Crónica – Lo que más me gusta de Filadelfia – Por: Eduardo Bechara Navratilova
La primavera da sus primeras señas y las personas se lanzan a las calles. Por primera vez en meses lucen camisetas o delgados sacos ante un sol que se levanta saliendo de su letargo. La gente pasa respirando un aire primaveral en el que Filadelfia vuelve a la vida sobre el barullo de los carros que transitan por Broad y Chestnut Street.
Una limosina parquea frente a la fachada de templo romano enchapado en mármol, y un par de botones con sus uniformes bien atalajados le abren la puerta a una pareja de huéspedes del hotel Ritz-Carlton. Vuelven a sus posiciones de cara a City Hall’, erigido como guardián de la Avenida de las Artes. Su construcción de arquitectura francesa en granito que data de 1908, era hasta hace un par de década el edificio más alto de la ciudad. Se construyó para ser la edificación más alta del mundo, aunque al momento de su culminación ya era más bajito que la Torre Eiffel de Paris y el obelisco en Washington. Su reloj de números romanos marca las 11:45 a.m.
En la vitrina de la librería Borders se exhibe una camiseta que promociona la semana de la cerveza con el siguiente slogan: ‘Philly 2009 – Americas best beer-drinking city’, al lado del libro ‘Homebrewing Guide’ de Dave Miller, ‘Pennsylvania Breweries’ tercera edición, por Lew Bryson, ‘How to Brew’ por Jonh. J. Palmer y ‘Homebrewing for Dummies’.
Me siento en una matera de mármol que protege a un árbol esquelético, viendo los rascacielos en punta como cohetes listos a despegar. Hago algunas anotaciones en mi cuaderno hasta que Meagan, una estudiante universitaria que conozco de Temple, se para a mi lado y me pregunta qué hago. Lleva puestos unos jeans rotos, una camiseta y un ‘piercing’ en su nariz pecosa.
– Quiero preguntarle a la gente qué es lo que más les gusta de ‘Philly’. ¿Tu qué responderías?
– Me gusta el hecho de que la puedo caminar. Es de fácil acceso; no necesito carro -, dice tomando su cola de caballo. – ¿No te parece increíble éste clima después de la tormenta de nieve que cayó hace unos días?
La joven se despide y vuelvo a las notas de mi cuaderno. Algunas personas pasan escuchando sus ipods o cargando bolsas de almacenes. Padres caminan con sus hijos tomados de la mano, otros empujan sus coches. Un anciano escarba una caneca, recoge algo y vuelve a botarlo adentro. Me paro en la esquina con el esfero en una mano, mi cuaderno abierto en la otra y espero a que una joven con gafas de sol se acerque. – ¿Podrías responderme una pregunta? -, le digo, pero pasa de largo sin mirarme. Espero a que una señora que viene cruzando Broad llegue y le hago la pregunta. También sigue adelante como si yo no existiera. – ¡No! -, dice un hombre de boina que va fumando una pipa. Un carro de bomberos pasa de prisa rompiendo el barullo con su sirena.
Meagan vuelve. – Podrías ayudarme, la gente me ve sólo y se asusta. Es por mi cara de terrorista -, bromeo.
Sonríe abriendo sus ojos verdes. – ¿Podrían respondernos una pregunta? ¿Qué es lo que más les gusta de ‘Philly’? -, interroga a una pareja.
– Que tiene todo lo que necesitamos -, responde el hombre.
¿Qué es lo que más les gusta de ‘Philly’? -, le pregunta a una mujer en compañía de una joven.
– Que está muy bien construida, es artística, estética para los ojos -, dice la hija. Es una joven de pelo rojo y ojos claros. – Venimos de Nueva York; tengo una audición -, comenta orgullosa.
– Buena suerte -, le digo.
– No me gusta nada -, responde un hombre en sus treintas recostado contra la fachada de la librería. Su piel es victima de un acne agresivo. Luce jeans sucios y una gorra roída. – O bueno, sí, el metro. Eso es lo que más me gusta.
– ¿Pero vives aquí? -, pregunta Meagan.
– Sí, sí -, le responde. Pienso que puede ser un drogadicto de los que pasan el invierno en el metro.
– Es muy animada y hay muchas personas -, dice una mujer envuelta en una ‘burka’. Cuenta que llegó a ‘Philly’ hace un mes de Arabia Saudita en compañía de sus amigas.
Maegan para a tres motociclistas que lucen botas, pantalón de cuero y esqueletos con las insignias de Harley Davidson. – ¿Qué es lo que más les gusta de ‘Philly’?
– Las drogas que puedes comprar -, dice uno con voz ronca acomodando una pañoleta sobre su cola de caballo.
– Sí, sí, eso y los bares -, dice otro que lleva un candado de barba con un par de trenzas que cuelgan a uno y otro lado de su mandíbula.
– La arquitectura, que tal te parece eso -, dice el tercero con aire presumido. Un hombre alto de cabeza rapada. – Y las mujeres hermosas, anota eso también -, indica señalando con su índice el cuaderno. Los tres bajan por Chestnut.
– Lo que más me gusta es el mercado ‘Reading Terminal’, consigues todo lo que quieras, desde especias asiáticas hasta chocolates suizos -, dice una mujer con su hijo.
– Penn’s Landing tiene una vista muy bonita -, nos dice un afro-americano que viste una gorra de los Eagles.
– Yo nací aquí hace setenta y cinco años -, cuenta una viejita, – aunque me fui a los veinte.
