El autódromo de Martinsville parece un estadio de fútbol. Su tribuna central conecta por ambos lados con tribunas bajas que forman semicírculos en las puntas. En nada se parece al trapecio de Charlotte, capaz de albergar ciento cincuenta mil espectadores en sus dos millas y media de circunferencia, ni al triangulo de Pocono – más parecido a un hipódromo -, en el que una tribuna acompaña la recta principal. En Dover, altas estructuras de aluminio circundan el óvalo de una milla.
 
Aficionados aprovechan para comprar suvenires en los tráileres de sus pilotos preferidos. Familias con niños y niñas ingresan por las taquillas ante la voz del locutor. Presenta al Chevrolet número 39 del equipo Stewart Haas Racing. – En la ‘pole’ Ryan Newman -, dice de forma animada.
 
Muestro mi escarapela y bajo por un túnel que me lleva al interior del circuito. El ovalo de media milla es angosto. Parece una pista atlética con las rectas alargadas. La bandera de los Estados Unidos ondea sobre el palco superior de vidrios polarizados, contra el horizonte cubierto de nubes.
 
Mecánicos y técnicos se alistan para la carrera apilando neumáticos y revisando tanques de combustible. Diviso el centro de operaciones del Earnhardt Ganassi Racing. La actitud relajada del equipo da la sensación de que todo está listo.
 
Jimmie Johnson habla de forma amigable con Jamie McMurray, recostado en el bólido número 26 del piloto de Joplin, Missouri. El líder del ‘Chase’ luce casual, con las manos en los bolsillos y las piernas cruzadas. Sus gafas oscuras y overol blanco de magas azules terminan de darle apariencia ‘cool’. Carl Edwards se apoya en el capó de su Ford, frente a Bob Osborne y a un hombre de sobrero de ala que sostiene un cuaderno de espiral.
 
Montoya habla con Brian Pattie parado en las escaleras del centro de operaciones, su mano firme sobre uno de los soportes. Viste su overol rojo, con las gafas oscuras subidas sobre la cabeza. Baja y conversa con un mecánico. Tuerce la boca y espera a que Pattie llegue. Discuten alguna regla de carrera con otro de los técnicos y el piloto colombiano camina con afán en dirección a un oficial de carrera. Vuelve al centro de operaciones y comparte la información con Pattie. Ambos salen en compañía de una comitiva rumbo al Chevrolet rojo con el número 42 que yace ordenado en su puesto de largada.
 
Jóvenes oficiales luciendo uniformes verdes con ribetes y boinas anaranjadas, forman con sus fusiles al hombro. Riatas blancas se ajustan alrededor de sus cinturas. Una porta la bandera de los Estados Unidos de cara a la tribuna central.
 
Jeff Gordon posa con una modelo frente a los lentes de varios reporteros. Denny Hamlin recibe los últimos consejos de Mike Ford, las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta negra FedEx. Su mirada gacha y gesto de labios caídos delatan cierta decepción en su joven rostro. Algunos incidentes de carrera y fallas mecánicas en su Toyota número 11 le han impedido estar más arriba en el ‘Chase’.
 
La recta es tan corta que no alberga todos los carros. Los pilotos que largan en la punta aguardan en las curvas uno y dos. Me devuelvo. Las primeras notas del himno me alcanzan frente al Chevrolet azul de Johnson. La línea de ‘pits’ se paraliza. El líder del ‘Chase’ levanta su mano al pecho, un soldado se para firme con la mano extendida sobre su frente en dirección a la bandera. Cuatro casas de la Fuerza Aérea producen truenos en las notas finales.
 
– Mark Martin, estaba muy solemne en la ceremonia -, me dice papá por celular. – Llámame en una amarilla -, añade.
 
Montoya entra por la ventana de su carro. Pattie le da la mano y le desea buena suerte. Gonzalo Mejía le ayuda a poner el casco. Ajusta el dispositivo que protege su cuello. Un mecánico le quita el cobertor al vidrio del bólido y el piloto colombiano enciende el motor a la señal de los aficionados: «Gentlemen, start your engines!» El olor a combustible quemado se expande ante el estruendo. Los mecánicos de Johnson ajustan sus audífonos y guantes en su centro de operaciones.
 
Vuelvo al de Montoya. Los bólidos producen alaridos y salen tras el ‘pace car’. El momento de la verdad. La expectativa es alta. El colombiano perdió terreno en Charlotte, pero si le va bien y Johnson tiene una mala tarde, podría ir descontando puntos importantes. Mark Martin no está lejos, Jeff Gordon y Tony Stewart lo preceden con pocos puntos.
 
