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El sol cae sobre Nueva Jersey calentado la fachada del estadio de los Gigantes de Nueva York. Del otro lado del río Hudson aparece el panorama urbano de Manhattan con la punta del ‘Empire State Building’ como rascacielos sobresaliente. Hay pronóstico de lluvia, pero el cielo luce despejado y un calor húmedo confirma los últimos alientos del verano.
 
Algunas filas se extienden frente a bardas que rodean las puertas de entrada, donde pancartas publicitan el Tour 2009 de U2 llamado ‘360º’. Ximena saca su celular y manda un mensaje mientras esperamos. Una rubia adelante de nosotros habla una lengua eslava con un hombre de piel colorada. Un organizador nos indica que estamos en la fila de mujeres y nos pasa a una más corta.
 
– ¿De dónde eres? -, le pregunto.
 
– Poznan, Polonia, aunque viví varios años en Varsovia.
 
– En 1998 estuve en Varsovia, Cracovia y Gdansk.
 
– Estuviste hace más de una década. No ha cambiado mucho -. Baja los bordes de sus labios. – Continúa rezagado en relación a Europa Occidental.
 
– Todos los países de la Ex-Cortina de Hierro lo están. Mi mamá es checa, aunque nací y crecí en Colombia -. Abre sus ojos verdes. – A veinte años de la caída del muro de Berlín, Praga está muy distinta, pero el resto del país sigue teniendo secuelas profundas.
 
– Yo me tuve que ir de Polonia. Aquí tengo un negocio de venta de autopartes que me daba para vivir bien hasta ahora. Con la crisis económica difícilmente pago los gastos. – Niega con la cabeza. – ¿Tú qué haces?
 
– Vivo en Filadelfia. Me gradué de una Maestría y ahora dicto una clase de Escritura Creativa en la Universidad de Temple.
 
– Tienes pergaminos. Yo no tengo nada de eso.
 
– No sé si los tenga. Lo que sé es que no tengo cómo pagar la renta del mes de octubre. Compré la boleta del concierto hace cuatro meses atrás cuando era estudiante y podía trabajar en la Universidad. De acuerdo a mi visa de estudiante internacional, ahora sólo puedo tener empleos relacionados a mi área de estudio. Así son las leyes de inmigración -. Levanto los hombros al decirlo. – Ve a conseguir un trabajo relacionado con escritura creativa en estos momentos.
 
– Eso fue lo que hizo el 11 de septiembre. Lo volvió todo difícil. Antes no existían esas limitaciones -. Lo dice con rostro adusto. – Hay polacos que se han devuelto. Tampoco tienen trabajo allá pero por lo menos están al lado de sus familiares y amigos.
 
– Eso mismo pensaba hoy. Que la crisis mató el “sueño americano”. Les ha mostrado a los norteamericanos la realidad del resto del mundo. Conozco varios profesionales que están trabajando de meseros porque no consiguen nada en su campo -. Detrás de nosotros hay tres daneses de unos cuarenta años luciendo la camiseta del Tour 360º. Unos jóvenes cargan orgullosos la bandera de Canadá. Ximena sigue mandando mensajes de texto en la fila de mujeres.
 
Un hombre me requisa. Le presento mi boleta a una joven que la verifica con un aparato digital y entro al estadio. Un par de guardias revisan las carteras de cada mujer, haciendo que su fila se mueva de forma lenta.
 
– No me dejan entrar la sombrilla -, me indica Ximena por celular. Le presto las llaves de mi carro y hago tiempo hasta que me manda un mensaje diciendo que anda esperando a su hermana y a una amiga. Subo por los caracoles de concreto hacia el segundo piso. Puestos de perros calientes, hamburguesas y otros alimentos bordean la pared que le da vuelta al estadio. Ubico mi asiento en una tribuna baja, diagonal al escenario que se levanta como una araña de cuatro patas. Una antena sube a lo alto como la punta de un cohete. Saco un cuento de uno de mis alumnos y lo empiezo a analizar mientras espero.
 
Poco a poco personas se van sentando en los asientos rojos de plástico. Una mamá le toma una foto a un pequeño niño que esboza una sonrisa de fascinación. La multitud se agranda frente a la tarima sobre láminas de aluminio que protegen el piso del estadio. Termino el cuento, hago algunas anotaciones y continúo con otro. Ximena llega con su hermana Elizabeth Vidal y Giovana Valbuena, dos caleñas que trabajan en Manhattan.
 
– Vos sos él único que viene a un concierto a trabajar -, dice Ximena.
 
– Si no lo hago ahora me toca hacerlo a las dos de la mañana de vuelta en ‘Philly’.
 
Leo un par de páginas más, hasta que el reloj se va acercando a las 7:00 pm. Las tribunas altas, medias y bajas aún lucen vacías. Un par de jóvenes con la camiseta de Venezuela sonríen para una foto.
 
– No puedo creer que no se vaya a llenar -, dice Eliza.
 
– Seguro mucha de la gente que iba a venir el viernes no pudo hacerlo hoy -, le responde Giovana. La tarde cae y los últimos rayos de sol forman claro-oscuros en las nubes.
 
– Increíble que le den más importancia a un partido de fútbol americano que al concierto de U2. Por Internet muchas personas andaban vendiendo sus boletas -, dice Ximena.
 
