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Ricardo se cuelga un morral con veinticuatro cervezas al hombro y nos aventuramos rumbo al autódromo. El cielo sigue cubierto aunque no parece que vaya a llover. Cardoso levanta su cámara y dispara fotos captando el ambiente de aficionados en pantalones cortos, jeans y camisetas. La apunta hacia nosotros y subimos nuestras cervezas al aire. – ¡Que viva éste plan ‘redneck’! -, dice Reinoso tomado de la mano de Fernanda, un lente fotográfico de largo alcance en la otra.
 
El negro boga su cerveza y le pide una nueva a Ricardo. Paramos en unos baños ambulantes dispuestos a mitad de camino, donde un norteamericano de barba blanca manchada en la comisura de los labios, gafas negras y la gorra de Kasey Kahne, nos mira con desconfianza.
 
– Seguro debe tener su Harley Davidson parqueada por ahí -, dice Cardoso bajando las cejas.
 
– Montoya hates Kahne -, le digo posando el índice sobre mi gorra.
 
– Kahne hates Montoya -, me responde torciendo la boca.
 
– That means we hate each other? -, le pregunto acercándome hacia él.
 
– Only in the track -, responde con una leve sonrisa. Me le acerco un poco más, inclino mi tronco y Cardoso nos toma una foto.
 
Un par de monas con cola de caballo y una morena con sus gafas de sol a la altura de la frente, reparten panfletos con camisetas de paramédicos de espaldas a un carro de bomberos. – Photo! – digo escabulléndome entre ellas. Paso mis brazos por encima de sus hombros, Cardoso le da la cámara a Fernanda y posa al lado de una de ellas, el negro y Ricardo se agachan como jugadores de un equipo de fútbol.
 
– Say cheese -, indica Fernanda y toma la foto.
 
– What are you guys doing? Stay away from the firefighter girls! -, nos grita un grupo de policías robustos del otro lado de la calle. Siguen de largo cagados de la risa.
 
– Yo quiero una foto con ellos -, dice Fernanda.
 
Bordeamos la hilera de palmeras que lleva a nuestra tribuna y le mostramos las boletas a una joven afro-americana de cachetes amplios. Pasa un dispositivo infrarrojo sobre el código de barras. El aparato deja salir un pitido agudo, levanto la cámara y me tomo una foto con ella retratando su sonrisa de dientes ordenados.
 
Una vez adentro, Reinoso levanta los brazos en señal de victoria. Nos tomamos algunas otras fotos frente a los bólidos de Tony Stewart y Matt Kenseth, alineados ante unas columnas habanas y faroles de bronce que marcan la entrada al autódromo. Entramos por unos arcos y caminamos bajo la estructura de aluminio en un grito al unísono de: – ¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!
 
– Becho, ¿qué tal como nos miran todos estos ‘gringos’? -, pregunta Reinoso.
 
– Del putas -, respondo.
 
Cardoso retrata el gesto de ojos vivases y boca redonda que Ricardo hace como cuadro expresionista de Edvard Munch. Subimos las escaleras de aluminio y salimos frente al inicio de la recta principal del ovalo, en la salida de la curva cuatro. Ubicamos nuestros puestos alrededor de otros colombianos con camisetas y gorras de Montoya.
 
Levanto mi pulgar a lo alto y sonrío ante el lente de Cardoso. – Bechara anda feliz -, dice mirando la imagen en la pantalla.
 
– Tengo que aprovechar, es la primera vez que vengo a una carrera de estas con mis amigos -, digo abriendo una cerveza. – A todas las demás casi siempre voy sólo.
 
Banderas de Colombia y Brasil ondean en la tribuna. Papás con sus hijos, jóvenes con la camiseta de la selección nacional, mujeres con camisetas rojas y otras personas con gorros de tres puntas que exhiben el tricolor nacional, pueblan la tribuna entremezclados con aficionados norteamericano que lucen las camisetas de Dale Earnhardt Jr., Kurt Bush, Joey Logano, Mark Martin, Denny Hamlin, Jimmie Johnson, Jeff Gordon y otras de las estrellas de la Nascar.
 
Una pareja de afro-americanos con sus hijas se toman fotos entre ellos en la fila de atrás, y otro par de hombres de color hablan entre si más abajo.
 
– Es la primera vez que veo afro-americanos en estas carreras -, le digo al Negro.
 
– Este es el deporte más blanco de los Estados Unidos. El más negro de todos es Montoya -, dice bebiendo un trago de cerveza.
 
Un hombre con atuendo colorido de cacique y una corona de plumas blancas, negras y rojas, sube por la tribuna con una bandera de Colombia. Un corazón verde sobresale en el asta con la frase: “Colombia te quiere”. Algunos colombianos se paran de sus asientos y agitan sus banderas. El hombre sonríe tras sus gafas de sol, da unas vueltas y levanta los brazos. Retrato su rostro de tez morena y pómulos salidos al tiempo en que el presentador introduce a Jamie McMurray en los parlantes. La tribuna ovaciona cuando presenta a Montoya. Banderas de Colombia ondean por todas partes.
 
