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El sol cae sobre Wyoming Street calentando el asfalto como una plancha hirviente. Aún es primavera pero en las calles de Filadelfia flota esa humedad que hace que la ropa se te pegue al cuerpo. Doblo por la calle cuatro, ante la fachada azul del lugar dispuesto como puesto de votación. En su frente de ventanas enrejadas ondea la bandera colombiana. Junto a la entrada aparece el listado con los números de las cédulas de ciudadanía que dirigen a los votantes a la mesa uno y dos. Una hoja con el escudo de Colombia y la frase: «Presidential elections 2010», pegada con cinta pegante en la puerta.
 
Entro al lugar que en otros momentos presta un servicio de recepciones, una barra extendida al fondo bajo unas luces halógenas. Doris Acosta, la cónsul designada por la Embajada de Colombia en Nueva York, me saluda con un apretón de mano y me asigna en la mesa dos. – Tu vas a ser el presidente de la mesa -, indica.
 
– Ya me asusté con la designación -, digo levantando la ceja. Doris sonríe. Firmo la hoja correspondiente y me ubico al lado de Lorena Buitrago. – ¿Todavía sigues estudiando el PhD en la Universidad de Temple? -, le pregunto.
 
– Sí, son cinco años -, responde subiendo los hombros.
 
Doris levanta su mano derecha y le pide a los cinco jurados de votación de cada mesa que las levanten. Nos toma el juramento. – ¡Si juro! -, gritamos al unísono.
 
– Ya que tenemos al primer sufragante aquí, él puede servir de testigo para verificar que las urnas estén vacías antes de ser selladas -. Levanto la urna de cartón abierta por ambos costado y le muestro el interior a un hombre de unos sesenta años.
 
Juan Manuel Díaz le cierra las tapas de abajo y les paso una cinta. Sellamos las tapas de arriba con el Sello de Urna firmado por los cinco jurados. – Las elecciones se consideran abiertas desde ya -, dice Doris a las ocho en punto. El primer sufragante pasa a la mesa uno. Un señor de sombrero de ala corta se aproxima a la nuestra y entrega su cédula. Silvia Carvajal acomoda sus gafas y verifica que el número esté en el Listado de Sufragantes. Lo retiñe con un marcador amarillo. Juan lo busca en el Registro General de Votantes, escribe su género, nombre, apellido y le toma la huella dactilar del índice de la mano derecha. Escribo el número de la mesa y firmo el tarjetón con los nueve candidatos. El hombre se lo lleva a uno de los cubículos de cartón ubicados al frente de las mesas, vuelve con la hoja doblada y la introduce por la ranura de la urna. Lorena le devuelve la cédula con su Certificado Electoral.
 
Un joven de pelo ondulado y gafas rectangulares supervisa el procedimiento desde atrás. Lo miro. – Mucho gusto, Javier Guillot, yo soy el Testigo Electoral.
 
– ¿Cuáles son las responsabilidades? -, pregunto.
 
– Observar que los votantes escojan libremente y en secreto a su candidato, sin presión de ninguna clase, velar por que ninguna persona interfiera indebidamente en los procesos de votación y escrutinio del jurado de votación, observar que las mesas no funciones con menos de dos jurados o que las tarjetas electorales sean sustraídas del recinto, entre otras -, dice asintiendo.
 
– ¿Qué haces acá en Filadelfia?
 
– Estudio un Doctorado en Filosofía en la Universidad de Pensilvania.
 
– ¡Wooow! Eso suena interesante. Yo hice una Maestría en Escritura Creativa en Temple y luego fui profesor de escritura creativa allá. Estas son mis últimas semanas en ‘Philly’.
 
– Votemos ya, antes de que llegue la gente -, dice Lorena tomando un tarjetón. Marca su candidato y lo introduce en la urna. Me llevo un tarjetón al cubículo, marco mi candidato con una X, doblo la hoja y la deslizo dentro de la urna. Otro par de hombres y una pareja de jóvenes luciendo la camiseta verde de Mockus llegan a nuestra mesa. La primera hora se va sin mucho movimiento.
 
– Se acaban de iniciar las elecciones en Colombia -, dice Paola Roco mirando su reloj. Abre su computador personal y empieza a trabajar en un proyecto. Una señora trastabilla en el escalón de la entrada y por poco acaba cayendo en la mesa de Doris y Jaime Acosta. A un señor con sombrero ‘vueltiao’ le pasa lo mismo. – ¡Errda! Quieren hacer caer a Mockus, pero no van a poder -, dice camino a la mesa dos.
 
