«Poemas a una ciudad,  un insecto y una mujer», de Eduardo Bechara
Navratilova,  consta de tres componentes
poemáticos, que se fusionan en el poema capital individualizado en el
título.  El primero de ellos,  sobre la ciudad,  tiene como materia a Praga;  el segundo, 
también expreso, sobre la mantis religiosa,  y el tercero sobre la mujer, cuyo nombre se
omite, por innecesario. 

         Todos
ellos, formalmente considerados, se presentan en versos libres, sin regularidad
métrica y sin rimas melódicas, salvo unas pocas de mera repetición y un puñado
de asonantes. Los versos por lo general son cortos:  el más largo, 
en el canto  a Praga,  es el alejandrino «A veces es mejor amar que ser amado en XI,  alejandrino con dos nítidos
hemistiquios:  a veces es mejor / amar que ser amado, cada uno heptasílabo para
formar el alejandrino;  y el verso más
corto es el bisílabo  Praga 
en I,  II,  VII, 
IX,  XII, y XIII;  también 
verdes y mi alma  que por sinalefa se
lee mialma (III) y nadie (VII); hay  trisílabos y nadie; tetrasílabos te
amaría
(VII),  pentasílabos  puedo
ser
yo  (VI); 
hexasílabos dejo que su imagen (VI):
heptasílabos Cada vez que la veo (VI);  octosílabos si fueras de carne y hueso (VII); 
eneasílabos  para que  entiendas que te amo (X);
decasílabos mis versos carecen de sentido
(X); endecasílabos a sabiendas de que
me envolverás
(X); y el
alejandrino arriba citado,  que medido
con la suma de sus hemistiquios tiene 14 sílabas (7 + 7 = 14), pero sin ellas
cuenta 13.

         Hay un encabalgamiento en los dos primeros versos de
X: Te escucharé en el alba con el / canto
de los pájaros;
en el canto a la mantis, XIII  Quiero
vivir bajo el delirio de / una cópula eterna
, y en el canto a la
mujer:  El viento llora  el / paso de
la  noche
(Tercera noche), y Un alcatraz se zambulle en / picada profunda
(Octava noche).  El encabalgamiento
es una de las libertades que han tomado los libreversistas. Yo no la apruebo,
porque corta la frase natural.  Los
sintagmas iníciales auténticos, vale decir que permiten el breve corte de las
frases,  son,  por su orden: Te escucharé en el alba; Quiero vivir bajo el delirio; El viento llora:
y Un alcatraz se zambulle. Por
oportuno, hago notar que la R.A.E. no distingue el encabalgamiento de la
hipermetría, y aplica ambas denominaciones
al ejemplo clásico de Fray Luis de León:

«… miserable / mente…». Yo me permito
distinguir:  hipermetría es el corte
vocabular, como en el ejemplo de Fray Luis, y encabalgamiento es el corte de la
frase, como en los casos que he señalado. Ambos son defectuosos y deslucen el
verso, porque la línea versal debe ser sintácticamente unitaria,  sin más cortes que los propios de la frase
gramatical.     

         Hay
rimas por repetición: Praha / Praha  XIV; en el canto a mantis,  fauces
/ x / fauces
XIII  (la x indica verso
intercalado). Hay también algunas rimas asonantes, pero no merece la pena
considerarlas: desde el punto de vista técnico, 
la versificación total es inobjetable.

         Hasta
aquí he venido considerando las composiciones según normas clásicas de técnica
formal; ahora trataré de desentrañar el contenido poético, pues el lenguaje
lírico no siempre está hermanado con del lenguaje lógico.

         En
los tres componentes del poema  total yo
creo ver que tienen como integrantes etapas 
de la vida del poeta,  y en ella
se unifican.  No hay separación entre
ellas,  pues la vida es fluyente,  continuada, 
indivisible, y el nombre con que las señalamos son simples
denominaciones: si quisiésemos dar un nombre adecuado a esas etapas y a su
continuidad, tendríamos que crear el neologismo 
ciudadmantismujer. 

         El
análisis permite hablar de ellas separadamente, y con ese amparo yo diría que
la ciudad representa el nacimiento y la 
primera formación del niño; la mantis lo muestra entrado en la
adolescencia,  en la que le brota la
perplejidad que se le produce cuando piensa en su ubicación en el universo y en
su destino individual:  es lo que
Jean-Paul Sartre llamaría la edad de la razón, 
expresado  por  Rubén Darío en  «Lo fatal»; «y no saber a dónde vamos / ni de
dónde venimos»; y la tercera constituye la realización, porque el hombre
realiza su integridad en la mujer, como la mujer la realiza en la maternidad.
Las tres confluyen para formar una unidad poemática. Es verdad que cada uno de
los tres cantos es un poema independiente, pero cuando los vemos pierden su
individualidad y se diluyen en lo unitario.