Le dan un par de vueltas al ovalo hasta que el ‘pace car’ apaga las luces y los más de cuarenta bólidos aceleran sobre la recta al ondear la bandera verde. El rugido de los carros se intensifica en la línea de meta y disminuye una vez se pierden por la curva número uno. Zumban como abejas al desacelerar en el tramo posterior entrando a la curva tres, rugen de nuevo al salir en la cuatro hacia la recta. Newman lidera la carrera seguido por Gordon y Martin Truex Jr. El tablero indica una velocidad promedio de 90.5 millas por hora, 100 menos que en Charlotte.
 
Marcos Ambrose, Matt Kenseth y Robby Gordon se enredan en la vuelta ocho, generando la primera amarilla. Ninguno de los líderes entra a ‘pits’. El colombiano ha ganado algunos puestos. Aparece dieciocho en el tablero.
 
– Usted es ‘Gonzo’, el mejor amigo de Montoya ¿no? -, le pregunto a Gonzalo Mejía mientras los bólidos dan algunas vueltas tras el ‘pace car’.
 
– Sí -, responde con timidez.
 
– Mucho gusto, Eduardo Bechara. Soy escritor. Voy a escribir una crónica de la carrera -, le digo estrechando su mano.
 
– ¿Dónde sale publicada?
 
– En las páginas del Tiempo en Colombia y Al Día en Filadelfia. La semana pasada estuve en Charlotte.
 
La carrera se reinicia. Mark Martin asciende al puesto cuarto, Johnson al noveno.
 
– ¿Cuántos segundos se están gastando por vuelta? -, le pregunto a Gonzo.
 
– Veinte -, responde mirando una pantalla de T.V. empotrada en el centro de operaciones.
 
– Es difícil pasar en esta pista, ¿no?
 
– Sí, pero Montoya ya va de trece -, comenta.
 
Johnson sube al quinto. El colombiano adelanta a Stewart, a Casey Mears y a Joey Logano por el noveno. Se le ve bien parado, atacando a sus competidores por adentro.
 
– Aquí se muestra el desgaste de las llantas -, me indica Gonzo acercándose a la pantalla llena de cifras. – Para esta vuelta cuarenta ya se han ido desgastando.
 
Michael Waltrip estalla un neumático y su bólido número 55 hace un trompo sacando la segunda amarilla. Los mecánicos de Montoya suben las mangas de sus overoles rojos, se ajustan los cascos y esperan la llegada del bogotano. Uno baja la pértiga con la bandera de Colombia, señalando el punto de frenada. Los otros toman los neumáticos cuando el bólido se acerca, sus rodillas flexionadas sobre la barda de concreto. Montoya frena y se lanzan a cambiar los externos. Las pistolas neumáticas producen chillidos agudos cuando aflojan los pernos y ajustan los de las nuevas llantas. Corren hacia el otro lado, levantan el carro con el gato y le cambian los neumáticos internos al tiempo en que los bomberos lo abastecen de combustible. El bogotano sale raudo chillando las llantas.
 
La entropía del momento disminuye. Los mecánicos ajustan los neumáticos usados en unos soportes y un ingeniero los inspecciona. Dos de ellos lucen comidos en toda la superficie, los otros dos sólo en los costados de adentro. Los evalúan posando la punta metálica de un medidor sobre el caucho. Les pasan la llama de un soplete y limpian la superficie con una espátula.
 
– ¿Gonzo, para qué les ponen candela? -, pregunto.
 
– Para quitarles la suciedad que recogen en la entrada de ‘pits’. Están midiendo cuánto se han gastado -. El ingeniero posa el medidor sobre la superficie limpia.
 
La carrera se relanza con Gordon en la punta, Johnson segundo, Montoya décimo. Johnson supera a Gordon, el colombiano a Matt Kenseth. En el siguiente giro a Dale Earnhardt Jr. por el octavo, a Jamie McMurray por el séptimo. Anda con decisión así como en sus viejo tiempos. La transmisión de ESPN lo muestra de forma constante. Sus mecánicos miran la pantalla del autódromo siguiendo su progresión. Le hacen fuerza con la mirada. Pasa al 00 de David Reutimann, a Mark Martin por el quinto. Le recorta distancia a Gordon quien ha ido perdiendo puestos, le unta el carro por detrás. En la vuelta setenta y cuatro lo supera. Uno de sus mecánicos aprieta los puños, Gonzo escucha atento a sus audífonos. ¡Maldita sea! Vez que valió la pena meterse las 456 millas de viaje. Te lo dije, guevón.
 
 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
 
Lea próximamente la crónica: Martinsville, desde los ‘pits’ – Parte III – Por: Eduardo Bechara Navratilova
 
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