.
– Tengo ochenta y tres perros -, dice el corredor. – En donde vivo cazar es una tradición y le hemos venido haciendo por décadas.
– ¿Elliott, pero no te parece un poco exagerado tener ochenta y tres perros? -, le pregunta el entrevistador.
– No para la cantidad de hectáreas de tierra que tenemos -, indica subiendo el brazo a su pecho. Lo abre hacia el frente emulando la vista a sus vastos terrenos.
– ¿Sí, pero ochenta y tres perros? ¿Cómo hacen para acordarse de los nombres de cada uno?
– Buena pregunta, – responde Sadler. – Me los sé de memoria, aunque cada uno tiene un collar con su nombre.
Responde algunas otras preguntas hasta que un espectador indaga por las conferencias de pilotos.
– Repasamos algunas reglas del circuito, lo que podemos y no podemos hacer.
– ¿Y si algo se les olvida?
– El jefe del equipo también asiste y te ayuda a recordar las reglas en carrera si tienes alguna duda -, responde apuntándole a otro espectador que levanta la mano.
– ¿Ochenta y tres perros? ¿Cuánto cuesta sostener ochenta y tres perros?
– Demasiado, pero no tengo problema así como tampoco tengo problema con el combustible -, indica señalando la marca Sunoco dispuesta en el trailer. – Cuando M & M’s me patrocinaba, solía llegarle con bolsas de dulce a mis sobrinas, pero con éste patrocinador estoy lleno de televisores y otros electrodomésticos.
Rota la comunicación con McLaren, roto el momentum que lo había visto llegar a la cima de su carrera. Montoya empezó a ver su gran sueño de ser campeón de la F1 deslizarse por sus manos. Ya no podía volver a BMW-Williams de dónde se había marchado porque Frank Williams no lo apoyaba lo suficiente y sin tener una silla en Ferrari – el equipo con el que siempre soñó -, entró en un estado depresivo en el que se volvió un corredor de mitad de tabla, lejos del contendor avezado y atrevido que hacía vibrar a muchos.
Continúo mi recorrido llegando a una carpa de ‘U.S. Marines’, donde un joven fornido hacer barras. Un letrero indica que uno se puede ganar una camiseta si hace más de 20 barras o un vaso de plástico si hace más de 10. Otro joven se cuelga y hace 16 hasta que le tiemblan los brazos y se descuelga. Las camisetas y vasos tienen un letrero que dice: «Pain is weakness leaving the body.» Veo algunos otros jóvenes hacer 18, 15, 14 barras hasta que uno no muy corpulento hace 20. Estiro mis bíceps y tríceps, los músculos de mi espalda, dejo mi morral en el piso y me aventuro.
– Una -, cuenta un ‘Marine’ de cara hosca que las supervisa, – dos, tres… doce, trece, mis brazos tiemblan, uso todas mis fuerzas y subo la barra a mitad de cara. Bajo, el ‘Marine’ no dice nada.
– ¿Catorce, no?
– No, no subiste del todo -. Intento elevarme de nuevo. Mis bíceps me queman, subo a mitad de cara, – tienes que subir la quijada -, añade. Me descuelgo. Reclamo mi vaso y continúo el recorrido.
Fastidiado por la falta de apoyo de McLaren los resultados regulares y peor que eso, el ambiente acartonado de una F1 en la que jamás se encontró a gusto, decidió volver a la tierra que lo había visto campeonar, un país que le era familiar y en el que lo apreciaban en su verdadera dimensión.
De una carpa del ejército sale una fila de personas que esperan hacer 50 flexiones de pecho para ganarse una camiseta del U.S. ARMY. Una exhibición de Chevrolet expone el carro número 48 con el que Jimmy Johnson quedó campeón el año pasado. Un hombre ensaya un motor de prueba y la gente se cubre los oídos huyendo del sonido endemoniado. El carro número 88 de Dale Earnhardt Jr. se muestra en una tarima y uno con el número 09 está abierto al público.
En otro lado de la exhibición la compañía Sprint exhibe trofeos de las diversas carreras, frente a una multitud que hace fila en un simulador de carreras.
– Ando buscando un piloto -, le dijo Chip Ganassi por teléfono.
– ¿Ah sí? Yo ando buscando un carro -, respondió Montoya y se consolido su paso a la Nascar, una categoría nueva para ambos, dueño de equipo y piloto, quienes se propusieron triunfar en una serie en la que ningún foráneo ha ganado.
Montoya dijo por TV que sería un reto difícil, que no ganaría muchas carreras, – sólo tres por temporada -, para que la gente no se hiciera ilusiones. Se fue de la F1 a mitad de temporada 2006. Abandonó su gran sueño y lo abandonó por siempre. Sus seguidores se quedaron con un nudo en la garganta, como si los hubieran despojado de algo que les pertenecía. Llego a la Nascar como un grande pero también como un pequeño. Llegó precedido de laureles y expectativa. Una expectativa que hinchas que aún lo seguían hallaban fundada. – Montoya es Montoya -, dijeron algunos. – Aparte esta es la categoría más importante en los Estados Unidos -, añadían. ¿Cómo compararla con la F1? Sí, eso es difícil. Pero Montoya es Montoya, o por lo menos lo era. Aunque ni siquiera él se salvó de un principio básico de la vida: La expectativa excesiva siempre trae una desilusión. Como cuando un enamorado se da contra el planeta, o te recomiendan un libro o una película buenísima que no te puedes perder por nada del mundo. Por lo general cierras el libro y sales del teatro aburrido.
Espere pronto la crónica Pocono 500 – Parte II – Por: Eduardo Bechara Navratilova
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
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