– Los ‘Jets’ de Nueva York cambiaron de fecha el partido contra los Titanes de Tennessee para que no cayera en la fiesta judía, Yon Kippur. U2 aceptó mover el concierto porque necesitan dos días para desarmar el escenario -, añado. Luces de colores lo iluminan. Una pantalla circular le da una vuelta de 360 grados formando la palabra ‘Muse’ en sus cuatro puntos cardinales. El estadio apaga las luces y sus tres niveles de tribunas quedan en tinieblas. Suenan los primeros acordes de una guitarra y luces focales caen sobre los músicos. Uno toca el piano, el otro la batería y un tercero canta en inglés, guitarra eléctrica en mano.
 
– ¿Será que nos acercamos? -, pregunta Eliza con cierta duda.
 
– El estadio no se va a llenar -, asegura Ximena.
 
– Bueno entonces vamos, ni ‘guevones’ que fuéramos.
 
Bajamos hasta el borde que da contra la gramilla del estadio y nos movemos por entre las sillas hasta un punto diagonal al escenario, donde hay varios puestos desocupados. Nos sentamos en la primera fila, viendo a los músicos a nivel.
 
– Esperemos que no nos saquen de acá -, dice Eliza.
 
– Pues si nos sacan nos vamos allá, o allá, o allá -, responde Ximena señalando algunas filas vacías. – El cantante tiene la misma voz de Bono -, añade apuntando su cámara hacia el escenario.
 
Una rubia de jeans apretados y esqueleto negro baila detrás de nosotros. Aplaude, sonríe, sube los brazos sobre la cabeza mientras mueve la cadera de un lado a otro.
 
El vocalista deja su guitarra de un lado y se sienta detrás de un piano blanco. Cantan una canción y luego otra que identifico. – Esta canción es famosa, suena mucho en radio.
 
– Nunca escucho radio -, responde Ximena arreglando su pelo. Su hermana le toma una foto.
 
El vocalista vuelve a terciar la guitarra y se para frente al micrófono. Su pantalón rojo contrasta con su camisa blanca. La pantalla lo enfoca mostrando el movimiento de sus dedos contra las cuerdas. La joven sigue la letra con pasión.
 
– Sabes el nombre de esta canción -, le pregunto en inglés a una señora detrás de mí.
 
– ¿No sabes a quién estás mirando? -, pregunta abriendo sus ojos castaños. Parpadea un par de veces con sus largas pestañas. – ¿Nunca has oído esta canción?
 
– Sí, claro.
 
– Bueno, ahí tienes. Es mi hijo. Canta como los ángeles -. Su tufo a alcohol y cigarrillo me llega cuando lo dice. Le advierto que no sé cómo se llama y pasa su índice por las mejillas como si estuviera llorando. Apunto la cámara. Se arregla un collar de piedras turquesa que juega con sus aretes y ladea la cara de forma en que su pelo grisáceo le cubre el hombro. Su cara arrugada brilla con el flash. Se acerca sobre mí. Esta vez sonríe. La cámara retrata su escote abierto con tatuajes en los pechos.
 
– ¿Qué te dijo? -, me pregunta Ximena.
 
– Que es la mamá del cantante.
 
– No creo -, indica arrugando los ojos. – Es una gringa chabacana, ¿no viste los tatuajes que tiene?
 
– Así son las ‘rednecks’ que veo en las carreras de la Nascar -. Eliza baja los pómulos mostrando su incredulidad.
 
– ¿Qué tal Muse? -, le pregunto a Giovana.
 
– Es muy parecido a U2 en algunas canciones -. El cantante vuelve al piano.
 
Una joven con botas de ‘cowboy’ y una minifalda a medio muslo se sienta un par de hileras detrás. Estira sus piernas doradas sobre el asiento de enfrente y le da un beso a su novio. El cantante de Muse toma la guitarra de nuevo. La pantalla lo muestra cantando sobre el micrófono con los ojos cerrados. Tocan una nueva canción que reconozco y dan la venia ante un público que los aplaude. El estadio prende las luces mostrando sus tribunas a medio llenar. Filas enteras lucen aún desabitadas.
 
Camino al pasillo, donde un guardia revisa que nadie se cuele a la sección V.I.P. – ¿En serio crees que sea la mamá de Matthew Bellamy? -, me pregunta la rubia de jeans apretados que andaba bailando. Sus ojos son negros y vivaces.
 
– ¿A ti también te llegó con ese cuento?
 
– No creo que lo sea -, dice convencida. – Su acento ni siquiera era inglés.
 
– Qué tan conocido es Muse.
 
– ¿Estás bromeando? Así como Beyoncé le abre los conciertos a Madona Muse se los abre a U2. Son super reconocidos, mezclan rock progresivo, música clásica y electrónica -, dice elevando la ceja. – Es más, yo no iba a venir al concierto pero cuando supe que Muse lo abría me animé.
 
– ¿Que canciones famosas cantaron?
 
– Bliss, Super Massive Black Hole, Knights of Cydonia, Dead Star, Time is running out. Las banderas de Croacia, Italia e Irlanda ondean frente al escenario en gramilla. – Mira, el es mi primo -, añade. Me presenta a un joven bien peluqueado que luce una camiseta de John Lennon.
 
– ¿De dónde son ustedes?
 
– Israel. ¿Tú?
 
– Colombia.
 
– En serio, acabo de llegar de Colombia -, dice el primo. – Estuve en Cali, Medellín, Bogotá, Santa Marta, Taganga y el Parque Tayrona.
 
– ¿Buceaste en Taganga?
 
– No. Pero Colombia me pareció increíble. Absolutamente increíble.
 
 
 
Espere la crónica Concierto de U2 en Nueva Jersey – Parte II.
 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
 
escarabajomayor@gmail.com

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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