– Deberíamos poner un aviso de atención en la entrada -, le digo a Doris. Tomo un papel y escribo CUIDADO ESCALON. Doris me da un marcador amarillo y lo retiño. Pego el papel en el marco de la puerta.
 
– La gente llega encandelillada con el sol y no se da cuenta del escalón -, dice Jaime saliendo a la calle. Lo sigo y le tomamos una foto a la fachada del local.
 
– ¿A qué horas salieron desde Nueva York hacia acá?
 
– A las cuatro de la mañana -, responde abriendo los ojos.
 
Vuelvo al local y caigo en la trampa del paso falso. Por poco me voy de bruces. – ¿Qué tan imbécil puede uno ser? -, pregunto subiendo las cejas. – Yo acabo de poner el aviso.
 
– Es lo que digo. Uno llega encandelillado y no ve el escalón -, insiste Jaime.
 
Vuelvo a mi puesto. Desde la mesa uno, Catalina Ocampo me cuenta que estudió literatura en los Estados Unidos. Le muestro una copia de «Unos duermen, otros no». – Ya la traduje al inglés -, le digo mordiendo un pandebono.
 
– Hay varios escritores latinoamericanos o de ascendencia latinoamericana escribiendo en inglés. Daniel Alarcón es uno de ellos.
 
– Claro, un peruano. Yo lo conocí en Temple. Un tipo bastante pedante.
 
– Así se vuelven todos los escritores a los que les empieza a ir bien.
 
– Supongo que sí. Léete «Tales From the Town of Widows», de James Cañón. Es un ibaguereño que estudió Escritura Creativa en Columbia University. Penguin le publicó el libro y fue finalista del premio Edmund White.
 
Silvia se interesa en el tema y me compra una copia de la novela. – Yo leía mucha literatura latinoamericana hasta que me concentré a leer sólo en inglés para perfeccionar la lengua -. Empieza a leerla mientras esperamos. Llega un joven con la camiseta de «Colombia es pasión» y levanta los ojos del libro.
 
– Estas elecciones son definitivas para la historia de Colombia -, dice Javier Escobar desde la mesa uno. Le pueden dar un giro a la situación actual del país.
 
– Es verdad, pero tenemos prohibido hablar de política -, digo ante la mirada atenta de Javier G., sentado frente a las dos mesas. – Hablemos del Mundial de Sudáfrica -, añado cambiando de tema. A nadie le interesa. – Me siento como en el colegio, cuando el profesor cuidaba los exámenes. Las torturas por las que a uno le toca pasar de chino. Son necesarias, pero muy aburridas.
 
– Yo era muy vago -, dice Javier E. – Me iba a Pance a pasar el día. En los exámenes ponía la mochila en el asiento de enfrente, asomaba el cuaderno y lo abría -. Dibuja el movimiento con sus manos.
 
– Yo también era vago, aunque no capaba colegio ni me copiaba; sólo pensaba en fútbol. En la universidad me volví buen estudiante.
 
– Yo igual. Es porque uno ya sabe sus intereses y eso lo motiva -, añade Javier E.
 
– Yo en cambio fui buena estudiante en el colegio y en la universidad no tanto -, admite Catalina.
 
– Eso pasa mucho con los grandes alumnos del colegio. Pero a mi haber sido vago me ayuda a entender y conectarme con mis alumnos. Entiendo que hay temas que no le interesan a todo mundo y eso es respetable. Cuando uno es joven aún no sabe bien qué quiere de la vida. Si hay gente que llega a los treintas sin saber.
 
– Y hasta los cuarentas -, añade Lorena.
 
– Sí, y tampoco tiene nada de malo.
 
Juan, Lorena y yo matamos el tiempo hablando de los nombres hechizos que se ven en Colombia como: Mylady, Yourlady, Ourlady, Onedollar y Usnavy, entre otros. Juan nos muestras en su iphone el «oso» de Noemí Sanín cuando dijo en la celebración antioqueña de los ciento sesenta años del partido conservador, que cantaran el himno de Antioquia y empezó a cantar el Himno Nacional de Colombia. – Pobre Noemí. No da para más -, dice Lorena negando con la cabeza.
 