– En todos los autódromos de la Nascar lo chiflan -, le digo a Reinoso. Cardoso sonríe con su Budweiser en la mano. – Aquí en realidad estamos de locales -, añado.
 
– ¿Qué tal son los aficionados en Pócono o Dover?
 
– Son muy parecidos en todos lados -, digo subiendo los hombros. – Ves a los ‘gringos’ de la Norteamérica profunda. Muchos de los Republicanos que son intolerantes.
 
Montoya pasa en el platón de una 4×4 y la tribuna vuelve a ondear sus banderas. El piloto colombiano sube su mano y saluda detrás de sus gafas oscuras.
 
– Bueno, por lo menos ya saluda -, dice Reinoso.
 
– Sería absurdo que no saludara a una tribuna llena de colombianos.
 
– ¿En qué puesto larga?
 
– Veinticuatro.
 
El locutor hace un recuento de las diez carreras del ‘Chase’, y pasan los momentos decisivos en la pantalla. Los pilotos y sus equipos forman al lado de sus bólidos, suben sus manos a la altura del pecho y el pastor Fidel Gómez hace una oración por los soldados en Irak y Afganistán: – Let them get home safe -, le pide a Dios.
 
– La voz de Tiana en Princess and the Frog, Aniki N. Rose -, indica el presentador. La joven canta el himno de los Estados Unidos con una voz dulce al tiempo en que tres camionetas Ford le dan una vuelta a la pista halando una bandera gigantesca que flota de forma horizontal con sus puntas al aire. Se acercan por la pista hacia la tribuna central por donde cuatro casas F-16 de la Fuerza Aérea se enfilan y sobrevuelan a mach 3 con sus turbinas silenciosas.
 
– Aficionados a las carreras, están listos para escuchar la frase más popular de la categoría Nascar, pronunciada por el hoy célebre Mike Rowe.
 
– Señores, siempre tengo una frase en la que digo ‘get ready to get dirty’ -, dice el protagonista de la serie Trabajos Sucios del ‘Discovery Channel’, – pero hoy voy a decir: ‘Gentlemen, start your engines’.
 
El rugido de los bólidos invade las tribunas. Reinoso sube sus binóculos y observa la salida de los cuarenta y cuatro bólidos que parten por la línea de ‘pits’ y salen a dar una vuelta tras el ‘pace car’. Jimmie Johnson pasa liderando el grupo que deja una estela de olor a combustible quemado a su paso.
 
La emoción crece en la tribuna cuando dan otro giro, se acercan por la curva tres, el ‘pace car’ apaga sus luces, salen de la cuatro y aceleran produciendo un rugido ensordecedor. Jimmie Johnson cruza la línea de meta bajo la bandera a cuadros y la carrera se lanza. El rugido aminora ante la tribuna que permanece en pie, atenta a la batalla por los primeros lugares. Toman la curva uno y dos, salen a la recta posterior frente a una fila de palmeras, entran a la curva tres y salen por la cuatro. Johnson cruza la línea de meta seguido por Marcos Ambrose. Montoya gana tres lugares y asciende al puesto veintiuno.
 
Ambrose pasa a Johnson en la siguiente curva pero Johnson lo reta y lo adelanta por adentro. Kevin Harvick también lo pasa. El grupo de bólidos se aleja, toman la curva uno, la dos, recorren la recta de atrás, toman la tres y salen por la cuatro rugiendo, la vibración de los motores irradiada en la tribuna de aluminio.
 
Ambrose entra a ‘pits’ en la vuelta diecisiete. Tony Stewart pasa a Harvick por el segundo, Montoya asciende al puesto quince. – Ahí va -, le digo a Reinoso dándole unas palmadas en el hombro.
 
Abro una nueva Budweiser y tomo un trago largo que baja delicioso por mi garganta. Stewart busca la punta y Montoya pierde un puesto con Jeff Burton, pasa a A.J. Allmendinger y sube al puesto quince de nuevo. En la vuelta 33 Stewart pasa a Johnson por el liderato y le toma vuelta a Travis Kvapil.
 
– Ricardo, ¿tiene otra cerveza? -, le pregunta el Negro.
 
– Ya se acabaron -, responde buscando en su morral.
 
Bajamos al baño y Cardoso compra medio litro de Budweiser para cada uno. Cuando volvemos Ricardo nos cuenta que todo mundo entró a ‘pits’ en bandera verde. Stewart continúa de primero, Karvick segundo, Clint Bowyer tercero, Mark Martin cuarto, Johnson quinto. Montoya ha ganado dos lugares y va de trece.
 
– Que suba al tablero principal.
 
– Sí, al doce -, dice el Negro.
 