         La
ciudad es el entorno vital.  Es todo lo
que rodea al individuo, en lo natural de la realidad y en lo indefinible de lo
espiritual. En ella se nace y en ella se vive, se duerme, se piensa, se nutre
el cuerpo y el alma,  se forma,  se con-forma, se relaciona, se forman
amistades, se reconoce retoño de un organismo que viene desde  oscuras edades, anteriores a los padres, al
abuelo Karel, se adquiere el yo,  la
persona propia,   intransferible. Ella lo
rodea con el paisaje de sus edificios, de su monumentos,  de sus espacios libres, de su espíritu, de aquello
indefinible que hace que todos coincidan en una denominación como
pertenecientes a esa ciudad y no a otra; en ella se habita, en ella está la
familia, con la madre como primera figura, de la ciudad le vienen los
incontables elementos que se le incorporan, se 
incrustan en recuerdos, se estudia, 
se aprende, se crea, se pregustan sabores, se juega a la orilla del río,
se cruza el puente en el que en algún momento uno advierte ser otra cosa, otra
persona. La ciudad se le ensancha: está en el universo. El yo ha comenzado a
conocer y a sentirse parte de la naturaleza.

         Y
comprueba que la naturaleza es cruel, y que su crueldad es ilimitada. La
naturaleza ha inventado la vida y la muerte. Su símbolo es la mantis religiosa.
Erguida, con las dos patas delanteras juntas, en actitud de rezo, de
agradecimiento a los espíritus que han concedido la gracia de la vida,
musitando oraciones en la boca triangular. 
Pero no se trata de oraciones  ni
de agradecimientos: está preparando sus 
dientes, porque sus ojos han visto una presa, y las patas están listas
para apresarla. Nada escapa a sus ojos, porque ella es el único ser vivo capaz
de ver hacia todos lados.    

         El
adolescente comienza entonces a comprender el proceso natural: todo ser vivo
está destinado a morir, y la mantis funciona como verdugo. En ello no hay
crueldad,  pues ésta es tan solo una
palabra inventada por el hombre para defenderse contra la idea de la muerte,
que es uno de los infinitos puntos que forman el ciclo de la nutrición: un ser
vivo come otro ser vivo, y luego será comido. Se alimenta y alimenta. Le fue
concedido un tiempo de permanencia,  y al
agotársele,  él desaparecerá.

         El
adolescente ha llegado a comprenderlo. Entiende que hay una etapa en la que se
ama a la naturaleza,  encarnada en la
mantis,  y luego vendrá la fase en la que
él será devorado. En ese tramo irá sintiendo las dentelladas  de la mantis, 
anticipadoras del tramo final, la del ser vivo  que es engullido, el tránsito del ser  hacia el no ser. No hacia la nada, porque
desaparecido su yo vivo, pasa a formar parte de la naturaleza. 

         El
adolescente se entrega. Amará a la mantis como se ama a una mujer, y cuando su
ciclo se cumpla, él se habrá realizado en la mantis,  en lo femenino,  en la mujer.

         La
mujer es salvaje, como es salvaje el tigre. El adolescente la ve vital, ve que
es la vida misma. Se la disfruta, se la goza, se la posee como se hace el amor
a la mujer amada, adentrándose en ella. Ya habrá de saber  que sus sonrisas nocturnas valen tanto como
el gesto religioso  de la mantis.

         El
vocablo «mujer» juega con dos direcciones. Aquí se habla de la mujer salvaje,
la mujer símbolo, la personificación de la mantis. Otra es la mujer humana: por
ella uno vive, se vive para ella. Sin ella la vida carece de sentido. Ella es
la fuente viva de la poesía. Para ella son las palabras musicales del verso, la
meta  de las melodías verbales, es la
bebida erótica y el recipiente, la dicha, su sabor y su dolor, es eso que
llamamos la felicidad, es la belleza de la flor, los pétalos de  los días, es el sentido, la razón de ser.

         Ella
es la que nos integra la vida. Por ella y en ella el hombre se realiza, se
realiza la vida; en la mujer salvaje, la mujer mantis se realiza en la muerte.
La mujer real es conjunta: vive  con el
hombre, son dos en uno; la mujer simbólica es individual, porque la vida es
actos sucesivos y compartidos, pero la muerte es individual, indivisible,  no participativa. El amor humano es para
aquella; para la mujer simbólica el amor es ocasional, ocurre en momentos en
que se desea morir  porque pesan
problemas insolubles: no habiendo solución en esta vida, no esperando una
ayuda  sobrenatural, la única salida es
entregarse a la mantis religiosa. Para ella es la última noche.

         Con
la última noche se cierran los tres componentes poéticos. Cierras el libro tú,
lector, y percibes que algo te está diciendo, o diciéndote: los tres enfoques,
cada uno con sus pertinentes poemas, se han fusionado. Ahora son una unidad
poemática, y ciudad, insecto y mujer están unificados en el poema total que es
esta la obra del Poeta.

 

Manuel Graña Etcheverry

Deán Funes,  23 de octubre de 2010.