– A mi me encanta el Hall de la Independencia. Filadelfia es rica en historia -, responde su nieta, una mujer al final de los veintes. – Mañana me caso acá -, añade. Al poco tiempo una familia numerosa con abuelos, hermanos y sobrinos nos rodea. Nos preguntan dónde queda el edificio Wanamaker y se despiden.
Un afro-americano en sus veintes llega y a Maegan se le iluminan los ojos. Se dan un abrazo y le hace la pregunta. – Es como Nueva York pero sin tanta gente. Ni es tan congestionada. Las galerías entre la calle once y octava con Marquet Street me gustan mucho – responde. El extremo de un tatuaje se asoma por debajo de la manga de su camiseta. – La vida nocturna con su gente extraña, también me gusta. Está por todos lados, uno sólo tiene que saberla buscar y volverse parte de ella -, dice arreglándose una gorra roja con la P de los ‘Phillies’, al tañido de la campana de ‘City Hall’ que anuncia el medio día. – También me gusta la ‘Exit Skate Shop’ en Northern Liberties. Barbery, un bar allá mismo, es fenomenal para patinar. Silk City, otro bar en la quinta con Spring Garden es buenísimo los jueves. El teatro 141 y el ‘Wilma Theater’ presentan obras muy buenas -, continúa diciendo sobre el campaneo que invade la calle.
– Me voy -, dice Meagan levantando los hombros. Los dos suben por Broad en dirección a ‘City Hall’.
– ¿Puedo hacerte una pregunta? -, le digo a una señora de gafas que pasa a mi lado. – Sólo quiero saber ¿qué es lo que más te gusta de ‘Philly’?
– Los murales -, dice sin mirarme antes de lanzarse a la calle aprovechando el semáforo en verde. Le hago la pregunta a otra señora pero me pasa de largo. Soy invisible.
Me acercó a unos señores sentados en la base de mármol de la vitrina de Borders.
– Sólo vengo aquí a ver a los Eagles en el estadio de ‘football’ y a algunos conciertos -, responde luciendo la camiseta de su equipo.
– Yo viví treinta años en ‘Philly’ pero me mude a Nueva Jersey porque es más tranquilo. – Vengo a las tiendas de tatuajes -, dice su amigo ajustándose la chaqueta de jean.
– A mi me gusta practicar monopatín. Aquí hay unos buenos sitios como el ‘Love park’ -, comenta el adolescente subiendo su patineta con una patada. – Además hay niñas lindas.
– Filadelfia es la ciudad en la que hay más teléfonos celulares de todo el país. En los viejos tiempos eran los beepers -, comenta el hombre de chaqueta.
Anoto las respuestas. Mi imagen se refleja en la vitrina de la librería. Visto jeans, chaqueta negra de cuero, camiseta blanca de cuello en V, gafas negras, barba y un pelo desordenado al que le falta una peluqueada. Estoy seguro que habrá algunas personas para quienes las peluquerías sean lo que más les guste de ‘Philly’. A otras les gustarán las tiendas.
Bajo por Chestnut rumbo a mi casa. A mi lo que más me gusta es su Museo de Arte, en el que hay obras de Van Gogh que es mi preferido. Me gusta el museo de Rodin, trotar por ‘Kelly Drive’ bordeando el río Schuylkill y su hermosa naturaleza de aire puro que limpia mis pulmones. Me gusta vivir en la calle donde se dio el grito de independencia de los Estados Unidos, pensar que camino las calles por las que anduvieron Benjamin Franklin, George Washington, Thomas Jefferson, John Adams y otros padres de la patria norteamericanos. Me gusta su aire místico y ancestral, vivir en un edificio de catorce pisos que era un hotel de lujo inaugurado en 1903, con sus techos altos y chapas doradas que aún llevan la insignia de esa época: una A rodeada por laureles. Me gusta saber que es una ciudad que alberga gente muy disímil, siete universidades importantes, el primer hospital, facultad de derecho, museo de arte, academia de arte, zoológico y jardín botánico de los Estados Unidos. Que el puente ‘Ben Franklin’ que la conecta con Camden en Nueva Jersey, fue el primer puente colgante del mundo al ser inaugurado en 1926. Me gusta que ofrece tures diarios en vehículos anfibios de la Segunda Guerra Mundial como los utilizados en el desembarque a Normandía. Que en el río Delaware están atracados el U.S.S. Nueva Jersey, el primer barco lanzamisiles del mundo, el U.S.S. Olympia que combatió en la batalla de bahía Manila en 1898 contra España, el submarino U.S.S. Becuna que hundió dos cargueros japoneses en la Segunda Guerra Mundial, el velero Mochulu y el S.S. United States, un barco de pasajeros inaugurado en 1952, que aún posee el record de velocidad entre Londres y Nueva York, en 3 días 12 horas y 12 minutos. Me gusta, que William Penn la fundó para ser una ciudad incluyente ‘The city of brotherly love’, y que luego de los siglos sigue siendo un sitio heterogéneo que acepta la diversidad.
Un joven con morral camina frente a mí moviendo su cadera de forma exagerada. Sus calzoncillos se ven a través de un roto en sus jeans. Apura el paso en dirección a la entrada del almacén Macy’s, donde abre la puerta y se topa con una mujer que va saliendo. Encoge el brazo en un movimiento suave y dobla las rodillas a modo de venia. Dos jóvenes mujeres se miran y se ríen por lo que acaban de ver.
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
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