– Montoya podría ser campeón hasta de lanchas de propulsión a chorro -, solía decir papá. ¡Cuán equivocado estaba! El Montoya de la actualidad no es sombra del automovilista aguerrido que sus adversarios temían. Se alejó un par de galaxias del corredor que ganaba en donde compitiera, la fiera que pasó a Michael Schumacher aquella famosa tarde de 2001 en Brasil, cuando Jos Verstappen lo estrelló por detrás en la vuelta 38, quitándole la posibilidad de imponer el record como el primer piloto de la historia en ganar en su tercera carrera de la F1.
El corredor bogotano recorre la curva de la Milla de Milwaukee, entra a la calle de ‘pits’ siguiendo la fila de carros y hace una parada larga en la que pierde varios puestos. Se ubica detrás del carro número 6 de David Reagan. Casi treinta vehículos lo separan de Carl Edwards quien va de líder. El ‘pace car’ apaga las luces y la carrera se relanza en la vuelta 139 al rugido de los motores.
Supongo que hay muchas personas que piensan como papá. Miles de hinchas que sienten un nudo en la garganta cuando lo ven retrazarse de forma sistemática en cada una de las carreras. La imagen de los viejos tiempos, la del hombre atrevido que era capaz de ganarlo todo, – incluso una carrera de lanchas -, ha quedado desvirtuada por completo.
La bandera amarilla ondea de nuevo por suciedad en la pista y los carros entran a ‘pits’. Tony Stewart sale de primero bajo la nube oscura que flota sobre el autódromo. Una gota de agua cae sobre mi brazo. Dan un par de vuelta tras el ‘pace car’ esperando que pase la llovizna que baña la pista.
Esa tarde de 2001 en Brasil Montoya mostró los dientes. El mundo entero lo entendió así, aunque el siete veces campeón del mundo negara que el acontecimiento tuviera relevancia. La forma en que el piloto bogotano lo sobrepasó imponiéndole su monoplaza en una re-arrancada, no sólo marcó el inicio del duelo Montoya-Schumacher, sino que les abrió los ojos a los demás pilotos quienes le rendían pleitesía al «rey». En contraste, el Montoya de la Nascar luce dócil. Muchas veces se le ve resignado a ser uno más de los corredores de mitad de carrera a quienes Jimmie Jonhson, Tony Stewart, Carl Edwards, Kurt Bush y otros corredores de punta pasan empujando hacia un lado. Le han untado el carro tantas veces que la antigua fiera luce como una bestia domada.
– La llovizna va a pasar rápido. Están diciendo que no se demora ni cinco minutos -, comenta Don mirando la nube en movimiento. Al poco tiempo escampa y el sol vuelve a calentar mi piel.
– Así es Pocono, está lleno de contrastes -, dice el comentarista por el parlante. – Nos llegó la voz de que ha vuelto a hacer un calor intenso en las tribunas -, añade.
– En dos vueltas se relanza la carrera -, indica Don levantando el índice y anular.
Jeff Gordon, Montoya y algunos otros corredores entran a ‘pits’ y se ubican al final de la fila. Algunos coleros lo hacen en la siguiente vuelta. El ‘pace car’ apaga las luces y la carrera se larga de nuevo. Stewart defiende el primer lugar de Edwards. Johnson va tercero. Montoya diecinueve. Kasey Kahne presiona a Johnson y lo sobrepasa en la recta. Don sacude su cabeza hacia uno y otro lado, me da un golpe en el brazo, se monta la maleta al hombro y desciende por la tribuna hacia la salida.
– La imagen mítica de Montoya se fue al piso -, comentó papá al saber que terminó de veinticinco en su segunda temporada en la Nascar. – Cuando uno se nivela por abajo y fracasa, la gloria anterior desaparece en la memoria colectiva. El piloto bogotano será recordado por su fracaso. Nadie habla ya de sus triunfos -, añadió con desilusión.
– Peor que eso, a Montoya se le olvidó ganar -, le respondí con cierta amargura. – Corre lejos de la punta, luce poco combativo y no descifra la puesta a punto del carro. Sus grandes virtudes aparecen ahora como grandes defectos.
El comentarista lo anuncia en el puesto dieciocho. Toma la curva de la Milla de Milwaukee y pasa frente a la tribuna tras Dale Earnhardt Jr. Parece seguir girando al ritmo de los líderes.
Su primer contacto con la Nascar fue en un evento publicitario en 2002 cuando corría para Williams. Jeff Gordon condujo el monoplaza de la F1 y Montoya manejó el ‘stock car’ del piloto norteamericano. Salió por TV dando declaraciones emotivas desde el autódromo de Indianápolis. Es muy posible que la idea de correr algún día en la Nascar le haya surgido en ese momento.
Boyer presiona a Johnson al tiempo en que algunos bólidos empiezan a entrar a ‘pits’. Cambian dos llantas y recargan combustible. Khane desacelera por la curva de la Milla de Milwaukee y entra. Algunos otros lo hacen en la vuelta 185, 186, 187. La pregunta es si Montoya tiene suficiente combustible como para llegar a la línea de meta sin hacer la parada.
