(Así fue la última carrera de la Nascar 2009). El trancón se extiende por la I – 95 en Miami del sur, ante la fila interminable de carros que ruedan a dos millas por hora. Letreros a lado y lado dicen: ‘Homestead Ford 400’, publicitando la última carrera de la Nascar 2009. Muchos aficionados han venido de todos lados del país y el exterior a ver lo que puede ser una carrera histórica.
– El tipo que venía a mi lado en el avión desde Filadelfia tenía una chaqueta de Jimmie Johnson -, digo estirando mis brazos sobre los hombros del Negro y Reinoso. Si Johnson se corona campeón, sería la primera vez que un piloto gana cuatro campeonatos seguidos.
– Ojalá pase eso -, dice Cardoso desde el puesto del copiloto. Inclina el codo y toma un sorbo de cerveza. – Que Johnson se lleve el campeonato y Montoya la carrera.
– ¿Qué necesita para quedar campeón? -, pregunta Reinoso, sus dedos entrelazados con los de su novia.
– Llegar más arriba del puesto veintisiete, si es que Mark Martin gana -, respondo.
– Le lleva como ciento setenta puntos -, añade Ricardo desviándose por una salida que conduce al autódromo. Cardoso esconde la botella ante la patrulla del Sheriff estacionada en la berma de la carretera.
– ¿Ahora sí se preocupo, Cardoso? -, dice el Negro con una risa al final de su frase. – No va a quedar tranquilo sino hasta que nos claven un ‘D.U.I.’ automático a todos, ¿no?
– Nada de nervios, papá -, responde Cardoso tomando otro sorbo una vez pasamos de largo.
– ¿Por qué se desinfló Montoya al final del ‘chase’? -, pregunta Reinoso.
– Tuvo accidentes en Charlotte, Talladega y Texas. Su equipo siempre pierde puestos en los ‘pits’. Lo sacan a mitad del lote donde hay más posibilidades de accidentarse. Jimmie Johnson afirma que el lugar más seguro para correr es la punta.
– Pero igual puede terminar bien. Está peleando el quinto puesto con Tony Stewart -, dice Ricardo acelerando ante el movimiento de los carros. – Stewart sólo le lleva tres puntos.
– Terminar de quinto no sería malo. Aunque obvio, Montoya quería el título.
– Hubo una época en la que el ‘man’ no se contentaba con menos -, añade Cardoso bogando su cerveza.
– Alcanzó a contender por el campeonato en las cuatro primeras carreras del ‘chase’, hasta que Martin lo chocó en Charlotte. Yo estaba allá en ‘pits’, fue triste -, digo levantando los hombros. – Incluso me fui antes de que la carrera se terminara.
– Becho, ¿usted por qué se aficionó tanto? -, pregunta Reinoso, – de lo que me acuerdo en Colombia su fuerte era el fútbol.
– Esto es lo que tengo acá en los Estados Unidos. Cuando uno se va del país se aleja de algunas aficiones y se acerca a otras. Comencé yendo a un par de carreras y me fui interesando. Puede sonar extraño, pero Montoya me une a Colombia. Es algo que tenía allá cuando veía las carreras con mi papá y mis amigos, y también tengo acá. Vives una experiencia sensorial -, les digo mostrando mis manos. – La vibración de los motores se transmite en las tribunas de aluminio -, añado pasándolas de arriba abajo por mi cuerpo, – el olor a combustible quemado inunda el ambiente -, las subo a mi nariz -, los rugidos de los motores llenan tus oídos, la velocidad te asombra. Es muy emocionante, sobre todo si tu piloto va peleando la carrera.
– ¡Suena buenísimo! -, dice Fernanda.
– ¡Woooooow! Fernanda se emocionó -, comenta Reinoso agarrándole la pierna.
Cardoso termina su botella y me la pasa para que la guarde en la nevera. – Mijo, páseme otra -, dice extendiendo la palma de su mano.
La tribuna longitudinal del autódromo se abre ante el horizonte de nubes delgadas. Seguimos la indicación de los policías que dirigen el tránsito y parqueamos la camioneta sobre el pasto de un lote en el que hay otras ‘station wagons’ y automóviles con placas de diversos estados del país.
– Aquí hay puro ‘redneck’ -, dice Cardoso dando un vistazo a las personas que alistan sus almuerzos. Amarra una pañoleta azul alrededor de su cabeza y borra algunas fotos viejas en la pantalla de la cámara.
Bajamos el asador y la nevera ante un clima templado en el que es posible andar en camiseta. Nada parecido al de Filadelfia para esta altura de noviembre. – Muchos exagerados comprar noventa y ocho cervezas -, digo abriendo una lata de Budweiser.
– Todas se van -, afirma Cardoso destapando una Bud Light que engulle a pico de botella. – Segurísimo se van.
El Negro acomoda sus gafas de sol, abre una Budweiser y se sienta en el borde del baúl de forma relajada. Reinoso desempotra una de las sillas traseras, la posa sobre el pasto y se la ofrece a Fernanda ante el ritmo de Loba de Shakira, que Ricardo pone en el equipo de la camioneta.
– Muchos ‘rednecks’ -, digo negando con la cabeza. – Éste es el famoso ‘tailgate’, comerse un asado detrás de la camioneta y luego entrar a la carrera.
– Delicioso -, responde Cardoso subiendo los hombros, una sonrisa en su boca.
Ricardo le prende candela a unos papeles periódicos arrugados en el iniciador, acomoda los carbones y saca las costillas de las bolsas plásticas en las que vienen empacadas al vacío.
– ¿Negrito, me acompañas a reclamar las boletas?