Hacia las once el lugar se llena de votantes. Hombres, mujeres y niños luciendo la camiseta verde con el girasol de Antanas Mockus. Un niño de unos cinco años viste la camiseta y gorra de los ‘Phillies’. Familias enteras de costeños, paisas, caleños, bogotanos y demás regiones del país entran a votar. Kata Mejía llega con su esposo Huston Ripley y su pequeña hija de pelo claro. Nos muestra sus ojos brillantes y sonríe en los brazos de su papá. – A Kata le gustó mucho la crónica que escribiste de ‘Healing’-, me comenta Huston mientras ella vota en la mesa uno. Kata vuelve, hablamos un momento y se van.
 
– Es Kata Mejía, una artista de ‘performances’ que expone en Nueva York. Las FARC secuestraron y mataron a su hermano -, le digo a Lorena. – Le quitó las hojas a unos repollos y luego las coció con aguja e hilo, para demostrar que lo que se ha roto no se puede enmendar. El duelo cruza su obra como espina dorsal.
 
Yesid y Mónica Vargas llegan en compañía de sus dos hijas. – Vinimos a cumplir nuestro deber de colombianos -, me dice Mónica mostrándome una manilla verde amarrada en su muñeca. – ¿Tu por quién votaste? Por Santos, apuesto -, dice buscando mis ojos.
 
– Tengo prohibido hablar de política mientras sea jurado -, digo levantando los hombros. – Pero algo sí te puedo decir; he visto a mucha gente con camisetas y propaganda de Mockus -. A Mónica se le iluminan los ojos.
 
Josué Duarte llega a tomar unas fotos para Univision y se acerca a la mesa. – Brinqué como un loco en «!Ay, qué dolor!» -, le digo recordando el último concierto de ‘Riko’ en el que Josué subió a la tarima y tocó el clásico del rock en español -. A mí esa canción me encantaba.
 
Josué sonríe. – Esa era nuestra idea, hacer buena música -. Algunas arrugas junto a sus ojos aunque aún luce joven.
 
– Josué era el baterista de La Derecha -, le digo a Juan.
 
– ¡En serio! Yo era fan de La Derecha. «Alice» es mi canción preferida -, dice enderezando su espalda en el asiento. Mira a Josué con ojos vivaces. – Lamenté que se acabara el grupo. ¿Por qué se disolvieron?
 
– Tener un grupo es un matrimonio. Cada quien cogió por su lado.
 
– Claro, lo que pasa con todos los grupos. Los integrantes de «The Police» se terminaron odiando -, añade Juan levantando los hombros.
 
– Ese es el mérito de U2. Han logrado seguir juntos durante los años -, digo hacia Josué. – Fíjate que eso es lo bonito de ser artista. Nunca se sabe en boca de quién terminan tus canciones, o a quién le marcan una época. Tu creación habita el mundo con vida propia. Yo conocí a un argentino en Itacaré, Bahía, Brasil, que se había leído «La novia del torero», mi primera novela. No podía creer que yo fuera el autor.
 
El flujo de votantes disminuye hacia las dos. Salgo al calor de la tarde y llamo a mi casa en Bogotá. – Veo que Mockus anda muy fuerte -, le digo a mamá.
 
– Sí, creo que va a ganar. Aquí en Colombia todo mundo habla de él. ¿Y eso te pone contento? -, pregunta cambiando el tono.
 
– No estoy diciendo eso. Yo no voté por Mockus. Aunque admito que me gustan mucho aspectos de su programa como el de la educación. Tampoco creo que si quede el país caiga rendido ante Chávez.
 
– Dices eso porque no te ha tocado vivir algo parecido. En Checoslovaquia nadie creía que Alemania nos terminaría invadiendo. Eligieron como presidente a Edvard Beneš, un filósofo al que Hitler engañó y el país terminó invadido por los nazis. Los checoslovacos se maldecían por haber elegido a un intelectual en vez de elegir a un estadista con los pies en la tierra.
 
– Es lo que yo digo. Mockus sería un candidato excelente si el país no viviera bajo la eterna amenaza de Chávez.
 
Vuelvo a mi mesa. Nos dividimos por turnos y Lorena y yo salimos a comer al restaurante La Fonda. Volvemos al filo de las tres de la tarde. – No ha vuelto a entrar nadie -, nos dice Doris.
 