Un hombre lleva una lata de cerveza a su boca, inclina su cabeza y toma un trago con gusto. – Burrrrrrrrrrrrg -, eructa con fuerza. Toma otro poco y escupe un gargajo oscuro sobre el corredor de aluminio. – ¡No te dejes ganar de ese cabrón! -, le grita a Gregg Biffle quien pasa presionado por Jamie McMurray. Termina la cerveza, arroja la lata al piso y la apachurra de un pisotón.
La Nascar es tosca dentro y fuera de la pista. Sus aficionados y corredores habitan la Norteamérica profunda. Muchos de ellos son «Rednecks», hombres que tienen la piel quemada porque trabajan expuestos al sol. ‘Cuellosrojos’, vendría a ser la traducción literal. La F1 en contraste es refinada y glamorosa. Sus participantes adquieren una especie de título nobiliario propio de la Europa medieval: Piloto de la F1. El príncipe Raniero le entregó el trofeo a Montoya cuando ganó el gran premio de Mónaco en 2003. Por fortuna al corredor colombiano esto le dio igual.
Su bólido mantiene un buen ritmo aunque es notorio que no pasa frente a la tribuna con la misma velocidad de antes. Algunos otros carros que lo preceden se detienen a recargar combustible y el tablero lo anuncia en la octava posición. Lo veo correr de forma consistente al entrar en la recta y empiezo a contar las vueltas: 189, 190, 191, 192,193, 194. Los líderes pasan a un ritmo más lento a medida en que transcurren las vueltas. Todos van guardando combustible.
Montoya de por si conducía de forma brusca en la Cart y la Formula 1, aunque sus movimientos en pista eran certeros y precisos. Su brusquedad es una virtud en categorías en las que no puede haber contacto con otros carros so pena de romper un alerón del monoplaza. En la Nascar ser brusco y tosco no es ninguna ventaja ya que el contacto frecuente es parte del juego.
Vuelta 195. Continúa de octavo seguido por el carro número 31 de Jeff Burton y el número 77 de Sam Hornish. Más atrás va Logano. Atrás de Logano viene Kahne como una tromba. Vuelvo al tablero. Vuelta 196, Montoya toma la tercera curva del triangulo y pasa rugiendo frente a la tribuna. Kanhe está encima de Logano, a un tercio de recta de Montoya. Vuelta 197, 198.
La bandera blanca ondea. Edwards presiona a Stewart en la recta, Johnson a Edwards. Lo pasa. Montoya sigue sólido y se hace evidente que Kahne no lo alcanzará. Los carros toman la curva de Indianápolis en la lejanía. Tony Stewart continúa en punta. – Apagó el motor -, dice el comentarista. Edwards viene tras él. – Volvió a prenderlo -, grita el hombre. Se enfilan hacia la curva de la Milla de Milwaukee y pasan frente a nosotros. Todo mundo se levanta de sus asientos para ver la llegada. La bandera a cuadros ondea y Stewart atraviesa la línea de meta.
– ‘Your the best Tony’ -, grita un hincha levantando su puño al aire. Johnson se queda sin combustible y su carro rueda con el impulso que traía. Es superado por David Reutimann, Jeff Gordon, Ryan Newman y Marcos Ambrose. Montoya entra a la recta y cruza la meta confirmando su octavo puesto. Khane derrapa y por poco pierde el control del vehículo. Varios competidores lo sobrepasan. Se repone y atraviesa la meta en el puesto quince.
Octavo. Bueno. No está mal. No está mal después de ir treinta y uno. A esto estamos acostumbrados ahora, a sentirnos satisfechos por un octavo puesto. Octavo. Bueno. No está mal, o por lo menos supongo que no lo está. Un ‘top 10’ en la Nascar es gran cosa. O por lo menos eso dicen. ¿Sí? Por ahora no me conformo. Él nos enseño distinto. Nos mostró que ser segundo es malo.
– Eres el mejor Tony -, continua gritando el hincha blandiendo su puño. Stewart da unos trompos quemando llanta en la línea de meta. Sale de la nube de humo y se dirige a nuestro sector empuñando la bandera a cuadros afuera de su ventana. Una rubia de bikini azul en cuya espalda desnuda sobresale un tatuaje por encima de sus glúteos salta sobre su puesto avivando al piloto ganador. Se apoya sobre su novio y lo abraza inclinando la cabeza hacia un lado.
Montoya ha terminado entre los diez mejores en tres de las últimas cinco carreras. Eso por lo menos muestra una progresión, pienso al bajar la tribuna entre el tumulto apeñuscado en la salida del sector. – ‘This is the fuckin’ best sport in the world -, dice un hombre de mediana edad que lleva la gorra de Tony Stewart. Un tatuaje de un escorpión sobresale en su brazo desnudo. Su cuello está ardido por el sol. Esperemos que la mejoría del piloto colombiano continúe y nos acostumbremos de nuevo a pensar que terminar de octavo es mediocre.
Lea Pocono 500 – Parte I, II y III en: www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor
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