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Camiones secan la pista del autódromo internacional de Dover produciendo un resoplido con sus turbinas. Ha llovido todo el día, pero el mal tiempo por fin parece dar su brazo a torcer, y tímidos rayos luminosos penetran las nubes grises que flotan en el cielo.
 
Un helicóptero sobrevuela la línea de ‘pits’, donde técnicos de los diversos equipos revisan las llantas de superficie plana. Pancartas de la Nascar y ‘El Chase’ del 2009 penden de una reja que separa la sección de los remolques.
 
Me aproximo hasta una tarima que se levanta de cara a la tribuna que se va colmando de aficionados con camisetas de colores. Una joven con uniforme del ejército americano jura bandera y promete defender la patria de enemigos extranjeros. Tamborileros y gaiteros llegan al escenario luciendo faldas escocesas. Hacen un minuto de silencio y el contramaestre da una orden de mando que los gaiteros obedecen levantando los instrumentos. Su melodía suena contra el repiqueteo de los tambores.
 
– Por favor, muévanse hacia delante, ya vienen los camiones -, nos indica un agente de seguridad. Periodistas, fotógrafos y camarógrafos con sus grandes cámaras cargadas al hombro, le abren campo a un camión de bomberos que pasa por la parte superior de la pista. Lo sigue un modelo antiguo y uno todavía más viejo. Tiene el capó redondeado como un ‘Packard’ modelo 1949. La escalera sujeta de la parte lateral del vehículo.
 
Los mecánicos empiezan a llegar por la línea de ‘pits’ empujando los bólidos en reversa. Quedan alineados, uno detrás de otro, de acuerdo al puesto de partida. El Red Bull número 82 de Scott Speed pasa rodando silencioso a mi lado. Camino por las losas de concreto de la pista peraltada, hasta los ‘pits’ de Juan Pablo Montoya. Un mecánico de overol negro seca el rectángulo con un rodillo que absorbe agua en el suelo. La escurre en un balde e inclina su cuerpo hacia delante, pasándolo una y otra vez hasta que el charco desaparece de la plataforma. Una casilla más atrás, en los ‘pits’ de Joey Logano, uno de sus mecánicos tensiona una publicidad de Home Depot.
 
– Cuida tu cabeza -, me indica un agente de seguridad señalando hacia arriba. Un paracaidista se acerca a gran velocidad dejando una estela sobre el aire. Nos sobrevuela y aterriza en su zona designada.
 
Montoya habla con Carl Edwards en la parte posterior de la tarima. Se ajusta su overol negro con la marca Polaroid y le dice algo a Jeff Gordon.
 
Una muchedumbre puebla la pista junto a hombres y mujeres con banderas amarillas que forman una calle de honor a los pilotos. El presentador anuncia a Michael Waltrip quien saluda a la tribuna, baja de la tarima, camina entre las banderas y se sube al platón de una camioneta a mi lado. Un comisario golpea el borde del vehículo indicándole al chofer que arranque. Se lo llevan a dar una vuelta por la pista de una milla de distancia.
 
– Ábranle paso a los camarógrafos de ESPN, por favor -, pide una agente de seguridad. Es difícil moverse entre el tumulto. El camarógrafo sigue con su lente a Jeff Burton, quién se monta en la camioneta y se va. – Por favor muévanse hacia abajo -, insiste la señora.
 
– ¿Hay algún problema? -, le pregunta un oficial de policía detrás de sus gafas oscuras. Luce su estrella de alguacil en la camisa. Su pistola colgada al cinto.
 
– Por favor córrelos hacia abajo.
 
El oficial me da un empujón. – Muévete hacia abajo, ¿no entiendes? -, sus manos vuelven a mi pecho de nuevo. Debe tener unos veintidós años. Me muevo sobre los demás periodistas e invitados que dan un paso hacia atrás. – Si te lo digo una vez más, te saco a patadas de éste maldito sitio -, me advierte. Debe andar estrenando su chapa y por eso cree que puede pisotear a la gente. Hago silencio confirmando que policías comemierdas hay en todos lados del mundo.
 
Uno a uno, los pilotos se montan en la parrilla y posan haciendo cara de súper héroes. Carl Edwards lo hace con dificultad y esconde las muletas en el platón. Sonríe y saluda hacia la tribuna atiborrada en la que ondean algunas banderas de Colombia.
 
Escucho un abucheo general cuando introducen a Kyle Bush. – Es buen corredor pero nadie lo quiere -, dice un hombre de cara colorada y canas en el pelo. Una escarapela de periodista baja sobre su camiseta polo blanca.
 
– ¿Por qué no lo quieren? -, pregunta otro de dientes salidos, un poco más canoso.
 
– Es muy arrogante -, “cocky” en inglés. – No ha sabido ganarse al público -. Kyle se monta en la camioneta con cara de pocos buenos amigos. Su rostro adusto denota que anda desmotivado. – Tu puedes hacerlo -, añade el hombre de la polo blanca. – Vamos a hacerte fuerza. Sólo, no te choques contra tu hermano Kurt -. Ambos estallan de la risa.
 
Mark Martin se monta con su overol rojo y azul. – Aquí Mark, aquí. Danos una sonrisa -. Mark se voltea hacia nosotros y hace una mueca en la que se amplían las arrugas que rodean su boca. – Vamos a hacerte fuerza, Mark.
 
– Claro que no te la vamos a hacer -, replica un joven de pelo parado y gafas. – Eres muy viejo. Es más viejo que ustedes -, les dice a los hombres.
 
La tribuna vitorea a Jeff Gordon. – Jeff, una sonrisa -. El piloto se voltea hacia nosotros pero no sonríe. – ¿Qué pasó con tu magia? No has vuelto a ganar campeonatos -. La camioneta espera a que se embarque Kasey Kahne. – Mira para acá, Kasey. Vamos a tomarte una foto -. Kanhe se voltea para el otro lado y habla con Gordon. – ¿Cómo vas a hacer ahora que no puntuaste en la primera carrera? -, añade el hombre de la polo blanca.
 
– Todos son arrogantes.
 
– Así es.
 
Abuchean a Montoya cuando es presentado en la tarima. El colombiano camina entre las banderas y se sube a la camioneta luciendo unas gafas negras con el marco de colores. El tricolor nacional desplegado frente a él en las tribunas.
 
– Bien Juan, yo voy por ti -, grita el hombre de dientes salidos. Montoya se voltea hacia nosotros con sonrisa de Monalisa. Sujeta las cachas que salen del techo de la camioneta y sale a su vuelta de presentación.

 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
 
Espere mañana la crónica: Dover, desde los ‘pits’ – Parte II

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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