Un hombre de mochila negra con visos púrpura llega y se dirige a nuestra mesa. – Muchachos, ¿cómo les ha ido en éste día de elecciones? -, dice entregándonos su cédula.
 
– Qué mochila tan ‘bacana’ -, le digo asintiendo con la cabeza.
 
– Se la compré a los indios Wayúu -, responde tomando el tarjetón. Va al cubículo, vuelve y lo introduce en la urna. – Que Colombia decida lo que es mejor para ella -, añade y se va.
 
– Ya lo que fue, fue -, digo mirando la hora en mi reloj.
 
Un último hombre llega al filo de las cuatro de la tarde y vota en la mesa uno. Sale del recinto y Doris cierra la puerta. – Se dan por concluidas las elecciones -, indica. Rompemos los tarjetones y certificados electorales sobrantes, los metemos en una bolsa negra, abrimos la urna, la volteamos y los tarjetones plegados caen sobre la mesa. Los contamos y contrastamos con el número de sufragantes inscritos en el Registro General de Votantes. Concuerdan: 56.
 
Yo tomo los del partido verde -, indica Lorena.
 
– Yo los del partido de la U -, digo ante la mirada de Javier G.
 
Los abrimos y dividimos por candidatos marcados. Cuento los tarjetones. Juan levanta los ojos de los claveros y pregunta: ¿Alianza Social Afrocolombiana?
 
– Cero -, respondemos.
 
Alguien golpea en la puerta. Doris abre y despacha a un tipo. – Quería votar argumentando que en Colombia aún no son las cuatro -, dice negando. Dirige sus ojos hacia arriba.
 
– La gente si que es chistosa.
 
– ¿Movimiento de la Consciencia? -, continúa Juan.
 
– Cero.
 
– ¿Partido Liberal Colombiano?
 
– Cero.
 
– Está caído el partido liberal. ¿Cambio Radical?
 
– Cuatro.
 
– Claro, Germán Vargas Lleras, repuntó al final -, comenta Juan marcando el número en el clavero. – ¿Polo?
 
– Tres.
 
– Muy flojo. También se callo el Polo. ¿Movimiento apertura liberal?
 
– Cero.
 
– ¿Partido Conservador Colombiano?
 
– Cero.
 
– Qué otra prueba necesita Noemí para darse cuenta de que nadie la quiere -, digo subiendo el borde de mi boca.
 
– ¿Partido Verde?
 
– Veinticinco.
 
– ¡Eso sí! -. Juan dibuja una sonrisa. Lorena también. – ¿Partido Social de Unidad Nacional?
 
– Uno, dos, tres, cuatro, cinco… -, voy depositando los tarjetones en la mesa -, …diecisiete, dieciocho, diecinueve… -, Juan y Lorena siguen de cerca el conteo. Los ojos de Javier G. inquisitivos, revisando la marcación correcta en cada tarjetón. – … veintidós, veintitrés, veinticuatro.
 
– ¡Woow! Casi empatan -, dice Juan anotando el resultado.
 
– Las encuestas en Colombia estuvieron muy precisas. Mostraban un empate técnico -. Firmamos los claveros y ponemos nuestra huella. Metemos los tarjetones con los claveros en la bolsa correspondiente y esperamos a que la mesa uno termine su conteo.
 
– Santos a la lata -, dice Javier E. – A ojo de pájaro, Santos le gana a Mockus.
 
Terminan el conteo y nos dan los resultados: Partido Liberal, uno. Cambio Radical, tres. Polo, seis, Partido Conservador, uno. Partido Verde, cuarenta y uno. Partido de la U, ciento ocho -. Juan abre los ojos. – Claro, esa mesa era de gente más vieja que la nuestra.
 
– El resultado no concuerda con las encuestas internas de Colombia -, digo negando con la cabeza.
 
– Sí, pero Mockus gano en Tokio, Londres y Madrid -, dice Lorena.
 
– Escrutadas las dos mesas, con un total de doscientos dieciséis votos, los resultados totales de Filadelfia son los siguientes -, dice Doris leyendo la suma. – Partido Liberal, uno. Cambio Radical, siete. Polo, nueve, Partido Conservador, uno. Partido Verde, sesenta y seis, Partido de la U, ciento treinta y dos.
 
– Santos doblo matemáticamente a Mockus -, dice Juan levantando las cejas. Ojala en Colombia no sea igual.
 