– Sí, viejo, vamos -, responde tomando un trago de Budweiser bajo su gorra caqui con el logotipo de Puma.
Caminamos hacia la taquilla en un ambiente festivo en el que aficionados de todas las edades lucen camisetas y gorros de sus automovilistas preferidos. Algunos colombianos se pasean orgullosos con prendas rojas que llevan el logotipo de Target y el número 42 de Montoya. Un niño de brazos luce la gorra del corredor colombiano y sacude una banderita con el tricolor nacional ante la sonrisa de su papá.
Ubicamos la taquilla y hacemos fila tras un par de brasileros con la camiseta auri-verde del equipo de futbol del Brasil. – Vocês torcem por quem? -, les pregunto.
– A gente torce por Jimmie Johnson; é um grande campeão -, indica uno de ellos asintiendo con la cabeza. – Mais queremos que Montoya ganhe a carreira hoje -, añade y cuenta que viajaron desde São Paulo sólo para verla.
– Eu acho que o próximo ano vai ser o ano de Montoya -, dice el otro. – Eli tem que demostrar aqui o que já demostro no resto do mundo.
– A gente também vai torcer por Johnson para ganhar o campeonato -, les digo antes de que se vayan. – E torceremos pelo Brasil na Copa do Mundo, África do Sul 2010.
Reclamamos las boletas y volvemos a la camioneta bajo un cielo cubierto, en el que avionetas halan pendones con propaganda de las diferentes compañías aseguradoras de vehículos.
– Nos perdimos la rueda de prensa de Montoya. Fue a las 9:30 a.m. Pero nos dieron gorras de Target con nuestras boletas -, digo respirando el olor a carne asada. Reinoso y Fernanda se las ponen y posan para una foto ante el lente de Cardoso. Destapamos una nueva Budweiser y nos comemos las costillas humeantes que Ricardo saca de la braza. Cardoso corta unos chorizos en una tabla de madera y los ofrece. Me siento sobre el borde de la camioneta y degusto una pechuga de pollo adobada con salsa BBQ.
– Por éste reencuentro -, digo abriendo una nueva cerveza. Las chocamos y bebo un trago largo que me refresca ante el sonido de Empire State of Mind – In New York de Jay-Z y Alicia Keys. Me como otra costilla acompañada de guacamole y un pedazo de chorizo que Ricardo saca del asador. Reinoso se sienta con Fernanda y boga su cerveza ante la mirada de unos norteamericanos que nos detallan comiendo perros calientes con Coca Cola. Cardoso corta algunas costillas, las sirve en unos platos de cartón y se las ofrece. Una joven de unos dieciocho se levanta de una silla plegable, le da las gracias y le muestra los platos a su papá quién anda sentado al volante.
– Appreciate it -, dice el hombre levantando su mano en dirección a nosotros.
– Enjoy -, responde Cardoso tomándoles una foto.
El Negro abre una cerveza y la bebe a sorbos largos. Una nueva pechuga sale de la braza. Termino mi cerveza y abro otra. Ricardo saca unas costillas que Cardoso corta y le reparte a unos amigos suyos que llegan.
– Por que Montoya nos de una alegría -, dice Reinoso levantando su lata de cerveza.
Brindo y bogo la mía acompañada de una mazorca dorada que Cardoso me pasa diciendo: – Para que se acuerde del sabor de Colombia, mijo.
– Sí, la verdad es que no me he comido una mazorca en años -, le digo hundiendo mis dientes en los granos crujientes de maíz. – Esa es otra de las cosa de irse. Te vas alejando de las comidas de tu tierra, la música. Ustedes no lo sienten tanto porque viven en la Florida pero en Pensilvania es otra cosa.
– Esto aquí es cómo Colombia -, dice Cardoso engullendo un sorbo de cerveza, sus cachetes ardidos por el sol. – Uno puede encontrar la comida que quiera sin ningún problema. Donde yo vivo hay más colombianos que gringos.
– Por eso es que Montoya corre de local -, añade Reinoso al ritmo de Get Low de FLO Rida.
– Cuando fuimos a reclamar las boletas vimos a varios colombianos con la camiseta de Target. Eso jamás lo había visto en ninguna de las otras carreras a las que he ido -, digo apurando un trago.
– Sería una chimba ganarnos esta -, añade Cardoso apretando el puño. – Con eso cerraría una temporada decorosa.
– El 2010 va a ser su año, lo presiento -, afirma Ricardo sacando unas nuevas costillas de la braza.
El celular vibra en mi bolsillo, me limpio la grasa de las manos y le contesto a papá quien llama desde Colombia: – ¿Cómo anda el ambiente? ¿Ya ubicaste el carro de Montoya?
– Aún no, estamos terminando el asado.
– Pero si son casi las tres de la tarde, la carrera ya se va a iniciar.
– Te voy a pasar al negro que te quiere saludar -, le digo bebiendo un sorbo de cerveza.
– Alvaro, hoy si vamos a verlo ganar, se respira en el ambiente -, le dice el Negro con ojos brillantes. Cardoso saluda a papá y recuerdan las viejas épocas en las que quedamos campeones de fútbol de la Uncoli en 1992 con el Lincoln.
– Veo que andan muy contentos. ¿Qué están tomando?
– Cerveza. Compramos noventa y ocho cervezas -, le digo al bramido lejano de las avionetas que se retiran por el horizonte. – Yo pensé que era una locura noventa y ocho cervezas, pero se han ido acabando.
– Oye, no se vayan a meter en problemas -, dice al tiempo en que las últimas personas a nuestro alrededor alistan sus neveras y se dirigen hacia la tribuna.
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