Sube en la siguiente vuelta y en la 77 asciende al puesto once. Ambrose se va contra el muro y pasa llenando la tribuna de olor a llanta quemada.
 
Los bólidos siguen al ‘pace car’ en la primera amarilla de carrera. Dan un nuevo giro y se dirigen hacia la línea de ‘pits’ liderados por Stewart. Todos los carros entran detrás de él.
 
Los mecánicos corren a cambiar los neumáticos externos ante el chillido de las pistolas mecánicas de los diferentes equipos desajustando y ajustando los pernos. Corren hacia el otro lado y cambian los neumáticos internos al tiempo en que los bomberos terminan de reabastecer el combustible y los bólidos salen chirriando sus llantas, una nube de humo dibujada a su paso. Los carros salen de ‘pits’ dan una vuelta y pasan frente a nosotros tras el ‘pace car’. Cuento a Montoya de noveno.
 
– Ahí va cachivacheando -, me dice papá por celular.
 
– Sí, la tribuna se está calentando -, respondo ante las banderas colombinas que ondean cuando el ‘pace car’ apaga sus luces y se lanza la carrera. Stewart lidera el reinicio en la vuelta 85 seguido por Harvick. Una vuelta después Harvick le arrebata el liderato y Stewart desciende progresivamente perdiendo puestos con Bowyer, Martin, Johnson y Montoya, quien asciende al quinto lugar. El bogotano se ve sólido en la pista, su bólido rojo con el círculo blanco de Target bien parado. Sale de la curva ganando un nuevo puesto frente a Martin y Kurt Bush.
 
– Va por Jimmie Johnson -, dice papá por celular cuando los bólidos se alejan. Le acerca el ‘bumper’ en la vuelta 90. La imagen del colombiano rebasando al líder del ‘chase’ en la pantalla. – ¡Montoya es un putas! -, exclama papá.
 
– Claro que es un putas, y a mi me gusta así eso no guste.
 
Reinoso y el Negro saltan abrazados como niños. El tricolor nacional ondea por todos lados y nos sumergimos en una ebriedad de alegría. Corazón acelerado a mil revoluciones por segundo, un canto a la nación y a la vida, la vibración en el aluminio, en tu piel, el fervor extendiéndose por tu pecho, un cosquilleo que se expande hasta las yemas de los dedos. Montoya se le acerca a Bowyer por el segundo lugar, lo mide en milésimas de segundo, el correr de nuestro torrente sanguíneo.
 
– ¡Vamos, pa delante ¡Vamos, pa delante! -, grito en el delirio colectivo. Le pone su carro por adentro, le gana la cuerda y lo adelanta. Sale de la curva cuatro disparado en busca de Harvick. – ¡Jueputa! ¡Jueputa! -, grito blandiendo mi puño al aire. – ¿Sí o no? Cardosito.
 
– Sí, a todos, ¡hijueputas! -, dice con los ojos salidos. – Nadie levanta la cara -, añade derramando su cerveza con los saltos que damos abrazados, como si Colombia hubiera metido un gol y estuviéramos celebrando el campeonato del mundo. Colombianos a nuestro alrededor le gritan frases de aliento al piloto a medida en que se le acerca a Harvick por el liderato y le mete el carro en la curva tres por adentro.
 
– ¡Vamos, pa delante! ¡Vamos, pa delante! -, grito con todas mis fuerzas pero Harvick defiende la posición y le saca medio carro. Montoya se estabiliza en el segundo lugar y pasa volado ante una tribuna frenética que no para de animarlo. Caras con sonrisas de éxtasis, ojos brillantes y pechos inflados pueblan la tribuna a medida en que Harvick, Montoya y Jeff Burton le sacan tres segundos al resto del grupo. John Andretti se va contra el muro en la vuelta 106 y el ‘pace car’ sale al frente de Harvick.
 
Los bólido toman la entrada a ‘pits’, cambian de nuevo sus llantas y se reabastecen de combustible. Montoya sale de sexto. – ¿Cómo pierde cuatro puestos en los ‘pits’?-, pregunta papá.
 
– Normal.
 
– Una carrera tan heroica que va haciendo. Alguien debería responderle por esa vaina. Siempre gana puestos en pista y los pierde en ‘pits’ de forma sistemática. Ese es el resumen de la temporada. No hay derecho a esa vaina. Es decepcionante.
 
– Yo cumplo con decirlo -, le respondo ante el rugido de los bólidos que salen de la curva cuatro tras el ‘pace car’.
 
– Mi papá dice que no hay derecho a que Montoya siempre pierda puestos en los ‘pits’ -, le digo a Reinoso.
 
– Toda la razón, esa mierda apesta -, responde levantando sus binóculos. – Es un hándicap que lo perjudica. El ‘man’ estaba de segundo y ya no.
 
 
 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

Lea la crónica ‘Tailgate’ en Homestead – Parte I – Por: Eduardo Bechara Navratilova en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 
escarabajomayor@gmail.com

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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