– Y tuvo más del cincuenta por ciento de votos -, añado. Tomamos una foto de todos contra los cubículos desarmados. Me arrodillo entre Javier G. y Catalina. Dibujo una sonrisa.
 
Nos despedimos y vuelvo al centro de Filadelfia en compañía de Lorena. Parqueo en Pine Street y camino hasta mi apartamento en Chestnut Street con trece. Llamo a Bogotá. – Santos va delante de Mockus -, me dice mi hermano Daniel con tono emotivo. Santos lleva el treinta y dos por ciento y Mockus el veinte.
 
– ¿En serio? ¿Y ya se sabe? Si tan sólo son las cuatro y veinticinco, hora colombiana.
 
– Aquí estamos viendo la T.V. Parece que lleva una ventaja ganadora.
 
– Aún es muy temprano. Lo mismo pasó con Arias y Noemí por la consulta interna del partido conservador. Iba ganando Arias por un buen margen y al final terminó ganando Noemí.
 
Hablo con mi familia, cuelgo y me acuesto un rato. Sueño con un país unido, con una tierra sin violencia, en la que todo mundo tenga acceso a la educación. Sueño con un país sin corrupción, en donde las cosas funciones y los políticos piensen en el bien común y no el individual. Sueño con una nación en la que los esfuerzos estén encaminados a la generación de riqueza para todos, la igualdad de oportunidades, un país sin guerras en el que todos los colombianos trabajen en torno al mismo objetivo, en vez de torpedearse los unos a los otros, así como siempre sucede. Sueño con un paraíso turístico plagado de extranjeros que quieren ir a conocer nuestra hermosa tierra y nuestra gente amable, espontánea y recursiva. Sueño con que Colombia sea el país que soñamos cuando éramos niños e idealistas, un territorio habitado por la cooperación en vez del odio, un territorio en donde los ricos les tiendan sus manos a los pobres y todos se vuelvan ricos. En donde las obras públicas sean pensadas y ejecutadas de acuerdo a infraestructuras del mundo moderno, sin que políticos y contratistas se enriquezcan a cuesta del presupuesto del proyecto y la obra quede hecha a medias. Un país en el que se respete la vida, la libertad y el derecho a la libre expresión de la personalidad, así como lo establece la Constitución Nacional de 1991. ¿No es ello acaso lo que todos queremos? Que importa por quién votamos, pienso entre mis sueños, gane el que gane, tenemos que trabajar de forma conjunta para que éste sueño se haga una realidad. Nos une un mismo sentimiento, un mismo sueño de tener un país pluralista, libre, rico y avanzado, en el que la pobreza sea una cosa del ayer, una condición extinta que las generaciones del futuro vean como un mal que hizo parte de la historia, pero se erradicó como se erradicó de Europa la peste. ¡Maldita sea! Sueño, aún sueño, así no sea ya el niño, en que nos abracemos los unos a los otros, entendamos nuestras diferencias, conciliemos políticas y nos comprendamos a sabiendas de que todos somos seres humanos y estamos en el mundo para ayudarnos los unos a los otros. No más secuestrados, no más asesinatos, no más sacrificados, no más hambre, no más inquina. Trabajemos juntos, me oigo diciendo, por ese hermoso país, por ese hermoso continente de gente maravillosa, – cuanto lo he constatado ahora que vivo por fuera y me veo deseando el brillo de sus ojos, el gesto de sus sonrisas, la calidez humana y espontaneidad que habita en los latinoamericanos, esa que por tener tan cerca no sabemos apreciar -. Sueño en que es hora de unirnos, en que los paraísos se logran con trabajo y dedicación, generando empleos e industrias que desarrollen la economía, al tiempo en que comulguen con clases subordinadas que también quieren educarse y llegar a los puestos de mando. Tenemos un país rico, somos recursivos y trabajadores. Entendamos éste don divino y trabajemos por nuestro sueño.
 
El celular me despierta ante la oscuridad que se tiende en mi estudio. – Ya supo la buena noticia -, me dice Bruno Giraldo. – Escrutado el noventa y cinco por ciento de las mesas en todo el país: Santos, cuarenta y seis por ciento; Mockus, veintidós.
 
– ¿En serio? -, mi reloj marca las nueve pm. – El país apoyó la gestión de Uribe. ¿Qué pasó con las encuestas que daban un empate técnico?
 
– Se fueron a la mierda.
 
Vea fotos en: www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com
 
escarabajomayor@gmail.com

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